¿Tú pides permiso para respirar? Pues yo, para ser madre, tampoco.
Querida hija:
Te escribo esta carta, hoy, día 29 de agosto de 2016, con la romántica idea de que algún día, dentro de muchos años, la leerás. Son las dos de la madrugada, acabo de pasar por delante de tu habitación y tu respirar tranquilo me dice que estás sumida en un profundo y reparador sueño.
Sueña, cariño, sueña bonito; a tus siete insaciables años no debes hacer otra cosa que soñar, jugar y ser feliz. De lo demás, de momento, nos encargamos nosotros. ¿Y por qué estoy despierta a estas horas? Porque tu hermano está enfermo, las pesadillas y sus delirios febriles le impiden descansar, así que aquí me tienes con el portátil en mano, intentando teclear lo más flojito que puedo para no despertar su frágil sueño. ¿Sabes qué? Justo antes de caer dormido, exhausto de tanto vomitar, me dijo:
—Mamá, no vayas mañana al trabajo. Te necesito.
Y ese «te necesito» me abrió viejas heridas. Vosotros me necesitáis y yo necesito veros bien y felices a vosotros dos. Mis pacientes me necesitan y yo, en cierto modo, también los necesito a ellos. Me encanta mi trabajo. Adoro mi profesión.
A pesar de todo, mañana es un día de no ir a trabajar, es un día de quedarme a cuidar de Carlos. ¿Qué sentido tiene que yo esté fuera de casa cuidando de otros niños y que tenga que venir una persona a cuidar de vosotros? Mañana es un día de descansar tras una larga noche en vela, de cargar pilas, de colmar de mimos y cuidados a tu hermano y de comprobar de primera mano que esto es el inicio de una viriasis sin mayor importancia y de este modo espantar los fantasmas de las terribles enfermedades con las que en ocasiones me toca lidiar. En definitiva, mañana es un día para conciliar.
«¿Qué es conciliar?», me preguntarías si estuvieses leyéndome ahora mismo. Conciliar es una palabra que nunca debería haber existido, cariño. Hay determinadas circunstancias que no deberían requerir el permiso de nadie para llevarse a cabo. Covi, llegado el momento, recuerda estas palabras...
¿Tú pides permiso para respirar? Pues yo para ser madre, tampoco.
Tu maternidad es tuya, te pertenece. Escúchame bien, cielo, que nada ni nadie te diga cómo ni cuándo. Tú decides. Ahora o después, pero en tu mano está, mi amor.
Te contaré algo. Cuando terminé mi formación de médico residente en pediatría, tu hermano ya estaba en mi vida. Fue un niño buscado y deseado a pesar de los muchos inconvenientes que existían a nuestro alrededor al tener dos papás con altas exigencias laborales y sin ayuda familiar ninguna. Pero ¿sabes qué? Tanto tu padre como yo lo tuvimos claro, queríamos empezar a formar una familia pronto. El primer contrato laboral al que me tuve que enfrentar tras cuatro años de hospital llevaba impuestas cuatro o cinco guardias de veinticuatro horas.
—A ver si lo he entendido bien —les dije—. ¿Veinticuatro horas sin descanso bajo el techo de un hospital y... conciliar? No, señores, me niego a dejar pasar los mejores años de mi vida y de la de mi hijo trabajando de sol a sol. ¿Matarme a trabajar para pagar a otra persona que les dé el desayuno, los lleve al parque y los consuele en sus días febriles? No, gracias.
En aquel entonces yo era la rara, ¿sabes, cariño?
—Los médicos hacen guardias de veinticuatro horas. Esta es la profesión que has elegido — me repetían unos y otros como un mantra.
«Qué malo es asumir algo anormal como normal», pensaba yo, sin intención ninguna de resignarme ni de dejarme llevar por la marea.
—No, señores, yo no trabajo cincuenta horas semanales; se lo agradezco, pero no.
Y busqué otro lugar que me permitiera conciliar. De nuevo esta palabra. Otro lugar que me permitiera, como madre, respirar. Tras unos cuantos años de «tranquilidad laboral» por parte de mis jefes, mis condiciones cambiaron:
—Eres muy valiosa —me dijeron ellos, los gerentes.
Lo que no me dijeron fue: «Y por eso queremos mucho más de ti».
¿Doce horas seguidas con más de una hora de trayecto en coche y conciliar? ¿Salir de casa cuando aún dormís y llegar cuando ya estáis soñando? No, señores, yo no renuncio a ver crecer a mis hijos, como dice el eslogan del famoso Club de Malasmadres.
Había probado durante cuatro años las guardias de veinticuatro horas; en esa ocasión no me quedó otra que probar las quince jornadas mensuales de doce horas. Tras diez meses escasos, renuncié. Pero renuncié a ellos, nunca a vosotros. Llegó un momento en el que ni tu padre ni yo llevábamos las riendas de la casa; en el que comprobé que los días iban pasando, los recados se iban transmitiendo y las tareas se iban haciendo, pero no me sentía partícipe. Habíamos entrado en una espiral de «te toca», «me toca», «le toca a la cuidadora» en la que vosotros, ajenos a ese ritmo frenético, ibais cumpliendo meses. Me planté y renuncié, renuncié a ese horario matapersonas y matafamilias.
¿Y qué tuve que hacer para conciliar? Emprender.
«¿Y qué significa emprender?», me preguntarías. Emprender significa arriesgar, luchar, pelear y, sobre todo, marcarse un objetivo claro, tan claro como el ser madre, tan claro como el respirar. Emprender significa buscar tu libertad. Recuerda esta palabra, cariño: libertad.
¿Y por qué todo esto? Porque adoro mi trabajo, porque me hace feliz, porque soy buena y porque valgo para ello. Porque además, mi cielo, YO NO RENUNCIO A MI PROFESIÓN, tampoco. Soy madre antes que nada, pero a continuación soy pediatra, profesión que me ha costado muchos años de estudio, sacrificio y esfuerzo, y no pienso tirar la toalla.
Y me hice autónoma. Ser autónomo tiene muchas desventajas, de momento..., pero tiene una grandísima ventaja: tú decides cuándo y cómo. De nuevo la palabra mágica: libertad.
Y me convertí en una «mamá leona»: dócil, mansa, tranquila, observadora y hasta bonita incluso, pero si alguien o algo osa alterar lo más mínimo la felicidad y el bienestar de sus crías, se encontrará con el más descarnado, implacable y feroz de los animales.
Así que tras largos años de estudio y más de una década de profesión te diré algo más, hija mía: estudia, especialízate, investiga, observa, emprende, fórmate, busca la excelencia en lo que haces. Disfruta de tu trabajo, conviértelo en tu pasión y esmérate en dar lo mejor de ti misma. ¿Sabes por qué es tan importante? Porque esto, esta sabiduría, este aprendizaje, estos conocimientos y experiencias te los llevarás contigo siempre y, nuevamente, cariño, ¡te harán libre!
Y te diré algo más, Covi: cuando termines tu formación, la que tú hayas elegido, te sentirás algo importante. Creerás estar en la cresta de la ola. Tu juventud y tus conocimientos te harán creer que sabrás más que muchos. No subestimes a tu entorno, no juzgues, tienes muchas posibilidades de equivocarte. Recuerda que quizá sepas mucho, pero te faltará lo más importante, que es la experiencia. Escucha a tus mayores, a tus veteranos, no entres atacando, quizá no lean tanto como lees tú en ese momento, pero no olvides que lo han hecho y que sobre sus espaldas recaen años y años de profesión en los que se han encontrado con todo aquello que no hallarás en ningún libro ni artículo. Solo eso ya tiene un valor inmenso, aprovéchalo, es la voz de la experiencia, escúchala. Respeta, mi cielo, respeta a tus mayores. Escucha atentamente todo lo que tengan que decir, memoriza sus palabras y si no encajan con lo aprendido busca respuestas en otras fuentes. Aprenderás mucho de ellos, desarrollarás tu sentido crítico y crecerás como profesional y como persona, sin límites, sin fin.
No dependas de nadie, no lo hagas. No renuncies a tu profesión soñada por nada ni por nadie; por nada ni por nadie renuncies a tu maternidad anhelada.
Es tu vida, es tu maternidad y es tu profesión, todas ellas insustituibles por nadie que no seas tú misma.
Y con esto termino, no quiero que el sonido del teclado del ordenador despierte a tu hermano.
Ojalá, cariño, cuando tengas capacidad de entender esto que aquí te escribo, ojalá cuando entres en el feroz mercado laboral, la palabra conciliación no exista en tu vocabulario habitual. Ojalá estos pequeños pasos que parece que se están empezando a dar en nuestra sociedad actual hayan hecho historia, y esto que aquí hoy te cuento no sea más que eso... Historia.
Te quiere,
Mamá (leona)
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