He llegado a esa conclusión, no existe otra explicación.
Ella no sabe lo que es.
Ella solo se pregunta (muchas más veces de las que se atreve a preguntarme a mí) por qué ella, qué es lo que tiene, porque verdaderamente no comprende qué tiene de diferente. Ella observa mi vida, y aunque es un tema hablado ya varias veces, siempre llega un momento en que siente la necesidad de volver a preguntarlo, y yo he llegado a comprender que verdaderamente le hace falta, que no lo dice porque sí o para recibir una respuesta bonita, sino que verdaderamente se mete en laberintos mentales en los que nunca acierta con la salida.
Que ella no sabe lo que es.
Y me frustra ver cómo considera a otras chicas por encima de ella solo por tener más popularidad, porque suben fotos con fotógrafos profesionales, porque son “todo lo que un chico podría querer”. Siempre sonrío cuando le oigo decir esto. Si supiera que la foto más bonita que existe en este mundo es esa que le hice con mi asco de móvil aquella noche que estaba muerta de sueño y con el pelo recogido y me sacó la lengua. Si supieran todas esas chicas siempre con fotógrafos profesionales que sus fotos jamás podrán estar a la altura de esa que tengo de ella poniéndose bizca a propósito y haciendo muecas. Si supiera que no hay belleza de modelo en este mundo que se le acerque cuando me sonríe con toda la inocencia que tiene y se encoge de hombros restándole importancia a lo que a mí me supone un mundo, cuando clava sus ojos en mí mientras le cuento un problema y noto toda la atención del universo en esa mirada, cuando la siento respirar tranquila por la noche y pienso que esa chica de uno sesenta y poco es la mujer más grande de la Tierra.
Si supiera que yo solo soy un chico torpe pero inteligente que aprendió a ser un buen ilusionista, si supiera que mis juegos de manos no tienen nada que hacer con la verdadera magia que es la que ella tiene dentro, si supiera que cuando me habla de “brillo” refiriéndose a mi vida yo en lo único que pueda pensar es en el de sus ojos cuando ríe a carcajadas.
Si supiera que soy yo quien tiene la inmensa suerte de que ella se fijara en mí, y no al revés.
Ella no sabe lo que es.
No tiene que cambiar nada, no tiene que parecerse a nadie, no tiene que creerse menos que ninguna mujer en este mundo, sea quien sea.
No sabes cómo me frustra que siempre haga comparaciones en las que ella nunca sale como vencedora. Siempre son más guapas, más estilosas, con más glamour, más “mujeres”. Ojalá algún día se dé cuenta que, mientras me cuenta esto, yo la escucho hipnotizado pensando cómo diablos puede existir algo tan bonito como ella.
Ojalá algún entienda que si no hay comparación en la que gane, es porque directamente no hay comparación.
Con su metro sesenta y pico, su cuerpo que ella considera “normal” y en el que yo pierdo la poca cordura que me queda, con sus ojos oscuros y su sencillez.
Con sus vaqueros y sus zapatillas, su ropa comprada en las rebajas y sus malabares para llegar a fin de mes.
Con su pasión, su amor por el arte y las causas perdidas, su pelo recogido mientras lee un libro y su risa tonta. Con su lealtad, sus audios de WhatsApp eternos, sus mensajes que van por párrafos y sus moratones en las rodillas de chocarse con las cosas.
Con mis ganas de gritarle que el día en que se ponga delante del espejo y sepa mirarse de verdad entenderá que no debe creerse menos que nadie nunca más.
Porque la diferencia es ella.
Pero ella no sabe lo que es.
Así que mientras ese momento llega, aquí tendrá estas líneas para recordárselo.
Y a la hora de dormir, ella volverá a preguntarme qué tiene, y yo le diré que no lo sé, pero por favor.
Que no lo pierda nunca. Porque es única.
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