La vuelta del pueblo siempre es dura. Recuerdo cuando iba en coche con mis padres, ya entrado Septiembre, como lloraba al ver el cartel de Madrid allá por la urbanización de Calypo Fado. Este año, es diferente todo. Absolutamente todo. Es la primera vez que estoy en Madrid en Agosto, y es raro. La felicidad de mi pueblo se ha visto empañado por una serie de actos familiares que acreditan cada día más el dicho de "la familia y el sol, cuanto más lejos mejor". El refranero español siempre tan acertado.
Ahora vamos al tema en cuestión. He estado en urgencias, que es lo que hago últimamente, en Plasencia. De nuevo, infecciones y bacterias que me dejan KO. Le dije a Javi una de las noches, que me sentía morir (creo que eso lo he contado en otro post), un día más tarde me desmayé en plena terraza de "El Mirador" (un bar del pueblo). Mi cuerpo necesita un descanso de tantas infecciones, fiebres, dolores, mocos, toses, etc. Aquí en Madrid, no me puedo quejar nada, la verdad. Javi no para de cuidarme, me tiene en palmitas y es de agradecer, por supuesto, pero eso no quita nada de cómo me siento. Como una tullida. Hoy he puesto una lavadora y a continuación, no podía respirar. Me he quedado con dolores en el pecho y en la espalda, con una sensación de que algo te atraviesa. Este calor, como hablaba con la tía de Javi, no me ayuda. Y en el ánimo me pasa factura.
A Javi le pregunto mucho por su primer embarazo, por cómo lo vivió, por comparar un poco la sensación que tengo de estar decaída todo el día. Me crea curiosidad, pero es un tema que corta enseguida e insiste que no lo vivió como el nuestro, donde (y os prometo que no son palabras y son hechos) se está desviviendo. Pobrecito mío, cuando tuvo que sacar adelante la situación del desmayo. Donde ves que tu mujer cae desplomada en la silla inconsciente, por la noche otra vez de nuevo, y al día siguiente.
Cómo es para él salir a hacer la compra, a hacer comidas y cenas, cuidar de Maya y Cuquito. No se priva de nada el pobre. Os prometo, que no he conocido a nadie con mejor corazón y tan entregado. Se despierta de noche con el mínimo movimiento o tos. Me coloca los cojines, el ventilador, las almohadas... Es que no son palabras como os digo, es vivirlo, es verle como se encarga de todo.
Hoy necesitaba estar sola en la habitación junto al ordenador, y le he preguntado cuál era su opinión de lo que estamos viviendo, y es de solidaridad, unión y equipo. Cuando me he quejado de mi marido, lo he escrito y lo he dicho, además, le suelo dar las entradas a leer antes de publicarlas, es una forma de mantenernos comunicados respecto a todo. También está bien escribir que es el mejor compañero que pude escoger para esta aventura que cada día está más cerca. Necesitaba una ducha, a Beret de fondo y mi ordenador. Siendo como soy, la casa me come, las paredes me encierran en una jaula, pero tengo que aceptar que este año las circunstancias son las que son y que están acompañadas de un tsunami de calor, porque esto ya no son olas.
Encerrarme en la habitación es estar un rato en silencio conmigo misma. Sigo necesitando mis momentos de soledad, y las semanas de Cuquito, no os voy a engañar ni lo voy a llevar como las almorranas, en silencio, son duras. Hay momentos y momentos. En el pueblo, estamos todos esparcidos por la casa, si queremos no nos vemos, pero esto no deja de ser un piso. Cuquito creo que, como todos los niños que les toca ser hermanos mayores (como me pasó a mí), pues se va oliendo lo que viene. Y un hermano pequeño, no es como te lo pintan (os hablo por experiencia), un hermano pequeño no llega al mundo para jugar, porque un bebé recién nacido no va a jugar nunca. Te van a decir: "cuidado con él", "habla más bajito", "luego te atiendo", "deja de hacer eso que eres hermano mayor"... De momento, tu mundo cambia. Eres el mismo de siempre, pero las circunstancias te exigen que de un día para otro, cambies. Y empiezan las llamadas de atención tan insoportables (os lo cuento como profesional, como profesora de infantil), a tener un pequeño retroceso evolutivo, a llorar por nada porque simplemente tienen que desahogarse (quiero recordar que los adultos lo hacemos, aunque lo hagamos a escondidas porque somos mayores). Empiezan nuevos comportamientos que a los adultos nos sacan de quicio. Y en mi mente siempre estará que yo no soy ni su madre ni su padre. Ellos son los que llevan el peso de toda su educación, yo decidí y así lo llevo... mantenerme al margen, pero no quiere decir que no me afecte como conviviente de este núcleo familiar. Sé lo que haría en clase con rabietas, sé cómo actuaría y las herramientas precisas que hay que usar y enseñar a los padres, pero en este caso en concreto... No voy a participar puesto que no es objetivo.
Hablar con mi tía, la mejor profesional que he conocido, además de la mejor persona y mi ejemplo a seguir como madre, me ha ayudado. Simplemente con hablar con ella, con desahogarme, no tiene ni idea de lo que supuso para mí. Saber que lo estoy haciendo bien, me crea tranquilidad, saber que perder mi vocación por momentos, patalear, enfadarme y contar hasta mil... Es normal. Y más cuando sea madre. No debo sentirme culpable por rozar los límites, por agotar mi paciencia. Es normal. Abandonas tu vida, como nos dijo a Javi y a mí, para dedicarte por completo a los niños. Vi como trataba a Dani, vi como se deshacía en cosas para mi bebé. Vi en sus hechos y en sus palabras la que perfectamente podría ser yo en un futuro. Desde luego, es la mejor madre que conozco con diferencia. Y Javi, cuanto más la conoce, más lo opina también. Da gusto estar horas y horas de charla, incluso cuando se enfada, porque me veo reflejada. Es mi carácter pulido con la edad. Es mi hartura de familia canalizada a través de muchos años de experiencia, es mi vocación hecha profesión.
El estado de mi salud, hace que me fije en muchas cosas en las conversaciones. Me siento como una monja de clausura teniendo su vida contemplativa. La vida me ha puesto un freno y me está enseñando a ver más allá. A reflexionar sobre muchas cosas, a pensar tres o cuatro veces, a recapacitar aunque necesite tres minutos de soledad en mi habitación, o como hacía en el pueblo, en la piscina. He aprendido a desnudarme, literal. A dejar complejos de lado, a ser egoísta y mirar por mí aunque esto último, me cuesta, soy una pringada, siempre se me va el ojo al de al lado. Pero siento que estoy creciendo y no solo en la parte de la tripa. Estoy expectante a todo lo que viene, pero con Javi cerca, todo lo siento más fácil. Seguimos acoplándonos, tejiéndonos, hablando para que todo fluya mejor. Incluso, aprendiendo el uno del otro. Hace bastante que no discutimos, y cuando a él le sale el genio, sé como mitigarlo. Estamos aprendiendo, practicando... porque lo que viene, separa. Es un hecho. Las familias, separan, los niños que ya están... Y hasta la perra, separa. Lo importante es encontrarse, volver a enamorarse cada día de tu pareja. Buscar tu espacio, tu intimidad, esa conexión que no se debe perder. Y lo estamos haciendo. Al menos yo. Le prometí ciertas cosas que estoy cumpliendo, y de ello, estoy muy orgullosa. Mirar por ti primero, para querer más al otro, me parece la gran solución de cualquier pareja.
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