Cuando se despertó, no recordaba nada de la noche anterior, "demasiadas cervezas", dijo, al ver mi cabeza al lado de la suya, en la almohada... y la besé otra vez, pero ya no era ayer sino mañana.
Y un insolente sol, como un ladrón, entró por la ventana.
El día que llegó tenía ojeras malvas y barro en el tacón, desnudos, pero extraños, nos vio, roto el engaño de la noche, la cruda luz del alba.
Era hora de huir y se fue, sin decir: "Llámame un día".
Desde el balcón, la vi perderse en el trajín de la Gran Vía. Y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, una vez me contó, un amigo común, que la vio donde habita el olvido...
Joaquín Sabina
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