miércoles, 28 de abril de 2021

Muerte y supervivencia

 Hay amores que no llegan a matarnos, pero eso no significa que sobrevivamos a ellos.



Quemarse

 Quemarse es otra cosa si se trata de su fuego.



Después de ti

 Después de ti habría que pedirles a las calles que tuvieran tus manos, que besaran de noche, que tuvieran su sexo dispuesto si vuelvo a cruzar.

Para ser feliz ahora deberían las esquinas ser los bordes circula- res de tu risa, las farolas transportar tu luz y los bancos ofrecer el apoyo que tuve al abrazarte.

Habría que pedirles a las calles que cambiaran de nombre, que llevaran al pasado, que se llamaran Calle esperanza, Vía descanso, Travesía reencuentro, Plaza canción.

Para ser feliz ahora deberían los parques guardar nuestros besos y la lluvia mojar con tu risa y los trenes llevar a nosotros.

Pero nada de esto es posible. Desde que te fuiste, el barrio entero es una herida y nuestra calle, un cine donde cada día proyectan La historia de lo que hoy ya no tendremos.

Y debe de ser eso, que siempre aseguré estar preparado para cualquier cosa que nos pasara y tenía razón, pero ignoraba una cuestión: para lo que no estaba preparado era para lo que ya nunca nos iba a suceder.



La petición

 Le pedí que desapareciera de mi vida.

Como si eso fuera posible con dejar de ver a una persona.



El misterio

 ¿Por qué te echo de menos si no fuimos felices?



Nunca pudo ser

 Nunca pudo ser.

Si tenías la seguridad, te faltaba la ocasión.

Si tenías la ocasión, te faltaba la seguridad.



La conclusión

 Todos hemos sido piedras en la vida de alguien.



El rencor

 Al final te das cuenta de que el rencor no es ningún atajo. Al contrario, es el camino más largo hacia el olvido.



Conclusión final

 A veces entre el deseo y el arrepentimiento solo hay un orgasmo de distancia.



Tu ex

 Quedas con tu ex tras varios años sin veros. 

Compartís confidencias ligeras, cosas banales, un viaje a Tailandia, tu vuelta al deporte, su insólita afición por la pintura.

Habláis sin ningún rastro de emoción, sin permitir que se muevan los sentimientos.

Pero tras un rato y un par de cervezas se destensa la cadena de lo correcto y ambos bajáis la guardia, entrando en terrenos inciertos.

Y os permitís hablar, sin dar mucho detalle, de aventuras breves, de los amores fallidos de estos años.

Y lo uno lleva a lo otro al declarar que esto que sucedió con esa historia pasajera no es más que el fiel reflejo de lo que pasaba entre vosotros, y así, sin más, aflora el torrente de palabras, emociones, cosas no dichas, disculpas atrasadas, y empieza a flotar entre vosotros una mezcla extraña de perdón y arrepentimiento, de antiguo amor y ganas de lo nuevo, y se cruza por vuestra cabeza esa pregunta y se cruza por la mía esta otra:

¿Estás seguro de querer volver a abrir esa puerta?



Con la música a otra parte

 Hoy es un día que debería escribir una entrada a mi hermano para su cumple, pero he tenido que parar de hacer paquetes porque las letras se me acumulaban en la cabeza y necesitaba expresarme. 

Me ha llamado la señora que entrega los muebles del salón, el viernes a primera hora. ¡Pero si no estamos! ¡Concierta otra cita! ¿Y esto? ¿En qué bolsa lo meto? Da igual, aquí mismo, ya lo sacaré... Así es como bulle mi mente mientras dejo vacía la que ha sido mi habitación durante tantos años.

Debería estar saltando de alegría sabiendo que es el momento de empezar mi vida. Lo que he comentado tantas veces con mis amigos: la solución a la mayoría de mis problemas. Dejar Leganés, dejar muchos de los objetos que tienen su historia aquí, hace que me rompa un poquito, una parte de mí se queda aquí.

¿Miedo? A los cambios, como todo el mundo. Pero tengo tanto miedo como ganas de enfrentarme a él. El ave abandona su nido. Y no quiero ponerme a pensar lo que ha supuesto este nido para ella, no, sería todo un error. Quiero quedarme con la mejor imagen posible de mi paso por aquí. Siempre será mi escondite cuando todo se ponga gris, que se pondrá.

La convivencia con Javi no me da miedo, llevo ocho meses viviendo con él. Al contrario, me da seguridad, porque las sorpresas que nos podamos llevar ambos, serán siempre menos que quien comienza de cero una aventura parecida a esta. Los dos pensamos igual. Los dos dejamos la tapa bajada del váter. Los dos entramos en la cocina (él sabiendo y yo de pinche), los dos nos adaptamos a los cambios usando la resiliencia que la vida nos ha dado.

Supongo que es síndrome de Peter Pan. Me hago mayor y ese no fue nunca mi deseo. Me hago mayor porque ya soy totalmente dueña de mi vida. Sin límites impuestos por otros, avanzando hacia los sueños a los que nunca me han permitido llegar, descubriendo metas que ni siquiera me hubiera planteado en otra época y más fuerte que nunca, más segura y con el mejor compañero que he podido encontrar.

Una vez en casa, los cambios no cesarán. El día 11 de septiembre seremos Señor y Señora, pero ese es el cambio que menos me preocupa, no deja de ser la firma de un papel.

Javi, te prometo broncas, días grises y oscuros, días en los que no me apetezca hacer nada porque la vida se me ha cruzado, te prometo un terremoto en medio de una calma y una clama en medio de una tormenta, te prometo poner tu vida patas arriba, desordenada para después ordenarla con algunos cambios, ¿paz? No, no te prometeré algo que me es imposible cumplir. Eso sí, te daré el cielo para que vueles, cambies, hagas piruetas, te confundas, cometas errores y al final... un hogar al que volver para refugiarte. No te puedo prometer la casa de la pradera, porque no somos así. Porque si tuviéramos un cactus (que lo dudo), discutiríamos con él por pinchar demasiado.

Aunque sí que habrá muchas reconciliaciones (muchísimas), peleas en la cama donde mis puños nunca apunten bien y te den en algún sitio donde duela, cenas de chino porque no queramos cocinar, te prometo series, películas, salidas, museos, exposiciones, viajes, momentos, aventuras de las nuestras que siempre acabamos con algún percance, bajas infinitas porque nuestra salud no es nuestro fuerte, cena con amigos, planes que a última hora nos dan pereza, te puedo prometer que haremos lo que nos plazca a ti y a mi, charlas políticas que acaban en documentales como el de ayer... Te prometo que estas pequeñas cosas no cambiarán puesto que somos lo que somos porque estos son nuestros cimientos.

Porque somos así, un pack donde la igualdad de opiniones, adaptarnos uno a otro, comunicación y demás, son nuestros puntos más fuertes. Porque tu pensamiento es tan válido como el mío (aunque yo no me baje de la burra jamás) y la sinceridad siempre nos acompaña.

Gracias por hacerme este trance, cambio, camino o llámalo X más fácil, por no soltarme nunca de la mano y bajarme de la parra cuando algo me ronda la cabeza. Porque ya me conoces a la perfección. Sabes que cuando algo me preocupa, todo mi ser se apaga concentrándose solo en eso. Y ahí estás tú, para dar luz a todo lo que me rodea más allá de mi problema. Porque los dos sabemos que para ciertas cosas, hablar no sirve de nada, ni siquiera llorar. Puedes resignarte y poco más. Y es ese momento cuando aparece una bolsa de fritos o palomitas para alegrar el momento, porque como siempre te digo, mañana será otro día.

Cariño, prepara las maletas, que comienza un nuevo capítulo... 



Yo no quiero que te vayas

 Yo no quiero que te vayas, pero tampoco quiero retener tu llama para que nadie conozca tu fuego, ni mojar tu pólvora para que no prendas junto a nadie.

No quiero eso, ni tampoco llevarte de la mano hacia ninguna parte.

Solo te dejaría irte de aquí para que fueras a buscarte —si así lo necesitaras— porque significaría que a mi lado no obtienes las respuestas que precisas.

Cortar el vuelo hacia uno mismo a la persona a la que amas es parecido a escribir su nombre con el bolígrafo que certifica una condena.

No quiero perderte, pero no te quedes junto a mí si la fuerza que te empuja no te impulsa a donde ya estuvimos, si tus pies no prefieren caminar en dirección hacia nosotros.

Si esto no te mueve no lo hagas, no vengas hacia aquí, dime adiós y no mires atrás y déjame que aprenda que echar de menos no es otra cosa que el peaje de una felicidad que ya ha partido.

Déjame solo y vacío sin canciones que maquillen el fracaso.

Me sentiré querido si te vas de esta manera, si no permites que la compasión te mantenga junto a mí, si eres capaz de arrancarme las esperanza de una vez en lugar de rompérmela con pequeños golpes que hagan llevadera la derrota.

Porque la derrota nunca es llevadera, es solo un dialecto del fracaso.

Si sientes culpa, no la sueltes con una despedida a medias, marchándote un poco el martes y volviendo mañana, para dejar la foto el jueves.

No me dejes como quien deja irse deshaciendo en su boca el caramelo del remordimiento, ni te vayas yendo lentamente, poniendo al futuro sobre aviso.

No me entregues la soledad por fascículos, no lo dilates.

Yo quiero que asumas la culpa y la bondad que hay en ello, desamor sin maquillaje, la verdad sin photoshop.

No te quedes junto a mí, te lo ruego, no lo hagas si es así como te sientes.

Pero si no es esto lo que te aleja, si solo es temor a que el fracaso muerda un día nuestras noches, si temes que sea yo quien me despida, o si lo que te aleja de mí es, por ejemplo, el pasado sujetándote el vestido, o el zumbido que rodea a los que aman y fueron desamados, entonces quédate y paga al corazón lo que te pida.

Y si se acaba da gracias al final por el regalo que el amor nos dejó entre las manos.

Que no hay gloria mayor que la que ofrece el amor cuando se da, ni dolor más merecido que el que viene cuando el dedo del adiós toca el timbre de tu casa.



La más bella historia

 Es el año 1968. Es un jueves. Es Noviembre. Es Madrid. Un joven palestino, obligado a emigrar por la irrespirable situación de su país, camina perdido por la Puerta del Sol. Pregunta a varias personas que lo acaban dando por imposible al no entender ni una sola palabra de lo que dice. No se rinde. Necesita ayuda y… “bingo”, la recibe en forma de mujer: una chica de Soria, bastante guapa, algo mayor que él, vestida con una falda demasiado corta para el frío reinante. Debe de ser una de las doscientas personas de todo Madrid que dominan el inglés, todo un milagro en esos años. En no más de dos minutos, ella le explica cómo ir a Malasaña, con el desenfado que la caracteriza. Él, realmente agradecido, escucha y se despide con una preciosa sonrisa. Es encantador. Ella también. Lo son tanto que él, sensible por naturaleza, siente una punzada de vacío al verla marcharse y decide lo que ni tú ni yo nos atreveríamos a hacer en un país extranjero: seguirla. Necesita saber algo más sobre esa mujer. Así que, mientras nuestra muchacha enfila la calle Preciados hacia Callao, él se sitúa unos metros por detrás, siguiendo, algo confuso, la estela de su falda. Titubea nuestro joven, sin tener muy claro cómo volver a abordarla ni qué excusa esgrimir. Son los trescientos veinte metros más largos e inciertos de su corta existencia, cuatro minutos donde cabe toda una vida. Justo antes de que ella sea engullida por la boca del metro, él decide acercarse, sabedor de que es su única oportunidad. No tiene ni idea de qué decir, pero aun así actúa. Sin calentamiento de ningún tipo, le pide el teléfono. Ella, confusa también, duda unos segundos, le pregunta para qué lo quiere y de dónde es, con ese acento raro. Él responde, tímido, que ha venido para estudiar desde Palestina y que, al no conocer a nadie en la ciudad, le vendría bien alguien con quien charlar, que lo sacara a pasear algún día. Al tenerla delante, no se puede creer que haya sido capaz de hacer algo semejante. Le late el corazón en todo el cuerpo, suda por los nervios como cuando corría delante de los tanques israelíes allá en su tierra. La espera se le hace eterna. Madrid entero contiene la respiración tras la pregunta del chico, el cielo es un chicle azul suspendido. Ella piensa en lo extraño de la situación, pero no hay brusquedad de ningún tipo en esa propuesta, más bien al contrario. La voz del chico es suave y cálida y ella se sonríe por dentro al sentirlo tan inseguro. Ella, intuitiva desde siempre, de golpe, percibe algo familiar, algo que le dice que no tema. Es como si entre los dos se colara algo así como el destino, la eternidad o el porvenir con su barba blanca y sus sabias palabras. Por eso accede y le da su número. Se lo escribe con su hermosa caligrafía en un papel de su agenda, sintiendo una bonita mezcla de halago y vértigo, pues fue educada en una época incierta de nuestra España, en la que las mujeres tenían que andar con ojo de con quién se juntaban. Realmente no sabe si hace lo correcto, pero de algún modo lo sabe e ignora toda amenaza, porque el joven árabe, que sorprendentemente tiene los ojos de un llamativo color azul celeste, desprende una luz y un encanto inauditos. Se despiden sonrientes, con un hasta luego, te llamaré. Son bellos y encantadores, demasiado puros para ser de verdad. Como os decía, en esos cuatro minutos cabe una vida, o en este caso dos: la mía y la de mi hermano, porque ese joven del que os hablo es mi padre y esa muchacha, mi madre. No podría decir el número, pero es incalculable la cantidad de veces que he pensado en esos cuatro minutos, en mi padre recién llegado de Palestina, con dieciocho, caminando tras mi madre, y en ella dándole su número, para siempre. Me sigo emocionando al revivirlo en mi imaginación, y al mismo tiempo, cada vez que viajo hasta allí, siento una punzada de angustia al pensar qué hubiera sido si esa joven chica de la falda corta no le hubiera querido dar su teléfono a ese chico árabe que la siguió desde la Puerta del Sol hasta la Plaza de Callao, una tarde de Noviembre de 1968, haciendo real la más bella historia de amor que Madrid jamás haya vivido en toda su larga y deliciosa vida.



La primera vez

 La primera vez que quedamos fue en la esquina de Plaza de España, junto a una cafetería, hoy sustituida por una agencia de viajes llamada «Tu vuelta al mundo». Ninguno de los dos queríamos pasar el trago de vernos sentados frente a frente, con un café, y tener que disimular la agitación interna, preferimos pasear para disfrazar el nerviosismo. Llevaba ensayando todo el día frases que decirle, pero que se esfumaron de mi cabeza en cuanto nos encontramos, así que tocó improvisar. Pero fue extrañamente fácil, como a veces son las cosas cuando dos almas vibran en la misma frecuencia. A pesar de sus nervios su risa invitaba a la calma, así que no hubo problema como en otras ocasiones. Poseo una peculiaridad, algo extraña, quizá por mi exceso de empatía, y es que absorbo las emociones de quien tengo enfrente. Si al conversar con alguien percibo timidez o incomodidad por su parte, inmediatamente siento lo mismo y aunque no sea tímido comienzo a serlo o aunque en un principio estuviera tranquilo cruza por mis gestos una inquietud similar. Sé que ella estaba realmente nerviosa porque me lo confesó después, pero en ningún momento lo pareció. Al contrario, emanaba calma, su cara, su espíritu eran una brisa deliciosa, así que, si antes podía tener alguna duda sobre si me enamoraría de ella, esa duda se esfumó al instante. Ella me aportaba paz inmediata, Madrid entero, de repente, era un colchón. Subimos por Gran Vía hablando de cualquier cosa. Digo cualquier cosa, porque recuerdo poco de la conversación. Estaba más pendiente de los lugares a donde su risa me estaba llevando. Llegamos pronto a Times Square, nos pedimos una pizza en la esquina de la 43 con Broadway y caminamos mientras comíamos esas porciones con doble de queso y pepperoni. Los temas de conversación fluían, salían de debajo de las piedras, brotaban de las aceras de la Gran Manzana. Un taxista nos iluminó al pasar frente a su Chevrolet amarillo, como si subrayara a dos estrellas consagradas de esos mágicos teatros. Subimos cuatro calles más, hacia Bryant Park y no tardamos en llegar a los Jardines de Tullerías, frente al Louvre para ver una exposición sobre historias que acaban bien. Nos gustó demasiado y me pidió que subiéramos por los Campos Elíseos. ¿Dije fluir? Fluir es poco. Debería inventarse otro verbo que expresara aquello. Esa chica flotaba, me cogía del brazo con tal naturalidad, que destrozaría todos los manuales de consejos amorosos escritos en el último siglo. No había ningún tipo de barrera ni solemnidad; me agarraba, me elevaba junto a ella y borraba al instante los nombres de las calles. Me pareció que estuvimos un rato mirado nuestro futuro desde la Torre Eiffel, pero no lo tengo claro, ya que al bajar estábamos entrando en un café de Buenos Aires donde un tipo de cuento tocaba un bandoneón. La conversación mejoraba —si es que podía mejorar—, pedimos mate y medialunas con dulce de leche. Ella mordía trozos de las mías para burlarse de mi lentitud comiendo (comprenderéis que me sentía tranquilo a su lado, pero mi estómago aún no lo sabía, iba por partes), le dimos una propina en agradecimiento al bandoneonista, que nos contestó en un perfecto acento porteño y, al salir de allí, la complicidad se vio aumentada por la imagen recortada del Coliseo. Roma se abría como el mar de Moisés para nosotros. Buscamos un banco, su cabeza en mi hombro y el medio abrazo esta vez más tierno. Yo no sé si hablaba o callaba, yo estaba de viaje, en algún lugar, no sé dónde, pero era perfecto. Nos bastó con caminar tres kilómetros de la Gran Muralla para saber que esa historia no sería un trayecto breve, que habría mucho que recorrer juntos, muchas bienvenidas de brazos abiertos como la del Cristo de Corcovado. No podíamos resistir más por las calles de Río, Copacabana se doblaba para saludarnos. El primer beso se hacía necesario, lo pedían las ruinas de Pompeya, el misterio de las pirámides, lo cantaba Leonard Cohen desde el Parnaso, lo anunciaba el calendario Maya esculpido por los ancestros en la península del Yucatán. Todos parecían saberlo menos nosotros, aunque en el aire ya se podía percibir el aroma inconfundible del futuro rindiéndose ante ella. El corazón latía rápido, nos faltaba el aire, era la primera escalada sin oxígeno al Everest, pero no fue en Nepal donde llegó el beso que trajo la paz definitiva a nuestras ganas. No fue allí. Fue en Jerusalén, dónde si no. Allí llegó la paz. El resto no es lugar para contarlo. Y esto solo fue la primera vez que la vi, no quería ni imaginar cómo sería el resto de nuestras vidas.



martes, 27 de abril de 2021

Los cantantes

 Damien Rice me habló de ti.

Decía que las cotas que acaban no tienen por qué tener un final, que hay historias que duran un infierno.

Calamaro supo explicarme que nunca es buena idea, que no es recomendable que dos vayan al amor con un solo paracaídas.

Sabina te hizo verso en los transistores del 96, lo entendió del todo, también moriría contigo si te mataras.

Te encontré en cada estribillo, paseando por el «Amsterdam» de Brel, seguramente fuiste la chica de Ipanema y me abrazaste durante siete mundos en un hotel llamado California antes de romperle las costillas al futuro.

Lo que no recuerdo es si fuiste «La chica de ayer», si Antonio Vega también te esperaba.

Quizás por eso un día te miré desde Lennon, me puse sus gafas para verte a lo lejos te imaginé en otro mundo, en otro tiempo, de otra manera.

Como te digo todos han hablado de ti todos dijeron lo que yo no supe decirte pero ninguno sabe realmente lo puta que puedes llegar a ser ni lo mucho que pude llegar a quererte.



Paraíso

 Cuando me hundo entre tus piernas me rodea el paraíso.



No me sirve

 Si no empieza por «A», nuestra alegría y no es mayúscula no me sirve.

Si no tiene parques dibujados en los ojos, si no pone tobogán a los abismos no me sirve.

Si no hay una línea de alta velocidad entre su boca y la mía no me sirve.

Si no distingue que entre plena y pena hay mucho más que una letra de distancia no me sirve.

Si no está enamorada de nosotros no me sirve.

Si no me desordena la sangre pero pone en pie todo el resto de mi vida, si no besa como si lo fueran a prohibir no me sirve.

Si no siente que entre el gobierno y nosotros hay algo personal, si no acepta que sin mí también será feliz pero no será lo mismo no me sirve.

Si no me deja besos grapados en los bordes del alma, si no piensa que estamos unidos sin remedio, como lo están la palabra tren y despedida, no me sirve.

Si no me ha cambiado el futuro no me sirve.

Si no toma café por las mañanas, si no habla como tú, toca como tú, vibra como tú, si no llora como tú, si no la conocí tras un concierto, si no se llama María no me sirve.

No me sirve.

Lo siento.

No me sirve.



El poeta más grande del mundo

 Hoy es 13 de noviembre de 2014. Ayer murió mi tío Evelio, el hermano mayor de mi madre. Mi tío padecía una discapacidad mental moderada causada por una meningitis que sufrió con cinco años. 

Convivió con esa afectación durante ochenta años más. Algo que a priori pudo parecer una desgracia fue, en algunos sentidos, una bendición, porque debido a su discapacidad mi querido tío tuvo un rasgo extraordinario que lo definía por encima de ningún otro: no conocía la maldad. No voy a decir que posiblemente fuera la persona más buena que he conocido, aquí no había probabilidad que valga, lo era definitivamente y no es un tópico dicho ahora que doblan las campanas. Simplemente, la maldad no formó parte de su vida.

Él era amor y luz bonhomía y ternura por los cuatro costados.

Mi tío nunca tuvo pareja hasta que en 2004, con 74 años, conoció a Emilia en la residencia donde ambos vivían. Se trataba de una mujer con graves problemas de visión, viuda desde hacía unos años. Lo que en un principio podría parecer un handicap para ambos por sus condiciones se convirtió en la más increíble historia de amor que jamás haya visto. Por aquel entonces, mi madre me contó que Emilia aseguraba que nunca había recibido tanto amor como ahora que había conocido a Evelio. Él la cuidaba, la guiaba agarraditos del brazo en los paseos, le daba besitos y la acariciaba con la más profunda ternura. Sus ojos de viejo brillaban como los ojitos de un cachorro que estrena el mundo. Era conmovedor. De este modo mi tío daba por segunda vez una lección gigante al mundo: lo extraordinario, hoy y cualquier día, puede suceder. Conviene no olvidarlo.

Para mí la poesía siempre ha consistido en contar todo lo que acontece (las cosas normales, el día a día, los amores y desamores, un pensamiento, los deseos, cualquier cosa que pueda suceder) de un modo extraordinario, convertir cualquier hecho cotidiano en algo mágico a través de la mirada del poeta. Por eso estoy en condiciones de decir que mi tío Evelio es el mayor poeta que nunca he conocido y nunca conoceré, por su capacidad de saltarse los muros de la lógica y vivir muy por encima de ella. Creo que sobran los motivos para que me permitáis que haya comenzado con este homenaje y para que dedique este libro a su memoria. Nunca hubo nadie con tanta luz, y la poesía no es más que eso, un hecho extraordinario, el idioma de la luz.



Fábula sobre la democracia

 La democracia se lanzó por la ventana. La encontraron partida en dos y una carta en el bolsillo. «Lo dejo todo. Al fin y al cabo no soy más que una palabra de diez letras que ya no le hacía ninguna falta a los hombres.» Los operarios del ayuntamiento que recogieron sus restos pensaron lo que todos: otra triste palabra que se suicida. No la reconocieron con tantas letras descoyuntadas en el suelo. Normal. Cruzaba el año 2014 por el calendario, ya no era una mujer muy recordada a esas alturas. Antes de ella ya se habían arrojado al vacío otras palabras cono justicia, bienestar o esperanza. Al día siguiente en los periódicos todo seguía igual. Un ministro se quejaba de la persecución a los políticos y dos millones de familias formaban el equipo más grande del país, el de personas por debajo del umbral de la pobreza. Nadie comentó nada al respecto de tan triste suceso. Todo parecía seguir igual como digo, pero en los diccionarios nada volvió a ser lo mismo. La palabra democracia dejó un vacío total cuando las palabras codicia y sistema se arrojaron como dos violentas fieras sobre ella y engulleron sus restos. En los periódicos todo seguía siendo igual, pero ese hueco en el diccionario dejó un profundo vacío en las vidas de la gente, aunque nadie realmente se percatara. Se había esfumado el último tren, la última esperanza. Era el año 2014, se llamaba democracia y era una mujer preciosa. Esperemos que al menos descanse en paz. Paz, otra hermosa palabra. Ojalá la historia no siga su fatídico curso y no tengamos que prepararle también a ella su funeral.



El profesor

 El alumno preguntó: profesor, ¿cuál es el tiempo verbal más difícil? Olvidar, respondió el profesor.



Me gustaría

 Me gustaría que entraras en este poema como en una habitación. Si te parece, será un lugar cálido, suelo de madera, moqueta beige, una estancia luminosa. La temperatura perfecta, un gran ventanal, un tocadiscos y un buen sillón para descansar.

Ponte cómodo. Este poema te invita a que te descalces, a que te aflojes el nudo de la corbata o te desabroches el vestido.

Enciende incienso, prepárate algo de beber y déjate caer sobre el sillón.

Este poema quiere darte eso. Y no solo este poema. Este libro entero lo busca, que entres en él y encuentres paz, que estos versos sean un lugar reconfortante donde puedas ser tú mismo.

No pido mucho: que al entrar en estas páginas ocurra el milagro y, mientras estés aquí, flotando en estos versos, te sientas como en casa.



Hay algo

 Hay algo. En tu forma de apagar las luces para besarme, en la línea de tus caderas cuando me acoges, en la estela que vas dejando sobre mi vientre.

Hay algo. Un idioma sin palabras que nos dibuja, un rumor de niños que nos celebran, un verano y medio entre nosotros.

Hay algo. En tu casa, en tu risa esparcida sobre mi cuerpo, en tu forma de agarrarme sin espinas, de decirme Vente, hay fiesta.

Hay algo. Y mientras lo siga habiendo no caerán estatuas de tristeza sobre mi vida. Solo luz encadenándome al destino, solo ruido de cadenas al romperse, solo muros con paisajes, tardes con ventanas, animales liberados, solo eso, nada más que eso, solo felicidad entrando como un obús por la escuadra de mi vida.



Todo lo que significa

 Lanzar la ropa por los aires como quien pierde los papeles de la cordura, componer la sinfonía del sudor sobre la partitura de una cama, firmar la obra maestra de la carne.

Colgar de la ventana el cartel de No admitimos malos sueños, desprecintar la botella de la alegría que esperaba a ser llamada por nuestras bocas, ir subiendo con caricias el puerto del orgasmo finalmente coronado.

Bajarnos el uno al otro en canoa, lanzarme sin cordaje hasta su sexo, palacio de saliva, fluido de la felicidad.

Conocer ya solo el verbo desvestirse, entender que el deseo es la raíz gramatical del placer y nosotros -al corrernos abrazados-, una sucursal de la felicidad.

En resumen, todo lo que supone encontrarnos sin ropa frente a frente, todo lo que significa hacer el amor contigo.



sábado, 24 de abril de 2021

Javi

 Querido Javi:

¡Qué poco se utilizan las cartas ya! Con lo bien que nos explicamos a través de las letras. Aunque... Siempre una imagen vale más que mil palabras. Hace poco comparamos mis fotos con otras personas que han pasado por mi vida. Y tú mismo comprobaste que no hay color, que la propia imagen y el lenguaje verbal hablan solos.

Nos vamos a ir a vivir juntos en menos de una semana. Voy a dar contigo pasos que jamás creí que daría. Vamos directamente a dar pasos agigantados: vivir cada día a tu lado, casarme contigo (en trámite) y quién sabe qué más. Y deberías saber por qué contigo sí y con otros no. Porque eres la única persona (independientemente de que seas chico o chica) que tienes todo lo que me hace sentir bien, lo que permite que sea yo siempre sin miedo a decir una mala palabra y que desaparezcas. Y encima chico, ¡qué suerte, eh!

Javi, eres el primero que pone a la relación el cien por cien, tanto o más que yo. Que te has convertido en mi amigo, en mi chico, en mi macarra por la noche, a quien necesito al lado para dormir. Porque tienes todo aquello que ni siquiera sabía que buscaba. Y a veces, cuando me susurras "te quiero" antes de dormir, siento que me agarras tan fuerte como si tuvieras miedo a que me fuera. ¡Fuera inseguridades! Javi, me quedo, me quedo contigo y tus circunstancias, en los días grises, negros y de colores. Me quedo como la canción de Aitana y Lola Índigo. Me quedo hasta que termine nuestra historia, porque... cariño, nada es eterno, ni siquiera nosotros, y esto solo acaba de empezar. ¡Quién lo iba a decir, macarrón! Que vamos camino de ocho meses, un piso y una boda. ¿Quién me lo iba a decir a mí? Que no hace tanto vagabundeaba sin ningún objetivo, meta o sueño.

Los sueños se cumplen. Mírate. Míranos. Justo en el momento que menos lo esperas (creo, que sigo odiando esa frase, pero qué gran verdad). Eres el mejor padre que conozco. La persona que se desvive por los suyos (ya te lo he dicho en alguna ocasión), que tienes sueños y ambiciones, en un cajón eso sí, pero los sacaremos. Te pondré las alas que la misma vida te arrebató, y el cielo... ¡pues ya lo pongo yo! Que la vida es un viaje, macarrón... Que cada día y momento cuenta, y los nuestros son pura aventura.

Porque no tienes ni idea de lo que vales. Si te miraras como te miro yo, no tendrías ninguna inseguridad, no irías por la vida de puntillas, al contrario, pisarías fuerte, como tu carácter, acabarías dejando marca. La señal de que has pasado dejando huella. Y créeme, la dejarás. Te apuesto lo que quieras.

Detallista, culto... ya que contigo puedo ir a cualquier lado y no dejar de aprender. Porque para ser dos asociales, no nos falta la comunicación ni  conversaciones. Porque, Javi, todo el mundo del tiempo contigo, no es nunca suficiente. Siempre se queda algo en el tintero para mañana. Y mañana, desde que estoy contigo, es el término que más me gusta. Mañana. Porque lo habrá. Porque despierto y estás acurrucado a mi lado, como haces todas las noches, buscándome entre las sábanas para no perder el contacto.

Eres la relación más fuerte y estable que jamás he tenido. ¡Y tengo una teoría! Ya no somos niños. Venimos con mochilas, experiencias y lágrimas perdidas en caminos nada agradables, en noches de insomnio. Sabemos andar sobre tormentas, lavas y huracanes. Se nos da bien vivir al límite de las emociones. Nuestro estómago lo sabe... Porque somos los "Hulk" de las relaciones. Porque cada paso que damos, no son empujados por unicornios, ni hadas, ni arco iris... Porque cada paso que damos, es movido por el amor más bonito, maduro y verdadero que he sentido nunca. Quizás por eso, ya no tengo miedo de avanzar, es más, quiero firmar lo que haga falta con tal de que te quedes más. Ojalá tuviéramos al dios Cronos de nuestro lado para darnos siete vidas más como la de los gatos.

Y una cosa más, te quiero yo, y mis amigas te han hecho un hueco en sus vidas. Todas aquellas que siempre me avisaron de los malos caminos, de las personas que simplemente no encajaban en mi vida o en mi corazón. Aquellas que supieron sacarme a flote cuando olvidé nadar. Aquellas que te incluyen en nuestros planes, que cuentan contigo porque ya eres uno más. Y mira que son exigentes, que me quieren y me cuidan como si fuéramos una gran familia. De ellas, sabes que me fío a ciegas. Yo podré sentir por ti mil colores y emociones, pero ellas desde fuera... Han visto algo, te han visto a ti, me han visto a mi... Nos han visto. Y supongo que no hay más que decir.

Nunca fuiste un problema, nunca lo has sido. Las miles de discusiones que tenemos a diario, se deben a lo guerrilleros que somos. Nos echamos pulsos, discutimos con las piedras y en muchas ocasiones, nos retamos. Tú juegas a sacarme las palabras y yo a mantener el silencio que siempre nos separa. Las discusiones, me atrevería a decir que el noventa por cien, son sobre nuestras circunstancias o por gente ajena, pero nunca por nosotros, nunca por nuestra pareja. Eso tienes que tenerlo claro. Discutimos por miles de razones, y Javi... Lo seguiremos haciendo porque somos insoportables enfadados, y callarnos, no entra en nuestros planes. Si quieres un punto optimista... La comunicación no nos falta.

Tengo claro lo que quiero. Y te quiero a ti. A pesar de todo, a pesar de lo que nos ha tocado vivir... A pesar de que la vida, hoy en día, no nos lo pone fácil. Y sí, la boda está en trámite, y no, jamás la cancelaría por nada del mundo. Te encontré. Después de mucho, pero aquí estás. Y no, no voy a dejarte escapar.



Epílogo

 Abres el Spoti, seleccionas una lista de reproducción. Así de fácil y así son de accesibles las últimas canciones de moda, las clásicas o las más cañeras. Todo en cuestión de segundos y con un solo clic. Pero hace no tanto, por Navidad, pedíamos nuestros CD favoritos y un discman de regalo. Nos reñían por jugar con el tocadiscos del abuelo o por romper uno de sus vinilos. Nos pasábamos horas escuchando la radio tratando de conseguir grabar en un cassette la canción del momento. Y si grababas sin querer la voz del locutor, rebobinabas la cinta con ayuda de un boli Bic. Algunas veces conseguíamos meter hasta siete canciones en cada cara. Todo un logro.

Mi primer discman me lo regalaron en el año 2001. No me cabía en el bolsillo del abrigo. Tenía que llevarlo en la maleta, dejando la cremallera abierta, para escuchar música al salir de clase. Más de una vez me quedé recogiendo los libros del suelo al ceder la frágil cremallera. Con mi primer mp3 dejé de tener ese problema.

Con el paso de los años, las cosas tienden a mejorar. A renovarse. A simplificarse.

Aun así, no puedo evitar sentir nostalgia de lo maravilloso que era tratar de conseguir grabar mi canción favorita, a veces incluso durante días.



sábado, 10 de abril de 2021

Ojalá

 Ojalá pudiésemos volver. Volver a aquel momento, donde no faltaba nadie.

Ojalá pudiésemos seguir en aquel instante donde éramos felices.

Ojalá no hubiésemos conocido lo que es el dolor. Ni tuviésemos que aprender a despedirnos.

Ojalá no supiéramos lo que es echar de menos.

Ojalá mirar al cielo no doliese.

Ojalá, ojalá hubiésemos podido parar el tiempo.



Despeinada

 Siempre va despeinada por la calle, o es el puto viento, siempre jodiendo, o que simplemente ya no se ha peinado en el espejo. Con los auriculares puestos y sonriendo por la calle. Unos días suena Leiva, otros Miss Caffeina. No le pasa nada en concreto, pero sonríe. Callando al mundo con sus dientes. A mordiscos. Ya no recicla corazones. Los abandona si no merecen la pena. Menos mal que sus ideas fueron al contenedor azul.

Ha dejado todos sus miedos atrás, y mira que tenía muchos. Llegó a pensar que tenía una relación estable y duradera con el miedo. Ahora los tiene debajo de la cama, pillando polvo. Ya no se le pegan a la espalda cuando se levanta. El armario ya no asusta. Y sus manías solo le hacen un poco más especial.

Quizá no tenga el bolsillo muy lleno, pero el corazón rebosa. Y seguramente no exista mayor riqueza para una persona.



Pescaíto

 Había una vez un pescaíto que se pasaba el día sonriendo. Nadaba y nadaba para hacer más felices a sus papás peces. Nadaba por la mañana, por la tarde y por la noche. Nadaba de aquí para allá.

Pescaíto tuvo que marchar a otro lugar. Con otros peces a los que jamás dejó de alegrar. Cantando una canción de Rozalén cada mañana al despertar. Una mañana tras otra...

Era su forma de mandar un mensaje a sus papás:

"Sed felices, yo estaré bien. Os quiero, dejemos a un lado el odio, el amor siempre se queda".



martes, 6 de abril de 2021

Las circunstancias

 Tiene mucho corazón, mucho más de lo que la gente cree. Es de esas personas que algunas veces parece que no están, pero, cuando es importante, ahí está clavado.

Si le pones revuelto de frutos secos es capaz de acabar un paquete en minutos.

Piensa el doble de lo que habla. Le gusta saber, pero le cuesta soltar. Algunas veces necesita escapar un poco de todo, estar a su bola y respirar.

Ayuda a reconstruir ruinas, cimientos que nunca pierden el color, da igual lo malo que pase.

Es ella, a su manera, pero quien le quiere, le quiere de verdad, para siempre. Huele a victoria en la ciudad. A tiempo. Aunque las circunstancias la llevan lejos...



Que no me comparen

 Que no me comparen.

Que no es lo mismo escribirlo que decirlo.

Que el ‘Te quiero’ bonito es el que suena, el que escuchas cuando menos te esperas, y te eriza la piel.



domingo, 4 de abril de 2021

Nunca ha sido fácil

 Nunca ha sido fácil. Incluso la mayoría de la gente no tiene ni idea de todas esas noches que pasaste sin dormir a punto de explotar. La de cosas que aguantaste, ciega del todo. Todo eso no hizo más que volverte el triple de insegura. Y mira que ya era mucho de serie.

Ahora parece que todo va mejor en esa línea recta. Ya no quieres defraudar más y como te ven bastante contenta... siempre será mejor callar e ir acumulando semanas. Eso piensas. Hasta que llega la noche, cuando sigues sin poder dormir bien, aunque ya de otra manera.

Con lo poco que pides, con lo sencilla que eres dentro de este mundo complicado. Con lo guapa que seguro te despiertas por la mañana. Ojalá hoy toque un día de esos donde dejas de disimular y confías en mí.

P.D.: Debería preguntar por ahí cómo hiciste para que cayeran dos estrellas enormes desde el cielo y acabaran debajo de tus cejas. La posada del descanso.



Creo en ti

 Creo en las personas que te alegran el día. Las que marcan la diferencia y te salvan con un simple abrazo. Creo en las charlas al sol, y en los brindis por lo que sea. En los “a la primera invito yo”, simplemente para que haya una segunda. Creo en las personas de verdad, en las que tienen buen corazón, y en las que no fallan. Las que se quedan, y hacen el camino más fácil. Creo en la compañía, independientemente del lugar. Porque al fin y al cabo eso es lo que importa. Creo en las risas interminables, la complicidad y el cariño. En las personas que saben ser, y no solo estar. Creo en las cosas bonitas de la vida, y en las personas que la hacen más bonita aún.



Agujero negro

 Cuando todo empezó, yo no sabía que había un agujero negro tan profundo.

Ese que se crea cuando algo se acaba. Da igual el tiempo, importa más la intensidad.

Justo cuando crees que ya nadie te va a volver a querer igual, que el resto del mundo te mira raro.

No te encuentras igual al cerrar los ojos, la comida entra menos, y las ganas andan por ahí desperdigadas.

Un pozo, en forma de agujero irreal, que hace que hasta las cosas que más ilusión te hacían suenen aburridas.

Agujero donde toca volver a empezar, y parece que nadie lanza cuerda.



Feliz

 Ella es feliz, es feliz a ratos, al menos. Detrás de esa mirada llena de picardía, se encuentran muchos pasados, muchas historias para contar y otras tantas para recordar. Algún secreto que otro, dentro de su vida.

Mírala, cómo van pasando los años y hay cosas que no se le quedan sin color en el corazón ni con aguarrás. De esas que deberían quedarse atrás, pero no pueden. Ni quiere realmente. Y mira que, en eso de los colores, ella es toda una experta.

Da besos de esos de «va todo bien». Se enfada si no hay enfado de por medio. Y sabe de sobra que eso es el principio del fin que no quiere reconocer. Tiene ganas de gritar. Quiere. Quiere querer.

Siempre se pierde en esa mirada que no debe, pero que le hace subir a varios altares. Se acerca y tiembla. Como para evitarlo.

Y se promete que no habrá próxima vez, que está en otro punto. Pero sabe que tarde o temprano volverá a caer.



Una pequeña diva

 Aunque tú digas que no, eres coqueta. «Una pequeña diva», te digo entre risas. Igual tiene que ver esa pequeña inseguridad que escondes al lado de la timidez.

Observas, miras, piensas...

Quizá por eso muchas veces terminas sin decir nada. Aunque en tus ojos yo lo encuentro todo. Pero no te lo digo. Tú sonríes en esa boca tan bonita y el resto deja de importar durante un rato.

Sin darte cuenta, te metiste en el mismo bucle que un día te prometiste que sería justo en el que tú nunca caerías. Dejaste de controlar la situación tanto como te la controlaban a ti. Esa sensación de agobio en la garganta que ya no aporta nada.

Pero fuiste valiente cuando parecía que no había escapatoria. Aunque ahora seas un poco dispersa. Mira qué bonita se pone tu sonrisa últimamente. Qué afortunado el que consiga besarla. Mira cómo huele a tranquilidad en la ciudad. Mírate, cómo has cambiado a mejor.



No funciona

 Esto no funciona. Lo de ponernos de acuerdo y decidir que era mejor no volver a hablar. Me acuerdo cada día, me imagino dónde estás. Me pregunto si tienes ganas de volver a hablarme. De preguntarme si aún te recuerdo. Leo tus cosas. Te veo en línea. Noto que aunque no nos digamos nada, siempre estamos en contacto. Y es domingo y yo qué sé, quizá es un buen momento para cerrar los ojos y lanzarnos. Igual al vacío. O a sonreír.



Anímate

 Anímate. Y llora. Sí, llora todo lo que necesites. Lo que haga falta. A la hora que sea. No nos damos cuenta, pero a veces es más necesario de lo que creemos. Y estamos en todo nuestro derecho de hacerlo. Así que llora, no te preocupes.

La vida a veces es una montaña rusa. Estamos arriba y abajo en cuestión de segundos, y otras ni siquiera sabemos dónde estamos. Pero no podemos bloquearnos, ni quedarnos quietos, ni dejar que el tiempo pase como si nada. Créeme, es muy valioso, y debemos aprovecharlo en lo que de verdad merece la pena.

Así que si hoy estás pasando por uno de esos días que es más no que sí, te mando un abrazo, y mucho ánimo. Ten paciencia, ponle ganas y no te rindas. Y recuerda: ya vendrán días mejores.



¿Quieres?

 Hasta el día en que te conocí todo el mundo aparecía de puntillas. Quizá era la manera en que tenía el destino de explicarme que tú todavía no habías llegado. Ahora, cuando echamos la vista atrás y recordamos el pasado, es cuando entendemos que algunas veces todo tiene una razón. Que algunas cosas suceden por algo, para bien o para mal. Llámalo destino, llámalo hilo rojo, llámalo corazonada.

Y yo siempre te digo: "Estoy seguro de que, por alguna razón, tuvo que ser así". Cosas del destino, ¡quién sabe! Bonitas casualidades.

La primera vez que hablamos, lo sé, parecía despistado. Suele pasarme cuando me pongo nervioso, miro para otro lado y parece que no hago caso. Pero lo hacía y mucho. Maldije la hora en la que te tuve que irme. Nunca tenía prisa y justo ese día miraba el reloj. No por querer marcharme, sino por deseo de que no se movieran las agujas.

Y pensé que todo se quedaría ahí, que no me tocaba a mí algo tan bonito.

Recuerdo aquel día en que me preguntaste al irte qué tenías que hacer con todas esas ganas de besarme. Y me latió tan fuerte el corazón que casi hay un terremoto en las islas Cíes.

La madrugada de nuestro primer beso, al irme a casa, flotaba. Pensaba que era un iluso, ya que algo por dentro me decía que habías llegado para quedarte. Desde entonces hemos ganado todas las batallas, hemos aprendido a luchar contra viento y marea contra todos los miedos, las inseguridades, los errores. En cada uno de los malos momentos, ninguno arrojó la toalla y, en los buenos, fuimos formando un hogar, una familia, un proyecto de sueños con validez para toda la vida.

Hemos disfrutado de miles de risas en la cama, de muchos viajes. De muchas anécdotas para recordar. Tenemos hasta bien pasados los noventa para dar la vuelta al mundo.

Si tú quieres, el amor será silencio hasta que ya no queden latidos.

Por eso hoy quiero preguntarte: "¿Quieres casarte conmigo?".



jueves, 1 de abril de 2021

ABRIL

 1. Querido diario: Creo que le voy a pedir matrimonio.

2. Querido diario: Y, como yo pensaba, dijo no. Alguien mejor se adelantó.

3. Querido diario: Hoy más que nunca creo que nos conocimos en el momento inadecuado y nos recordaremos siempre.

4. Querido diario: Nos hemos besado.

5. Querido diario: Hoy te lo resumo fácil. Hubo fuego y me hablan las cenizas.

6. Querido diario: Ha sonado una canción que no quería que volviera a sonar para recordarme a ya sabes quién.

7. Querido diario: Una vez más, parecía, pero no era.

8. Querido diario: Ha pasado cerca una colonia que olía a ti.

9. Querido diario: Llegó y es todo lo que quiero que esté.

10. Querido diario: Hoy tampoco me ha hablado. Por lo tanto, nada importante. Hasta mañana.

11. Querido diario: Dos copas de vino.

12. Querido diario: Hoy tampoco. Y ya van demasiados días con sus noches.

13. Qué bonita la vida cuando no funciona el WhatsApp. Se puede escribir, leer un libro, dar un paseo, hablar con la familia. Esas cosas raras.

14. Y, al final, acabaron como habían empezado. Dos completos desconocidos que no se atreven a mirarse a los ojos.

15. Dos personas que se quieren se recogen las alas cuando ya no pueden volar.

16. Con las sonrisas hasta los noventa (años).

17. Ya está bien de esconder el corazón debajo de la alfombra.

18. ¿Hay algo más bonito que el acento gallego? No lo creo.

19. Momentos que repetirías mil veces.

20. Hay canciones que siempre traen recuerdos.

21. En el amor somos unos auriculares. Uno siempre deja de funcionar antes que el otro.

22. La chica a la que siempre hunde, pero siempre termina saliendo a flote sin ancla.

23. Entre las canciones están las respuestas. Para los días buenos y malos. Para los momentos que quieres recordar o para los que quieres olvidar. Pero, siempre siempre, suenan sin avisar.

24. Complicarnos la vida lo vamos a hacer igual. Entonces, ven, que tú me la complicas más bonito y me besas en la comisura.

25. Que la bella durmiente dice que "cinco minutitos más". Que para sufrir por amor hay tiempo de sobra.

26. Y justo ahí te das cuenta de que apareció alguien que te hace sentir como si volvieras a tener corazón. Y cómo late.

27. Tus muslos en mis hombros, el resto te lo imaginas.

28. ¿Sabes lo arrancar una tirita de golpe o ir despacio poco a poco? Pues con las personas hacemos igual. Y ya sabéis cuál de las dos duele más.

29. Hay personas que un día inesperado se convierten en personas. Inolvidables, claro.

30. A estas alturas de mi vida ya no estoy para mendigar amor ni amistad, lo que no es mutuo, no es.





París

 Un trilero en París me levantó cincuenta euros. Lo vi tan claro de nuevo que se quedó otros cincuenta y de regalo mi cara de tonto.

Un trilero de París me hizo darme cuenta de que sabías jugar al engaño. Que parecía que era amor y no fue más que un espejismo.

Que tus labios se perdieron en otros labios que hablaban otro idioma. El del amor. El de tu propio Arco del Triunfo.

Pero otros días negabas todo, decías que me querías. Que me lo creí, y que nunca volvería a jugar al azar de darlo todo a cambio de nada. Jugando sin chaleco antibalas.

Un trilero en París me dejó la misma cara de tonto que al ver que te marchaste y me dejaste todos los recuerdos debajo de la almohada.



Ha pasado tiempo

 Ha pasado el tiempo y ahora me siento imbécil. Por nunca perder la esperanza. Por intentarlo todo mientras solo me dabas largas. 

Por creer aquel "tiempo" que me pedías sin sospechar que era una excusa para dejarme. Para estar con otras personas y que yo no pudiera reprocharte nada. Y tenerme ahí por si algún día te arrepentías y querías volver.

Por ser noche tras noche tu paracaídas. Sin saber que tú pasabas otras volando en otras camas.



Eso intentamos

 Eso intentamos. Olvidar buscando otros ojos. Otras manos. Que ni miran igual ni son tan suaves.

Volvemos a quedar para ir al cine y dejamos que elijan. O tomar algo en sitios que aún no habíamos pisado. Intentamos cerrar los ojos y sentir lo mismo. Nos escuchamos gemir en esta otra primera vez y no suena a deseo.

Pero ni aparecerá a las tres de la mañana de un jueves ni sonarán igual de bonitos sus "te quieros". Ni sus manías, esas que odiabas, son parecidas.

Y, aun así, hay días que escuchamos una voz que nos recuerda a la suya y nos sobresaltamos. Difícil de explicar, pero día tras día es así.

Y bueno, no nos va mal, pero ojalá nos crucemos. Y luego tengas que verme de otra mano. O peor, yo a ti de otra. Otra mano que no sabe cuántas veces hemos pasado por su portal, por si salía de casualidad. Me vuelven a besar, cierro los ojos. Ya no se me cierran solos.