Todos necesitamos alguna vez un cómplice. Alguien que nos ayude a usar el corazón, que nos espere ufano en los viejos desvanes. Que desnude el pasado y desarme el dolor.
Prodigioso, sencillo, dueño de su silencio. Alguien que esté en el barrio donde nacimos, o que por lo menos, cargue nuestros remordimientos hasta que la conciencia, nos cuelgue su perdón.
Cómplice del trasmundo, nos defienda del mundo, del sablazo del rayo, y las llamas del sol.
Todos necesitamos alguna vez un cómplice, alguien que nos ayude a usar el corazón.
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