Sumerges tu mano bajo mi falda con la cara de un niño dispuesto a robar su primera golosina.
Y a pesar de saber que no soy el primer dulce que te llevas a la boca, traigo conmigo los nervios del primer escondite de la infancia.
Debo confesar que no hay mayor regalo en la vida que ver en tus ojos claros las ganas de apagar todas las luces, de cerrar las fronteras que nos separan del mundo, y llenar de calos los metros que nos rodean.
A finde cuentas, y hablando claro, debo confesar que nada me pone más que tu risa en mitad de un beso, que al mirarte ato las horas con orgasmos incansables, que -el día que decidas huir- al niño de las golosinas pienso regalarte una piñata en la que quepamos tú, yo y el mar.
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