Me habría dejado llevar por cualquier cuerpo que me ofreciera una noche de olvido y mil de decepciones.
Deseaba caer en la tentación de robar corazones rotos en Gran Vía. Necesitaba creer en el corte de mi falda, demostrarle que el tiempo de espera había llegado a su final. Yo ya no quería seguir siendo Penélope anclada en la orilla de su mar.
Ojalá hubiera podido mirar otros ojos que no fueran los suyos, sellar unos labios sin pensar en la suavidad de sus besos, explicarle a mi almohada que debía dejar paso a nuevos olores.
Esa noche volví a esperarle, no llegó, y mi cama para dos supo de nuevo a decepción.
El corazón jamás entendió de golpes.
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