Como comenté hace unos días, no me encuentro. Ataques de pánico o ansiedad bastante a menudo. Carreras de las que corres, sudas y no llegas. El aire que tomas no es suficiente para vivir. Y el dolor en el pecho es permanente. Tanto, que sientes que te mueres. Un compañero del trabajo dice que pienso demasiado. Si él supiera la mochila que cargo... Antes era capaz de dominar mi ansiedad. De parar, pensar e identificar estos ataques. Ahora son ellos los que me controlan a mí. Los pensamientos negativos pasean por mi mente sin poder controlarlos. Tengo miedo de que no haya nadie al volante y mi vida se esté convirtiendo en un viaje a la deriva.
Necesito muchas cosas, tantas, que es imposible llegar a todas. Mi ancla es Helena, como ya sabéis. La que me mantiene con los pies en la tierra y la que me detiene ante una huida a quién sabe dónde. Ayer... Focalicé en mi marido, es decir, me dediqué a probarme en la cocina, en hacer un festín porque era sábado. Me dediqué a darle cariño con pequeños detalles después de un duro día de trabajo. Publicando un estado de nuestro mejor momento. Haciéndole ver que él también es importante.
Pero algo hace estallar dentro de mí un fuego que inicia una guerra. Unos miedos que me hacen querer desaparecer, correr, buscar otro camino, apagar el teléfono y abandonarlo, dejar que suene. Ausentarme y que nadie piense en mí, ni se acuerde. El estar frecuentemente mala, tampoco ayuda. La rutina, los problemas del día a día, se convierten en un desgaste absoluto. Y ya es domingo. Apenas me he enterado del fin de semana tan vacío que he tenido. Intentando limpiar a conciencia mi casa para limpiarme a mí por dentro. Es una manera de hacer terapia. Colocar lo de fuera a la vez que lo de dentro va tomando su lugar. Un finde que ha sido como un chasquido de dedos. Un tiempo que he perdido o dejado perder, porque estoy igual o más cansada que el domingo.
Un domingo en el que prefiero la soledad de mi casa y no la compañía de nadie. Mi ordenador, mi serie y ya, mientras duermo a la bebé. Ella es feliz. No para de sonreír. Tiene la sonrisa más bonita del planeta. Y es el sueño por el que se merece vivir.
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