sábado, 5 de septiembre de 2015

No me importa ser su guerra perdida

Tengo tanto que escribir y hoy no soy capaz de encontrar las palabras para sacar esta carga que se ha instalado en mí. Algunos lo llaman ansiedad o “un no sé qué que qué se yo” y otros simplemente se acostumbran a vivir con ello. Ayer fue un día donde la ansiedad fue protagonista. El ansia de verle me mordía cada zona del interior de mi pecho, dolía, quemaba. Necesitaba tenerlo cerca de mí. Lo peor de todo, y lo que me lleva a este sentimiento irracional, es que él no es mío. Es de ella. Aunque haría lo que fuera por tenerlo a mi lado. Es lo que busca, es lo que tanto tiempo llevo buscando. Ninguno volvió a parar el tiempo, ninguno volvió a despertar mi miedo porque alguna noche llegue a su fin.
Nos complementamos, nos terminamos las frases, sabemos qué pensamos con mirarnos. La confianza que nos une ha llegado a su máxima, y sin embargo, tengo que devolvérselo a ella. Ella, siempre será ella.
Hoy es otro día, la ansiedad ha dejado paso a la tristeza al dolor. Hoy cada beso suyo me tortura, me duele, me engancha y me despierta el mono que ayer sufrí por todo mi cuerpo. Hoy doy consciente, de que la guerra está perdida, pero mi batalla la quiero saborear. Quiero besar cada centímetro de su piel, sentir su calor, quiero que su sonrisa solo me pertenezca a mí, que me mire y su pulso se acelere, aunque sea solo en una batalla. Le necesito, solo la distancia es la mejor medicina para que este dolor se esconda en algún sitio de mi corazón.
Es curioso como hay gente que se queda clavada en lo más profundo de nuestro ser, debajo de nuestra piel, donde ni siquiera la tinta de un tatuaje con su nombre llegaría. ¿Cuándo deje de ser yo y empecé a ser él? En esta historia no hay un “nosotros”, no lo habrá nunca. Estarán ellos y yo. Ella y yo. Él y ella.
No hablo de amor, ni siquiera sé de lo que hablo. Sólo hablo de él. Pienso en él, sueño con él, y cada vez que se aleja se crea un vacío, volviéndolo a llenar cada vez que se acerca. Es una obsesión, una droga, una necesidad que roza la locura. Ya no sé vivir sin sus labios, ya sé pensar por mí misma. No me importa ser su guerra perdida.


Patricia Izquierdo Díaz


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