Es inevitable. Es inevitable que la pasión se venga abajo
como un espantapájaros ante la obstinación de la intemperie,
deja de ser lo que era.
La pasión siempre se comporta igual,
viene con la novedad, viene de su mano,
o aparece junto al amor cuando es intermitente
porque la alternancia la lleva a renovarse,
vuelve el viejo cuerpo a ser apetecible.
Pero hace las maletas con pulcritud y sin demora
cuando el amor se hace indefinido.
La pasión es un artículo de lujo
que nadie sabe reponer.
La ataca la rutina por la espalda
y no puede hacer más que replegarse,
buscar otros cuerpos donde la novedad se haga visible,
donde queden poros, carne por descubrir,
batallas por librarse,
así reaparece.
Los celos también ayudan a mantener el fuego vivo
pero hacen que ese fuego a veces sea cruzado,
no un fuego de paz sino de guerra,
no nos vale.
Mi amor, los dos lo sabemos:
viviendo juntos la normalidad lo ataca todo,
la desnudez que es repetida
rompe con su presencia las cortinas del misterio
y nada puede evitar que la monotonía
choque como un tren contra los cuerpos,
como la canción que de tanto oírla
pierde lo que irradia.
Lo que se conoce demasiado pierde brillo,
aplasta al deseo con el peso de la costumbre.
Mi amor, hagámoslo como sea
y tengamos siempre un secreto que contar,
algo que el otro nunca sepa
pero sienta como una advertencia.
No una amenaza de traición,
ni la sombra de un puñal que nos espera,
sino solamente un peligro necesario,
algo que nos recuerde,
que nos avive y nos encienda,
una sensación que esté presente
cuando la rutina se ponga a calentar en la banda
con la intención de salir al campo
para jugarse los minutos más importantes de nuestra vida,
esos en los que hay que tratar de conseguir
que no aparezca la desgana
ni su hermana gemela la monotonía
para que no tengamos que contar
que también nosotros fuimos carne de olvido,
una pareja más
derrotada
por el inevitable fin de la pasión.
Marwan
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