Todo lo que tú has roto, lo rompieron mis manos.
Yo invento tus mentiras y afilo tu puñal
para obligarte a herirme.
Tu sangre nos azota con su látigo rojo;
tu vida es un desierto que fue un río:
hay hombres -dice Keats- que se detienen
igual que una criatura que una vez tuvo alas.
Ésa es tu verdad.
Tus odios no son más que el eco de mis odios.
Cada golpe que das
te defiende de un golpe que yo te habría dado.
Tu mundo es norte y sur, Dios o el infierno,
y en tu azotea hay ángeles que detienen la noche
y en mi sótano hay lobos que que mastican la aurora.
Es fácil de entender.
Yo pongo tachaduras en los papeles blancos
donde ibas a escribir los versos que no escribes.
Yo conduzco a las sombras lo que miro
y si tú abres los ojos
la oscuridad se llena de flores submarinas.
Es sólo el bien o el mal,
la luz o las tinieblas,
mi voz manchada o tu silencio limpio.
Yo no tengo piedad y soy injusto.
Tú eres el juez que llora
sobre las tumbas de sus condenados.
Quién se atreve a dudar.
Yo soy el muerto y soy el asesino.
Tú siempre matas en defensa propia.
Benjamín Prado
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