Hoy es un día que debería escribir una entrada a mi hermano para su cumple, pero he tenido que parar de hacer paquetes porque las letras se me acumulaban en la cabeza y necesitaba expresarme.
Me ha llamado la señora que entrega los muebles del salón, el viernes a primera hora. ¡Pero si no estamos! ¡Concierta otra cita! ¿Y esto? ¿En qué bolsa lo meto? Da igual, aquí mismo, ya lo sacaré... Así es como bulle mi mente mientras dejo vacía la que ha sido mi habitación durante tantos años.
Debería estar saltando de alegría sabiendo que es el momento de empezar mi vida. Lo que he comentado tantas veces con mis amigos: la solución a la mayoría de mis problemas. Dejar Leganés, dejar muchos de los objetos que tienen su historia aquí, hace que me rompa un poquito, una parte de mí se queda aquí.
¿Miedo? A los cambios, como todo el mundo. Pero tengo tanto miedo como ganas de enfrentarme a él. El ave abandona su nido. Y no quiero ponerme a pensar lo que ha supuesto este nido para ella, no, sería todo un error. Quiero quedarme con la mejor imagen posible de mi paso por aquí. Siempre será mi escondite cuando todo se ponga gris, que se pondrá.
La convivencia con Javi no me da miedo, llevo ocho meses viviendo con él. Al contrario, me da seguridad, porque las sorpresas que nos podamos llevar ambos, serán siempre menos que quien comienza de cero una aventura parecida a esta. Los dos pensamos igual. Los dos dejamos la tapa bajada del váter. Los dos entramos en la cocina (él sabiendo y yo de pinche), los dos nos adaptamos a los cambios usando la resiliencia que la vida nos ha dado.
Supongo que es síndrome de Peter Pan. Me hago mayor y ese no fue nunca mi deseo. Me hago mayor porque ya soy totalmente dueña de mi vida. Sin límites impuestos por otros, avanzando hacia los sueños a los que nunca me han permitido llegar, descubriendo metas que ni siquiera me hubiera planteado en otra época y más fuerte que nunca, más segura y con el mejor compañero que he podido encontrar.
Una vez en casa, los cambios no cesarán. El día 11 de septiembre seremos Señor y Señora, pero ese es el cambio que menos me preocupa, no deja de ser la firma de un papel.
Javi, te prometo broncas, días grises y oscuros, días en los que no me apetezca hacer nada porque la vida se me ha cruzado, te prometo un terremoto en medio de una calma y una clama en medio de una tormenta, te prometo poner tu vida patas arriba, desordenada para después ordenarla con algunos cambios, ¿paz? No, no te prometeré algo que me es imposible cumplir. Eso sí, te daré el cielo para que vueles, cambies, hagas piruetas, te confundas, cometas errores y al final... un hogar al que volver para refugiarte. No te puedo prometer la casa de la pradera, porque no somos así. Porque si tuviéramos un cactus (que lo dudo), discutiríamos con él por pinchar demasiado.
Aunque sí que habrá muchas reconciliaciones (muchísimas), peleas en la cama donde mis puños nunca apunten bien y te den en algún sitio donde duela, cenas de chino porque no queramos cocinar, te prometo series, películas, salidas, museos, exposiciones, viajes, momentos, aventuras de las nuestras que siempre acabamos con algún percance, bajas infinitas porque nuestra salud no es nuestro fuerte, cena con amigos, planes que a última hora nos dan pereza, te puedo prometer que haremos lo que nos plazca a ti y a mi, charlas políticas que acaban en documentales como el de ayer... Te prometo que estas pequeñas cosas no cambiarán puesto que somos lo que somos porque estos son nuestros cimientos.
Porque somos así, un pack donde la igualdad de opiniones, adaptarnos uno a otro, comunicación y demás, son nuestros puntos más fuertes. Porque tu pensamiento es tan válido como el mío (aunque yo no me baje de la burra jamás) y la sinceridad siempre nos acompaña.
Gracias por hacerme este trance, cambio, camino o llámalo X más fácil, por no soltarme nunca de la mano y bajarme de la parra cuando algo me ronda la cabeza. Porque ya me conoces a la perfección. Sabes que cuando algo me preocupa, todo mi ser se apaga concentrándose solo en eso. Y ahí estás tú, para dar luz a todo lo que me rodea más allá de mi problema. Porque los dos sabemos que para ciertas cosas, hablar no sirve de nada, ni siquiera llorar. Puedes resignarte y poco más. Y es ese momento cuando aparece una bolsa de fritos o palomitas para alegrar el momento, porque como siempre te digo, mañana será otro día.
Cariño, prepara las maletas, que comienza un nuevo capítulo...
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