Ojalá que no te indulte el tiempo, que los perros del arrepentimiento te estén siempre esperando en la puerta de tu nuca.
Has sido cobarde.
Has dejado que se fuera la luz por el desagüe, le has puesto candados de sombra a la noche ya marchita del deseo.
Ojalá sientas el insomnio como una larga enfermedad cuando la nostalgia y sus fábricas vengan a hablarte de mí, cuando yo ya no esté cerca.
Le has clavado un puñal a la vida dejando a la razón hacerse con lo nuestro, cuando quedaba claro que solo había que hacer una cosa: observar la dirección en que apuntaba con su dedo la locura.
Has dicho no por miedo al daño y mereces eso, una piscina de vacío, la caricia del dolor sobre tus sienes, una vida biselada con desvelos.
Mañana aullarán los mastines del arrepentimiento en tu ventana y sabrás que esa melodía de cristales doloridos son las letras de mi nombre.
Porque los nombres del pasado regresan al galope en las madrugadas para cogerte de la pechera y explicarte que fuiste cobarde.
Ya no volverás a verme.
Este amor cerró por defunción.
En el parte del crimen queda bien relatado: fue una masacre, no ha quedado ni rastro de nosotros.
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