Las listas de ventas me saludan y la felicidad de saberme un triunfador —según los parámetros actuales de éxito— masajea mi ego, me aporta calma y cierta seguridad.
También ayuda a mi bolsillo.
Hasta aquí todo en orden.
Pero por dentro, una vez detenida la ola de la vanidad permanece activa, desde el primer poema que escribí, esa pregunta: si alguno de estos poemas cumplirá con eso con lo que verdaderamente sueño, ser valioso para alguien; si alguna de mis líneas, alguna vez, provocarán una emoción imborrable en un lector futuro.
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