Le gustaba jugar con las estrellas, que le leía a ella en su espalda.
Trazaba constelaciones imaginarias en su mente, para luego viajar a su vía láctea, donde cada lunar era una luna con su nombre.
¿Y ella? Era tan juguetona que intentaba ocultar su sonrisa, pero no podía disimular que él era su mundo. Y así pasaban sus días, haciendo de su día a día un juego nuevo a diario, eran tan juguetones que la picardía de un simple beso, servía de excusa para dar los buenos días.
Ellos dos, eran tan juguetones que hacían de la arena de playa un colchón, hacían de una simple discusión una pelea de almohadas, eran capaces de correr sin parar para verse un segundo, aun sabiendo que uno de los dos llegaba tarde al trabajo.
Y así fueron jugando hasta el día de hoy, que uno tiene un mundo en ella y ella vive en su mundo por él.
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