Realmente, todo empezó el día 14 de noviembre de 2022, a las 6.30 de la mañana cuando me levanté al baño a hacer pis y creí que se me salía desde la cama al váter. El caso, es que no rompí aguas como en las películas, tipo "cataratas del Niagara". Fui muy poco a poco. Cada vez que me movía, cada vez que me sentaba o levantaba. Algo... se salía. ¿Esto es romper aguas? No podía ser otra cosa, porque tanta cantidad de pis, era inviable. Llamé a Javi... El pobre en su día libre. Tenía la esperanza (que quitando llevar a Cuquito al cole) iba a poder descansar. Nadie perdió los nervios. Yo di de desayunar al pequeño y Javi comenzaba de un lado a otro a ordenar la casa, a que nada nos faltara para llevarnos al hospital y hacer recuento de bolsas y maletas.
"Tranquilidad" pensé. Esto va para largo. Por primera vez en todo el embarazo, estaba bien. No tenía contracciones, aquellas que me habían dado desde la última infección. Estaba bien, pero había que irse al hospital. Dejamos a Cuquito y Maya con mis padres, ellos se encargarían de todo. Y Javi y yo, partimos a la que sería nuestra mayor aventura.
Una vez en Móstoles y en urgencias, me mandaron a monitores. Yo seguía expulsando agua y más agua... Aquello no acababa nunca. Nos dieron una habitación donde poder estar a solas doce largas horas, esperando que el parto se iniciase por sí solo. Todo de manera natural, claro. A las 20.30 de la tarde, me bajaron a monitores y me pusieron una pastilla vaginal de oxitocina, ya que en todo este tiempo solo había dilatado un centímetro. Horrible. Después de la pastilla, si así eran las contracciones de parto, eran soportables. Podía seguir aguantando. A las 23.00, la dilatación era la misma, así que... ¡segunda pastilla vaginal! Aquello era cansado por la cantidad de horas que llevábamos ya, pero soportable. A las dos de la mañana tras otra sesión de monitores, decidieron ponerme la oxitocina en va (el famoso goteo), pero antes, la epidural. ¡Qué bien! Mi tatuaje no afecta a la epidural. La verdad es que ese fue mi pensamiento, para que veáis mi estado de tranquilidad que tenía.
A los veinte minutos de la epidural, empecé a sentir dolores inaguantables, estamos hablando ya cerca de las tres de la mañana o cuatro, la verdad es que allí dentro del paritorio, pierdes toda noción del tiempo. Me suministraban más y más anestesia hasta que la niña dio el aviso de que su tensión bajaba, como la mía... Nos íbamos. Un puñado de matronas pasaros corriendo a ponerme de lado mientras Javi miraba el percal un poco perdido. Una vez reanimadas las dos, me hicieron otro de los muchos tactos que te hace... ¡cinco centímetros! Una hora más y estaba lista, pero el cuerpo no ha de ir tan rápido, de ahí inicio de hemorragias. Así que, goteo fuera. Y a esperar.
Tengo que decir a todo esto, que las matronas de todos los turnos fueron maravillosas en el trato y que su trabajo era impecable tanto conmigo, como con la bebé como con Javi. Y desde aquí siempre daré las gracias al equipo entero.
A las nueve de la mañana, vino la que para nosotros fue un ángel de la guarda, Rocío. Me encontró llorando como una niña. El dolor ya era inaguantable, y la epidural seguía sin funcionar. No recuerdo haber gritado y llorado de dolor a ese nivel, nunca. Pero por mis narices, iba a sacar a mi hija de dentro de mi. Probamos todas las posturas posibles, cuadrupedia, de lado, de otro lado... Era capaz de moverme perfectamente, mis piernas no estaban ni dormidas, ni anestesiadas. Pero el dolor no me dejaba ni empujar.
Sobre las 11.00 de la mañana volvieron a ponerme la epidural por si el catéter estuviera mal, pero el resultado fue el mismo. Cinco personas en el paritorio (dos ginecólogos y tres matronas), metiendo la mano como si de un parto de una vaca se tratara. Girando a mi hija porque venía con la cabeza torcida. No había manera de mover a un bebé de cuatro kilos. Volvimos a intentar empujar un rato más mientras todos giraban a la niña. Fijaros el cansancio que tenía encima, que me dormía a pesar de los dolores de las contracciones, de los tactos y de tantas manos metidas ahí dentro.
Pregunté a Rocío si quedaba mucho, quería una cesárea, no podía más, que me la sacaran. Rocío molestó de nuevo a ginecólogos y anestesistas, a más matronas, le daba igual si ahí fuera había o no mucho jaleo. Ella quería acabar con esto tanto como yo. A todo esto, Javi hizo migas con ella y estuvo a sus órdenes. Javi a día de hoy, puede convalidad la profesión de matrona si quisiera.
A las 13.30, ya estaban preparando el quirófano para mí y para Helena. Tengo lagunas de todo aquello, estaba súper cansada. No podía más. Avisé de que la epidural no me hacía efecto y probaron a cortarme con el bisturí, jamás podré describiros ese dolor... Hasta que a alguien se le ocurrió dormirme entera. Escuché de lejos, como en una nube decir a Javi: "Es como tú, Pati". Según Javi, Rocío me la ofreció a mí y yo dije que se la dieran a Javi, pero de eso yo no me acuerdo, ni me consta.
Lo siguiente que recuerdo es que eran las 18.30 y yo seguía en reanimación porque tuve otra bajada de tensión de la que de nuevo, tuvieron que recuperarme. Pregunté por mi marido a Rocío que vino a verme y a felicitarme por el parto que había tenido, que no todo el mundo hubiera actuado así ni participado de esa manera. Pero, ¿y Javi? Javi estaba en el paritorio con la niña y pronto subirían a la habitación.
Pedí subir yo también, intenté espabilarme como pude y decir que estaba perfecta, pero no me dejaron. Al final, un celador, súper majo me subió. Y vi a mi madre con el móvil. Estaban todos, mis padres, mis suegros, mi marido y mi hija. Mi padre vino a verme al pasillo y lo primero que me dijo es que era preciosa, muy bonita. ¡Ah! Y mi abuela también estaba. Como os digo, tengo alguna lagunilla. Después, no recuerdo muy bien qué sucedió. Recuerdo agobiarme al ver tanta gente, pero a mí solo me importaba Javi.
Es cierto que yo pasé los dolores, pero supongo que no es nada fácil estar al lado de alguien a quien quieres viendo todo lo que vio. Los días siguientes, él tuvo que encargarse absolutamente de todo y ayudarme con la lactancia materna. En cuestión emocional, es muy duro conocer a tu hija la última de la familia, no poder cogerla debido a la cantidad de grapas y puntos que tengo (que todavía tengo), no poder cambiar un pañal... O sea, no poder hacer nada de nada, porque simplemente, mueres de dolor.
Sólo estuve dos días en el hospital después de la cesárea. Parece ser que el protocolo de ahora es... "cuando antes te vayas, mejor". En la planta cuatro, también tengo que agradecer a todos los turnos de enfermeras y auxiliares por el trato y el amor hacia mi bebé. Les gustó mi gorda, que sólo comía y dormía, no lloraba con ninguna prueba. Me hizo gracia que cada vez que terminaban sus turnos, pasaban por la habitación para despedirse de Helena, la bebé criada.
Helena nació a las 2.33, con 3.700 kilos y 49.5 cm. Para ser una niña, es enorme. El mayor peso lo lleva en sus mofletes. Nació perfecta de color y guapa y no es porque sea su madre, es objetivamente hablando, podéis preguntar al club de fans que se creó allí en el hospital.
La lactancia sí que nos costó un poco, nos cuesta porque duele y duele mucho. Además, se duerme mientras succiona, también es muy pequeña.
Creo que ha sido mi mayor aventura. Todo por hacer realidad el sueño de ser madre. Y no hemos podido tener más suerte con Helena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.