A veces no quisiera
morder una canción en la naranja;
ni oír que en el reloj se enrosca lentamente
la anaconda del día;
ni buscarle a los muros blancos de lo visible
las grietas donde crece
la flor oscura de la realidad.
A veces siento envidia de quien no está obligado
a abrir en cada nombre un tragaluz
que aclare
su infierno y su sentido;
quien no ve en la escalera
la terrible columna vertebral
del dragón de los sótanos
o no intuye en las cruces el ancla de la muerte.
Qué hermosos debe ser un diccionario
en el que las palabras no sean contraseñas,
ni llaves,
ni victorias,
ni redes, ni aduanas,
sino sólo ellas mismas: huracán, cicatriz,
selva, música, amante, silencio, rompeolas...
A veces
no querría imaginar que existes,
ni soñar que las líneas de mi poema dejan
un zarpazo en tu piel.
Porque es dulce cortar el alambre de espino
de los versos tachados;
saber que en el maíz ser deletrea un tigre;
bajar a las palabras en busca de su música,
ser su centro
como la capital del dolor es la herida;
y a la vez es tan duro
admitir que padeces
la maldición de todo lo que al no ser exacto
tiene que conformarse
con ser sólo infinito:
cada persona trata
de lo que no ha logrado el poema anterior.
Dime tú si al final tendré que arrepentirme.
Benjamín Prado
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