domingo, 4 de febrero de 2018

LA PALABRA MARÍA

Yo sé que la palabra María bien podría parecer un conjunto de cinco letras que se dan la mano, un nombre propio muy común. Nada de eso. Es una palabra que encierra quinientas noches ajenas al insomnio, una palabra que tiene un cuerpo frágil y perfecto como las alas que le salen a los niños.

Detrás de la palabra María se encuentra la boca que borra todas las cicatrices, la cara que atiende directamente las instrucciones que le da el verano. Es una palabra que castiga a la melancolía, que la saca al primer beso de mi cuadernos y que anula a otras palabras como decepción, condena, sed, ausencia, venganza. Las borra todas cuando acerca su boca hasta mi sexo y asciende preguntando si me gustó.

Esa palabra suele pasar las vacaciones conmigo, me dio la mano por París, voló a mi lado en las Galápagos, me besó sobre las baldosas de Dubrovnik.

La palabra María vive en la misma dirección que yo, duerme cada noche en mi cama y no veas el hambre feroz que trae al desayuno cada mañana. Es una palabra que tiene sueños incompletos, que cocina conmigo y que vuelve maldiciendo del trabajo cuando el gobierno anuncia nuevos recortes en sanidad, porque es una palabra experta en pediatría, una palabra que cuida niños.

La palabra María mide casi uno setenta, tiene el pelo negro, la boca roja y los pies mirando hacia los treinta. Es una palabra que odia a los políticos, que disfruta cuando estás feliz, que te coge la mano cuando conduces y te dice: ya verás, ya verás como todo va a ir bien.

La palabra María es el verso definitivo que persiguen los poetas porque lo tiene todo, porque siempre es verdad, porque enciende las habitaciones donde llora mi niñez y la coge en brazos hasta calmarla.

Esa palabra es mi cable a tierra y, aunque realmente no le guste que la llamen así, así se llama mi amor.

Marwan


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