Empezaré por el final... la quiero.
Todo empezó por un abanico. Un día de mucho calor, ¿o eran los nervios? Es igual, el caso es que las dos nos asábamos como pollos ese primer día de universidad. Donde ninguna sabía nada de la otra.
No recuerdo cómo, ni por qué, ni exactamente el momento en que se convirtió en una pequeña pieza indispensable en mi día a día, en cada semana, en cada mes... y en mi vida.
Tampoco sé calcular la velocidad del tiempo, ni como el cariño crece poco a poco, a pesar del desgaste de los trabajos, de las clases, de las largas horas encerradas en la biblioteca, de comidas, de risas, de mil historias que solo quedarán para nosotras...
Llegaste a mi casa, dormiste conmigo, pasamos uno de los mejores días que he pasado desde hacía mucho años... ¡Un viaje a Toledo! Un viaje, debo añadir, sorprendente en muchos sentidos.
Compartir mi vida contigo es fácil, todo se convierte en locura, en retos por conseguir, en cafés maluchos de máquinas careras. Con ella, todo cambia de color, al día gris le pinta un arco iris.
Pero por lo que me quedo con ella, no es por su primera impresión, su primera capa de locura, no, no, ¡para nada! Me quedo con ella, por haberme dejado descubrir que lo más valioso que tiene está detrás, está debajo de tantas capas, de esa preciosa sonrisa, de esa mirada, de esos abrazos y besos que me da a todas horas... detrás de todo, yo me quedo con su corazón.
¡FELICIDADES LAURA!
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