¿Sabéis esa sensación de echar de menos
acurrucarse al lado de otra persona y simplemente oírle respirar y latir el
corazón? Porque eso echo de menos. Oírte respirar a mi lado. Que simple,
¿verdad? Y sin embargo es lo que más quiero. Solo que existas es el mejor
regalo de Navidad que me han hecho nunca. Y sé que te necesito a mi lado. Que
es a ti a quien busco en las malas noches. A veces lo eres todo. Y otras veces
no te quiero ni ver. Supongo que en eso consiste un poco todo. Echar de menos y
echar de más. Eres precioso. Echo de menos tus manos sobre mi cuerpo. Sentir tu
calor a mi lado y tus palabras. Apoyarme en tu pecho y sentir tus latidos. No
saber quién está soñando de los dos. Hacerme un ovillo a tu lado y que me
acaricies la cabeza como si fuera un gato en busca de calor. Como si fueras mi
chimenea en la noche más fría en la casa más helada de Madrid. Cuando hace un
calor horrible con la calefacción central y nos estamos destapando y quitando
el edredón. O quizá es mentira y la calefacción eres tú u hace un frío de
cojones ahí fuera. Pero antes no lo sabía. Ahora echo de menos eso. Y ponerte
ojitos para que duermas conmigo. Y sentirte a mi lado cuando me despierto y
siento que no puedo más. Poder acariciarte cuando sé que no voy a poder
dormirme y verte descansar. Ajeno a todo. Pero no estás. Ni siquiera sé si
existes. Si eres real. Si eso pasó de verdad. Y eso duele.
Patrinqueart
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