Tú creíste que ibas a condenarme;
que al vender mi confianza
comprabas para ti la impunidad
y para mí el descrédito,
la cárcel, el castigo.
Pobre incauto, porque es el delator
quien vive para siempre
preso de quien le paga;
quien camina
sobre cristales rotos;
pasa sed junto al Mar de los Remordimientos;
no tiene donde ir pues todos saben
que el miedo alguna vez esconde héroes,
pero la cobardía sólo oculta canallas.
Tú vives entregado
al temor y la furia.
Hieres para ocultarte,
golpeas porque un puño
es lo contrario de una mano vacía.
Hiciste de mi espalda
una diana.
Me enseñaste que nada
se pierde como aquello
que se le da al ingrato.
Pero no tienes
mucho que ganar;
tu odio va va a durar más que mi dolor
y el tiempo que me cure
será tu penitencia.
Recuérdalo:
mientras tú enciendes lámparas
en mitad de la noche
para no ver tus sueños,
yo dormiré tranquielo.
¿Aún crees que has logrado una victoria?
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