Un día me preguntaron que qué era la felicidad, y no supe dar respuesta.
Pero hoy me he parado un poco a pensar, y me he dado cuenta que la felicidad se tiene que parecer mucho al abrazo de un abuelo cuando llevas tiempo sin verle, y a esa sonrisa que se contagia. Seguramente la felicidad se parezca mucho a cuando tu madre te hace tu comida favorita ese día que estás regular o cuando tu padre te lleva a la cama cuando te has quedado dormido en el sofá. Tiene que ser algo parecido a cuando te besa por primera vez el chico que te gusta, cuando te dicen “te quiero” al oído o cuando te quitan los miedos antes que la ropa. A cuando te hacen reír por cualquier tontería, cuando te encuentras una carta antigua en ese cajón de recuerdos o cuando vences eso por lo que estabas luchando. La felicidad se tiene que parecer mucho a cuando consigues llegar a la meta, cuando los que confiaron en ti se emocionan al verte cumplir ese sueño y cuando descubres que puedes con todo. Tiene que parecerse a cuando unos ojos te miran sin parar, unas manos te agarran bien fuerte y unos pies te acompañan a cada paso. La felicidad se tiene que parecer a cuando vuelves a casa después de un tiempo y sientes que nada ha cambiado, cuando ves el sol después de tanta lluvia y cuando sientes el mar en tus pies. Seguramente se parezca al calor de un hermano, a las palabras exactas en el momento justo y a los brindis en cualquier bar.
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