Todas las noches se arrepienten. Tenía todo lo que quería y lo dejó marchar. Bueno, más bien le invitó a que lo hiciera. Y cuando quiso volver una vez, allí ya no estaba. No habrá noche en la que no piense que ojalá al levantarse todo pudiera volver a ser como antes. Cómo fue tan idiota, no saber valorar tantas veces tantos detalles. Incluso extraña aquellos defectos. Odia pensar en aquellas tardes en las que ponía excusas para no quedar. Aquellas noches en soledad en las que lo echaba de menos. Quizá verlo tan seguro todo y que todo fuera perdonable, aunque hiciera daño.
Y ahora, todavía tan cerca y a la vez tan lejos, observa cómo su otra mitad rehace si vida poco a poco. Sin echar la vista atrás, aunque duela. Hay cosas imperdonables. Y hay veces que el daño llegó a cantidades que no se pueden permitir. Que quizá se la pudo jugar una vez, pero por dos ya no pasa.
Y seguirán pasando los años, las canciones, las arrugas y todavía muchos recordarán que una vez fueron un viaje para dos. Y ahora nunca se llaman...
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