Nunca dije adiós a la primera,
siempre formé parte de los chicos
que se quedaban esperando
a que fuera el azar quien lo aplastara
o le diera un beso.
Siempre esperé
a que la vida o las mujeres,
perdonen la redundancia,
decidieran por mí.
Me dejaron todas las chicas con las que estuve antes de los veinte:
Leticia, que me deseligió y me cambió como un cromo
yéndose con un chico de ojos azules.
Lucía, que me dejó tres veces y a los veintisiete,
tras diez años sin vernos,
me pidió el beso que nunca llegamos a darnos
unos días antes de su boda
para estar segura del camino que tomaba
Nunca os diré cuál fue el desenlace.
Marta, que me hizo temblar en un banco del parque
regalándome la maravilla del primer beso con lengua
pocos días antes de los trece.
Blanca, que me quiso con catorce
y tardó diecisiete
en dejarme volar entre sus piernas.
Raquel, que sé que tuvo un hijo
y que vino a algún concierto.
Ana María, que supo desabrocharme la ropa y la niñez sobre una cama el día de nuestro aniversario.
Y Susana, que nunca rompió conmigo
porque nunca me permitió ser realmente nada suyo.
Las recuerdo a todas y a casi todas con cariño
pero no puedo evitar pensar
que junto a ellas nunca aprendí nada,
no por su culpa, sino por la mía,
que hasta hace muy poco
pensaba que el amor consistía en sentir mucho,
en querer hasta reventar, en que el amor doliera,
en sentir una admiración religiosa por la piel amada
y no en encontrar una maravillosa compañera de viaje
como ahora pienso que debe ser.
Principalmente porque la pasión en la que me basaba
irremediablemente
acaba emigrando a otras habitaciones
y no hay un motor en el mundo
que tras hacerlo trabajar a toda maquina,
-sin un segundo de respiro-,
aguante al mismo ritmo por varios años.
Obsolesncia programada, así lo llaman.
Tal vez por eso ahora me lo tomo con más calma
evito las ciudades de la prisa
y acepto que los días grises también
forman parte del decorado.
Tal vez por eso, amor,
no te entrego todo el fuego
ni me vacío para dártelo todo
porque eso me convertiría
en un hombre sin nada.
Por suerte tú tampoco lo haces
no inviertes toda tu fortuna
para rodar una escena perfecta
y haces bien.
Pero también sabes que nunca falto
y yo sé que tú nunca faltas
y sabes que yo sé que darías todo lo que hiciera falta
(que no es lo mismo que darlo todo)
y yo sé que tú sabes que daría absolutamente todo por ti
pero que tampoco hace falta.
Y todo,
la palabra nosotros,
estas reflexiones,
las noches a tu lado,
forman parte de algo
que no he llegado a entender
pero que me hace inmensamente feliz.
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