miércoles, 21 de marzo de 2018

EL ECOLOGISTA

En las gasolineras se funden los glaciares.
El humo de las fábricas busca ataúdes blancos.
Quien tala el abedul detiene un río.

Yo miraba los bosques desde el tren.

El cáncer es la sombre de las selvas quemadas.
Los poemas de Lorca crecen en los naranjos.
Los desiertos empiezan en las peleterías.

El tren dejaba atrás marismas y humedades,
dejaba atrás el salto de los ciervos y el martín-pescador.

Los detergentes llenan de azufre las manzanas.
En las niñas que lloran dentro de los quirófanos
se oye el grito del urogallo herido.

El tren cruzaba campos de maíz,
subía a la montaña lejos, lejos del hombre
que inmiscuye un puñal en cada espiga, lejos de su aire análogo al veneno,
sus nubes de nitrógeno, sus hornos de carbón.

El tren y la langosta que se fragua
a sí misma en la espesura;
en tren junto al limón que abre la oscuridad
con dedos amarillos;
la caracola llena de pagodas torcidas;
el ciervo reclutado al azafrán.

Pasaba el tren, hermosa cordillera instantánea,
horizonte mecánico, dragón oscuro de los manantiales.

Pasó el tren y quedó ilesa la vida.

Benjamín Prado


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