lunes, 3 de mayo de 2021

La noche era un animal

 La noche era un animal fuera de una jaula, podía destrozarnos en cualquier momento con una avalancha de nostalgia, podía clavarnos sus dientes sobre la frágil pared del corazón, tal y como suele suceder de madrugada, cuando el dolor tira los dados.

Pero no fue así. La noche se abrió paso entre nosotros como una tregua cuando sonriendo desde el otro lado de la barra, a mi enésimo guiño de la noche, me dejaste esa nota escrita, ese billete de ida al paraíso:

"No puedo hablar ahora. 

El jefe nos vigila.

Salgo a las 6, si me esperas y me invitas a desayunar, te invito yo a lo que surja". 

Y surgió todo y conocí la dirección desde donde manda postales la felicidad, que está en una buhardilla de Malasaña donde un ángel, tú, te quitaste el plumaje para devolverme la felicidad que en otra piel había entregado y jamás me había sido devuelta.

Y para mi asombro no me diste una mañana, sino el futuro entero, bien envuelto para regalo, para usarlo el resto de los días de mi vida.

Ahí entre las mantas me lo explicaste:

"Dos cuerpos y ganas de comprenderse. 

No hace falta más, solo eso.

El resto, tonterías.

Esa es la receta de la felicidad". 

Y yo no sé si es del todo cierto o no, porque nunca antes la había sentido de tal manera, pero me temo que todo lo que surgió a partir de ahí o es la felicidad o se le parece demasiado.



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