jueves, 23 de agosto de 2018

De padres a hijos

Hay quien piensa que ser niño deber ser eso,
tener que escuchar ten cuidad 
¿qué te tengo dicho?
no hagas eso
no corras
no hagas ruido
no rechistes
no, no, no, no, no... 
y es extraño porque ser niño
consiste precisamente 
en no tener cuidado
en no escuchar
en desobedecer
en correr
en hacer ruido -mucho ruido-
y sobre todo en protestar.

Quizá es lo que los adultos 
miramos el mundo sin sorpresa en la mirada,
con ojos de adulto, no de niño.

Nos invade una vulgar necesidad de corrección,
somos los guardianes de la apariencia,
nos empeñamos en que no cometan errores,
de hecho, a menudo ni les dejamos,
cuando ser niño consiste, sobre todo, 
en quivocarse.

Pero los niños se pasan el día escuchando la palabra no 
-treinta y cinco veces al día según estudios-
y es curioso porque cualquier adulto ante un solitario no 
puede convertir una cena en una campo de batalla.

Para ser un buen padre hay que aprender
a permitit equivocarse a tus pequeños,
llevar la luz hasta su vida,
no dejarles en herencia nuestro alud de frustraciones.

Los niños viven en un mundo suspendido,
maravillados en la composición de un escaparate,
encerrados en una habitación donde nunca reina el tiempo,
donde solo hay voz para el juego y la sorpresa,
ajenos a las leyes de quien ya ha caído
y ve el mundo a través de sus caídas.

Pero más allá de eso un hijo nos recuerda cosas
que no deberíamos dejar de ser,
canciones que no debemos olvidar.

Convendría dejar de pensar
en quiénes queremos que sean nuestros hijos,
mirar hacia nosotros y plantearnos
quién deberíamos ser para ellos.

Sería bueno entender del todo
que ser niño es explorar,
tocar, saltar, vivir sin remolques,
que para aprender a valorar las cosas
primero hay que aprender a romperlas
y a llorar después de haberlas roto,
que para caminar recto es preciso
comprender en primer lugar
qué significa andar torcido
y que casi todas las heridas
-po mucho que nos cueste pensarlo ya de adultos-
tienen arreglo.

Ser padres es ofrecer un lugar al que agarrarse,
una senda que pisar,
una verdad sin dogmas ni cargas propias
para que vayan bien ligeros de equipaje.

Pero mucho más aún
para que un niño aprenda 
hay que dar ejemplo en lugar de órdenes;
orientar y ordenar no solo tienen tres letras de diferencia
es la distancia entre una infancia feliz
y un niño asustado.

¿Queremos eso? ¿Queremos adultos
que no pudieron ser del todo niños?
¿O mejor dejamos a nuestros pequeños
volver morados y sonrientes?

Porque ser niño es todo esto que te estoy contando
aunque yo ya esté empezando a olvidarlo.

MARWAN



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