El amor comienza normalmente por
la vista. Tal vez por un flechazo al
verla sentada en el banco de un parque o tras encontrártela varias veces en el
autobús camino de clase. También puede ser un concierto o el gimnasio. Si
consiguieras oír su voz comenzaría la participación del oído. El amor podría derrumbarse si hiciera declaraciones estúpidas
dignas de un futbolista sin el graduado escolar. En tercer lugar haría acto de
presencia el olfato, el olor
corporal, su perfume, su champú, el delicado suavizante que sobrevuela su ropa.
Si la cosa va bien, como parece ser, en algún momento entrará en juego el tacto con algún roce de fortuito, algo liviano
que se irá intensificando poco a poco para que el contacto pase de lo fortuito
a lo íntimo, quizá con algún abrazo de despedida o alguna caricia amistosa como
antesala de lo que parece inexorable: que se complete el ciclo del amor con el gusto justo en el momento en que
juntemos nuestros labios para darnos el primer beso, el que dé comienzo a
nuestra historia.
Marwan
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