¿No te cansaste ya de echar la culpa al viento?
¿De escudarte tras las puertas que te cierran?
¿De hacer caso a quien te impide hacer tu vida?
El frío solo lo siente quien tiene la costumbre
de acercarse demasiado a lo que otros esperan de ti
o quien encara sin armas la llegada del invierno.
Y me dirás ¿y cómo se abriga uno
contra los reproches?
¿cómo te abrigas tú
contra puñal de la crítica?
¿cómo huyes de un corazón roto?
Hay diferentes abrigos:
está el abrigo de no entrar en el juego del reproche,
de no jugar bajo esas reglas.
Huye de todo juego
donde las reglas
no sean pactadas.
Luego está el abrigo de mirar con distancia
el puñal de la crítica,
de no clavártelo tú aún más adentro.
Mira a la crítica a los ojos,
y observa de quién es.
Verás que a veces no es más
que una gabardina sucia
que se enfunda quien necesita
encubrir de algún modo sus complejos,
un modo de ocultar la frustración,
su forma de taparse las carencias.
O tal vez sea bueno que apoyes tu oído
sobre el lomo caliente de la crítica
y escuches lo que puedes aprender.
A veces, lo que ves como un zarpazo
no es más que una oportunidad
para que encuentres el camino de la luz.
Y plántales cara cuando sea necesario.
Porque el hombre se agiganta
cuando sus ataques no tienen respuesta,
se cree el guardián de la verdad.
¿Y si el corazón está roto? ¿Cómo huir?
Nada de huir de un corazón roto,
rebusca en sus pedazos tu respuesta,
aquello que el dolor quiere que escuches.
Recuerda que alguien solo se va de tu lado
cuando ya has aprendido en su compañía
todo lo que tenías que aprender,
como el pez que estando en tu plato
solo deja raspas
-nada más puede ofrecerte.
Recuerda que cuando algo duele demasiado
es porque una y otra vez no aprendiste
lo que tenías que aprender:
a amar, a amarte, a decir no,
a aceptar que no quedan brasas donde soplar,
a dejarlo ir, asumir que te equivocaste
y quisiste a quien no se lo merece
o simplemente que hay cosas que se acaban.
No te escudes en las puertas que te cierran.
Recuerda que no hay un hombre
que no sepa pintar su propia puerta,
que no sepa inventarse una salida.
Y cuando no puedas abrir una puerta
recuerda que no siempre está equivocada la llave,
que, a veces, lo está la cerradura,
o quizá estás intentando abrir la puerta equivocada.
No escuches demasiado a quien no permita que te caigas.
No hay golpe más duro que vivir intacto,
que quedarse sin heridas.
Y no olvides que quien más te quiere
también puede estar equivocado
y solo intentan que no sufras tú
lo que sufrieron ellos
y eso no es posible.
Recuerda que todo esto que te digo ya lo sabes,
solo que lo has olvidado.
No te enamores de la culpa,
que no te hiele la adversidad,
que no te salven las palabras de los otros,
nunca lo permitas.
Nadie ha dicho que sea fácil,
pero alguna vez tendrás que hacerlo.
Está en juego tu felicidad.
MARWAN
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