martes, 22 de mayo de 2018

Dejamos que vencieran los Bárbaros

Por los días aquellos de la infancia perdida,
las horas luminosas y los cuerpos dorados,
por las noches vencidas en tu cuerpo y el mío
buscamos cómo era la derrota del tiempo.

Y todo tiene ahora ese sabor que tiene
la casa cuando sólo nos queda el olor acre
de ceniceros sucios y de vasos vacíos,
cuando la fiesta acaba y nos quedamos solos.

El desastre y la huida. La única victoria
tan vez sea no haberla tenido como propia.
Y saber que detrás de todos los espejos
estaba la esperanza, mas siempre al otro lado.

Hay una mancha oscura que cubre la nostalgia:
la rendición aún antes de conocer siquiera
al enemigo infante y desear entonces
ser prisionero antes que exiliado sin nombre.

Por eso, amigo mío, cuando todo se acaba,
cuando estamos tan tristes que ya no lo sabemos
quisiéramos huir hacia ninguna parte,
pero siempre muy lejos de esta angustia de lunes.

Que nos salve la ausencia de nuestra propia culpa.
Nunca sabremos cuánto amor se nos quedaba
en la cama caliente y en los labios besados.
Creíamos que todo llegaría algún día.

Hoy, amigo, hermano de aquellas viejas luchas
tengo que confesarte que todo este desastre,
la amarga sensación de que ya no hay remedio
vino con el silencio de quienes renunciamos.

Dejamos en las manos de nuestros enemigos
el gobierno y la casa, porque entonces creímos
que éramos los dioses, elegidos y amados,
viendo pasar la vida desde un cielo de sueños.

Nunca vendrán los bárbaros -¿recuerdas a Kavafis?-
Y dudo que los hayamos esperado. Los bárbaros
estaban con nosotros, pacientes y en silencio.
Tomaron la ciudad sin un solo disparo.

De todas las certezas me quedan las preguntas.
Cuando ella me abraza me respondo en su boca
que la única patria que pueda llamar mía
es su cuerpo. Y me entrego sabiéndome vencido.

Rodolfo Serrano


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