Ese cuerpo glorioso, amigo mí.
Esa piel que envuelve suavemente
el deseo, la lujuria de la carne.
La curva exacta del pecho, las azules
venas apenas dibujadas en su cuello.
Las gotas de sudor sobre sus labios,
el pubis que adivino como plumón de ángel.
El vello de sus brazos, visible solamente
cuando la luz descubre
su dorada belleza.
Y esos ojos, amigo, perdidos en un punto
en que tú no estás ni estarás nunca.
La boca que darías cualquier cosa
porque pronunciara tu nombre alguna noche.
Esas piernas tan fuertes como un ansia
de cualquier madrugada con insomnio,
la peca en la mejilla, las caderas
rotundas e inocentes.
Y todo, todo eso, amigo mío,
es la vida que surge, que revienta
entre la blusa y el pantalón vaquero.
Esa vida imparable que a nosotros,
se nos escapa inevitablemente.
Rodolfo Serrano
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