Hacía mucho que no escribía. Me cohíbe mucho la gente que luego quiere hablar de mis escritos. Son mis pensamientos y mis sentimientos más íntimos.
He ido sumando días sin escribir, incluso en navidades lo mantuve a un lado. Es como el que deja de fumar y cuenta los días en los que no coge un cigarro.
Llevo días viviendo al límite. Teniendo ataques de ansiedad y de pánico en silencio. Respirando profundamente cuando me falta el aire y contando hasta cien. Sabiendo que el dolor de mi pecho pasará y que en cuestión de minutos volveré a coger oxígeno. Sabiendo que los malos pensamientos se irán cuál ave a su nido. Entendiendo que sola, también se puede. Que lo que una guarda en lo más profundo de su corazón, debe quedarse ahí, en silencio, formando parte de una. Al fin y al cabo, todos tenemos nuestras sombras y nuestras luces. Las sombras... Cuanto más adentro, mejor.
Verbalizar miedos y temores. Verbalizar angustias a quien no quiere escuchar, es absurdo. Hablar con quién no quiere entender, también lo es. Ser juzgada por tu relato o ser cuestionada por tus sentimientos es algo que está muy de moda cuando la mayoría de la gente ni siquiera es capaz de conocerse a uno mismo.
Para mí, las noches y mi blog, me ayudan a examinarme. A ponerme a mí misma las cartas sobre la mesa. A cambiar, a decir que me equivoqué o a pedime perdón. A estar conmigo misma. Me necesito, necesito de estos momentos en los que mi cabeza no para de lanzar pensamientos y no siempre buenos.
Sé que me falta mucho por llorar... Una pérdida... O dos. Sé que eso me está pasando factura y que probablemente lo hará el resto de mi vida. Sé que tengo miedo a enfrentarme a alguna situación, y yo que soy de hablar las cosas... Morderme la lengua, me está envenenado. Pero... También sé que el silencio es la solución a muchos problemas y que mi libertad termina donde empieza la de otro.
Sé... Qué cada vez que la cosa se pone mal, huyo. Sin mirar atrás. Corro hacía delante, y sólo corro queriendo escapar. Y en muchos casos, corro para escapar de mí.
Tampoco nadie sabe, la totalidad del peso de la mochila que llevo. Muy pocos saben todo de mí. Muy pocos. Y la empatía no existe. Cada vez estoy más segura. Y no es algo mío... Un prestigioso psiquiatra, hace poco le escuché opinando como yo. Nadie puede ponerse en tu lugar, nadie puede sentir desde tu perspectiva, tus sentimientos, tus experiencias. Jamás. Por tanto, nadie te va a entender al cien por cien, ni va a sentir como tú. Por lo tanto, lo que para ti es un mundo, un síntoma que hace saltar las alarmas de tu cuerpo, para otro... No tiene ni importancia. Pero tampoco siento la necesidad de que tengan empatía, no necesito ser entendida, me conformo con ser respetada.
Estos diálogos interiores, que yo escribo y por tanto, nadie debería entrar a valorar, son para intentar estar en paz conmigo misma. O todo lo que pueda. Para llorar y avanzar, para curarme, para salir adelante.
Hace algo más de un año, que ya no estoy sola. Alguien muy pequeñita, depende de mí. Y... Me asusta depender tanto de ella. Querer como la quiero yo, sin límites... Es algo que me asusta. Es mi gran debilidad.
Cómo os decía, siento que me muero, siento el nudo en la garganta y los ojos inundandose de lágrimas muy frecuentemente. Pero me escondo del mundo, en mi casa, me aislo... Porque nunca me he permitido estar mal. Porque siempre he sido la que tiraba de más de un carro. Pero sé que pasa, sé que respiras... Y todo pasa.