sábado, 20 de abril de 2024

Bienvenida a mi vida

 La ansiedad, los ataques de ansiedad y de pánico, llegan a nuestra vida un día en el que pensamos que moriremos y... solo es eso, ansiedad. No es un tema que me llame la atención, la padezco desde hace mil años y es una buena compañera de viaje si haces las paces con ella. Te dejo quedarte, pero no me incordies mucho. 

Lo que me molesta de este tema es la visualización que se tiene de él y la falta de conocimiento. Todos se creen que pueden juzgarte por las tonterías de preocupaciones que tienes y que te hacen llevar un nublado en la cabeza con sus tormentas. Las "tonterías" que llevamos, solo son la punta de un iceberg enorme, de unas mochilas que cada día pesan más, y que cada uno lleva como quiere y... como puede.

A mí, mi psicóloga a la que siempre estaré agradecida, me animó a escribir en el blog. Y para escribir, meditar, reflexionar y pasar esos latidos que juegan a romperte el pecho, ese nudo en la garganta que sujeta a duras penas las lágrimas, necesito soledad. Necesito mis días en los que tenga mi momento de recuperación. Esos días donde me lamo mis heridas y me preparo para volver tan fuerte como siempre.

Hay gente que los pasa con su familia, amigos, en el campo, en la playa. A mi me gusta la intimidad de mi habitación. Lo he hecho así desde el primer ataque de ansiedad que tuve. Siempre detrás de una puerta cerrada, en silencio y sin molestar al de al lado. Sin verter en el otro todo el veneno que se concentra dentro de nosotros nacidos de las preocupaciones y del día a día.

Nunca juzgaría las formas de sobrellevar la ansiedad. Sólo aquellas que dañan a los que están a tu alrededor. Es algo que se convierte en conocido, aprendes a manejarlo y es bastante injusto que tu familiar, amigo o tu mascota, pague nuestro peaje de la vida. Por eso jamás me enfadaré si me dices que no a un plan, si fallas en una quedada porque no te encuentras con ganas, si me dejas plantada con una comida. Te entiendo, te comprendo... y te respeto.

Es lo único que pido. Preguntas, sin juzgar, sin presionar, sin opinar y sin consejos. Os aseguro que si una persona quiere hablar y desahogarse, lo hará, cuando ella esté dispuesta y preparada para ello. Aprendamos a convivir con un "No". Somos individuos y cada uno con nuestro mundo y nuestra personalidad, viviendo como mejor sabemos, aprendiendo de los errores y a veces, sobreviviendo. Por favor, solo respeto al que atraviesa un camino similar al mío y a su manera de asimilarlo.

No siempre necesitamos a la familia, no siempre necesitamos a un amigo. Algunos raros como yo... Nos necesitamos a nosotros mismos, querernos, darnos ánimos y no dejarnos en el camino abandonados como en ocasiones de antaño. Como he escrito antes, todos hemos aprendido y cada uno como ha podido y sabido a hacerlo. Respetemos el espacio de cada persona y sus condiciones, y más si conocemos a esa persona. Y si por el contrario, con toda tu mejor intención, la estás agobiando y recibes un "No" de respuesta, tómatelo como un trocito de suerte que te ha llevado a conocer mejor a esa persona, a quererla bien y no mucho, y quizás, a ayudarla de verdad.



lunes, 15 de abril de 2024

Fracasar

Un día nos casamos, formamos una familia, somos felices unos años... y de repente todo cambia, sin darnos cuenta, el amor se acaba.

Y entonces la gente murmura, te juzga y al final sentencian: "fracasaron en su matrimonio" y no es cierto.

Fracasar es jugar a ser "la familia feliz".

Fracasar es engañar a tu pareja, a tus hijos y a ti mismo/a...

Fracasar es quedarse por conveniencia.

Fracasar es manipular a tu pareja con los hijos.

Fracasar es vivir una vida gris.

Fracasar es no llegar feliz a tu casa cada noche.

Fracasar es mendigar el amor de quién ya no te ama.

Fracasar es fingir que amas.

Fracasar es quedarse por miedo a la soledad.

Fracasar es vivir con alguien por miedo al "qué dirán".

Fracasar es no luchar por ser feliz.

Fracasar es creer que el amor no existe...

Mi respeto para todos los que han tenido el valor de no vivir en el fracaso.

Y el mayor de los aplausos para todos los que siguen felices y enamorados después de tantos años.

Lucha por tu matrimonio, pero cuando ya no haya por qué luchar...

Lucha por tu felicidad.





domingo, 14 de abril de 2024

Metamorfosis de una madre

 Cuando nació mi primer hijo me sentí muy sola. Primero lo atribuí a que estaba lejos de mi familia, ya que vivía a nueve mil kilómetros de mi país de origen. Tiempo después y hablando con otras madres que contaban con la presencia cercana de sus familiares y amigas de siempre y aun así se sentían desamparadas, me di cuenta de que lo que estábamos experimentando era una soledad emocional compartida, nacida del querer criar de otra manera, siguiendo los instintos, nadando a contracorriente. Al hacerlo, estábamos solas en contra de todo lo establecido socialmente, en contra de todos los paradigmas. Esa soledad tiene que ver, por un lado, con una sensación de no tener con quién hablar de las inquietudes maternales, y no porque no haya con quién hacerlo, sino porque a ese entorno no le interesa o no le parece válida nuestra experiencia o nuestra inquietud. También tiene que ver con el aislamiento al que nos enfrentamos las madres con bebés y niños pequeños: las calles no están acondicionadas para pasear con un cochecito, muchos restaurantes bares o lugares públicos no están preparados para los peques y, lo que es peor aún, a gran parte de la sociedad le molestan los bebés, les aturde la infancia. Por lo que no es de extrañar que una mamá decida quedarse encerrada en casa para ahorrarse los juicios y críticas por dar teta, por ocupar la acera con su cochecito, por no saber «corregir» a un «niño berrinchudo», para evitarse miradas de horror cuando su criatura llora. Cada vez más solas, cada vez más aisladas. Esto es incluso más intenso para quienes no regresan a sus trabajos formales, porque aquellas que lo hacen, aunque sea, tienen un entorno adulto con el que hablar de algo más que de los hijos. Siendo además real que para esta sociedad culpógena y adultocéntrica sin importar lo que una madre decida, siempre habrá algo que esté haciendo mal, siempre habrá algo que pueda hacer mejor. Lo paradójico es que este juicio de valor no recae sobre los padres de la misma manera.

Por otra parte, no todo es sombra en la maternidad actual, hay luz, mucha luz y es la que viene de los hijos quienes terminan por ser nuestros grandes maestros. Al principio dudamos si estamos haciendo las cosas bien, si es conveniente seguir el instinto, la intuición materna. Con el tiempo nos damos cuenta de que sí, que sí estábamos en lo correcto y eso lo podemos evaluar al ver el crecimiento y desarrollo de nuestros peques. No hay nada más revolucionario que una criatura que ha desarrollado su inteligencia emocional, que se quiere, se valora, que es perseverante, que tiene su propia voz, que no tiene miedo de sus padres, sino que los respeta y confía en ellos porque también se siente respetado. Aun así, creo que, el cuestionarnos constantemente si lo estamos haciendo bien o no, seguirá siempre latente, y eso es positivo si esta reflexión nos ayuda a hacer ajustes, a trabajar en nuestras debilidades, miedos, limitaciones, siempre teniendo presente que damos lo mejor de nosotras, dejando la culpa y el perfeccionismo de lado.

Lo que leerás a continuación, se gestó sobre la base de mis experiencias a corazón abierto transitando una maternidad niñocéntrica y solitaria. No vas a encontrar nada sobre desarrollo infantil o consejos de maternidad, solo una visión, una reflexión, vulnerable, a carne viva poniendo en palabras mis sentimientos, aprendizajes, cuestionamientos en mi metamorfosis como mamá. Espero que en mis palabras te veas reflejada, y te sientas acompañada. Reflejarse en otras, leer algo y sentirse absolutamente identificada es sanador y nos libera un poco de tanta carga, de tanta culpa.

Hablar con otras en nuestra misma situación, compartir, hacer catarsis, sacarlo de adentro es una forma de descomprimir, de sentirse contenida, abrazada y eso es lo que pretendo hacer con este libro, esa es la misión de mis escritos: darte voz, hacerte visible y recordarte que: «lo estás haciendo bien».