miércoles, 26 de mayo de 2021

Nuestro amor

 Nuestro amor se ha ido haciendo viejo.

Ahora lo veo con su sonrisa desdentada, abatido en el sillón, pelando un recuerdo para llevárselo a la boca.

Nuestro amor se ha ido deshaciendo, como se deshacen los viejos remordimientos en la palabra perdón, como el imperio caído, como el helado en su contienda contra el sol, se ha ido deshaciendo.

Nuestro amor ha caducado como un yogur de oferta, como esas promesas de las tres de la mañana, dejando una tristeza insólita en el paladar de Septiembre, nuestro amor ha caducado.

Nuestro amor, ese pequeño animal que un día lo fue todo y que hoy es todo menos nuestro.



Niña caótica y borracha

 Tú, la del caos, la que me llama de madrugada para decirme que está bailando descalza sola en casa con una copa de vino en la mano y que se ha emborrachado sin darse cuenta.

Niña caótica y borracha, que me cuentas que estás excitada y que qué pasa si me lo dices, que la habitación te está dando vueltas, que estallas en carcajadas por la risa que te da eso y luego rompes a llorar porque el mundo te parece una mentira que nunca te terminaste de creer.

Y me hablas de esas veces en que creímos que lo nuestro iba a salir bien, y de cuando nos conocimos, y de todas las veces que hemos chocado, causando accidentes y siniestros.

Y me confiesas que te gustaría que estuviera ahí, y me maldices diciéndome que me den.

Niña caótica, me llamas de madrugada diciéndome que estás bailando sola en casa, y te enfadas conmigo al instante queriendo colgar, y te enamoras un poquito al segundo siguiente, y me dices llena de dulzura que sigo siendo un nene, y me cuentas que estás borracha y excitada, y ríes y rompes a llorar, y yo vuelvo a entender que eres todo lo que yo entiendo por Arte.

Niña caótica, cabezona, guerrillera, infantil y orgullosa:

Quiero decirte que, como ya sabes, hace tiempo que decidí que jamás volvería a acompañarte.

…Pero jamás voy a dejar que estés sola.



Los ojos tristes de la chica más alegre del mundo

 Ella es esa chica que siempre se quiere quedar cinco minutos más cuando ya se han encendido las luces y todo el mundo se va”. Así me la describieron cuando pregunté, y aún no he encontrado una frase más bonita en este mundo.

La sala estaba repleta de gente, pero eso era lo de menos. Ella estaba al fondo, en un rincón junto a la puerta, riendo con una copa en la mano con sus amigas, con un mechón rebelde que por más que se metía detrás de la oreja volvía a escaparse de ahí, y hablaba atropelladamente gesticulando mucho con las manos, y encogía los ojos de una manera preciosa, y era como si fuera la chica de ojos tristes más alegre del mundo.

La sala estaba repleta de gente, gente que quería saber quién era yo, hablar conmigo, aunque yo lo único que deseaba era señalar a esa chica, preguntarle a todos qué hacían ahí mirándome a mí estando algo tan increíble como ella en un rincón.

A menudo las cosas más especiales son las que más pasan desapercibidas.

Me dijeron que eras una chica muy rara, que “necesita cataclismos” para sentirse viva, que no sabe dónde está su camino ni tiene prisa por encontrarlo, que llora cuando siente que la ciudad es sólo algo grande y vacío donde nadie se para nunca a respirar.

Ella es esa chica que siempre se quiere quedar cinco minutos más cuando ya se han encendido las luces y todo el mundo se va”. Así te describieron, y entonces supe que yo había ido a ese local para verte a ti, y no al revés.

Me dijeron que en una escena así dirías una excusa como que tenías que ir al baño y regresarías a la sala que hasta unos minutos antes había estado iluminada y repleta de gente para apreciarla en ese momento apagada y vacía, con el eco aún de lo que fue pero ya no es. Y que pensarías en lo efímero de todo. Y que si en ese momento volvieran por ti bromearías diciendo que se te había olvidado algo, alegarías alguna frase sarcástica, y saldrías de ahí con la sonrisa extrañada de tus amigas sin que lleguen nunca a entender del todo que tú siempre va a ver la belleza en lo roto. Que tú lo estás. Y que en ese momento, en ese silencio, mientras contemplabas esa sala vacía, oías cómo te resquebrajabas. Un poco más. Cada vez un poco más.

Di por hecho que habrías tenido que ser insoportable para muchos chicos. Tu mente, tu forma de ser, tu adicción por la belleza de lo triste a pesar de ser la chica más alegre del mundo. “Cada vez que volvemos de un viaje se pasa dos días hablando solo de lo mismo” me añadieron. Cuando pregunté por qué, la respuesta no pudo ser más dolorosamente bella: “Porque necesita agarrarse a donde no llora. A donde respira. O aunque sea, a donde le duele menos”.

Cuando escuché esto te miré de nuevo, lejos de esa escena, tan ajena a la conversación que se estaba produciendo en ese momento sobre ti. Te miré a la cara desde donde estábamos y lo supe: ni siquiera te conocía, pero me moría por hacerlo.

Tu forma de ser, de sentir, de padecer. Quería decirte que me encantaría acompañarte a todas las fiestas del mundo, pero que cuando llegara el momento de finalizarlas y todos se fueran a casa también quería quedarme contigo allí, sin necesidad de hablar, en el silencio de esa sala oscura. Que quería quedarme contigo allí donde nadie se queda, que no tuvieras que mentir ni que fingir nunca más, que contempláramos en silencio esa sala vacía y que nunca más tuvieras que inventarte excusas para que no te dijeran otra vez lo rara que eras.

“Si tú no le hablas ella no va a venir a hablarte”, me dijeron, justo antes de sonreírme y alejarse para volver contigo. Quien me había contado todo esto era tu mejor amiga, esa que te conoce mejor que tú misma. Caminó los escasos metros que nos separaban de ti, y al verla volviste a reír, y de nuevo se te escapó el mechón de detrás de la oreja, y os abrazasteis, y justo en ese instante tus ojos se encontraron con los míos, y aunque solo fueron cinco segundos, me gusta pensar que en ese momento algo ocurrió. Que sentiste todo, y que comprendiste que, al fin y al cabo, estaba tan perdido como tú. Que éramos iguales, y que la única diferencia entre tú y yo es que yo había aprendido a vivir de ello mientras tú seguías huyendo de ti.

Cogisteis vuestros abrigos, y tu grupo empezó a salir del local. Tú fuiste la última, te pusiste la chaqueta, te sacaste el pelo por encima, y justo antes de salir miraste hacia dentro, pero no a mí, sino a la sala en sí, tal vez imaginando cómo sería cuando estuviera vacía y solitaria, cuando las luces se apagaran y tú te maravillaras por quedarte cinco minutos más.

Y yo me enamoré de los ojos tristes de la chica más alegre del mundo, y dejé que te fueras sin hablarte, porque contigo no tenía sentido mi labia, ni mi facilidad de palabra, ni mis encantadores discursos tan perfectamente aprendidos. 

Tú eras una chica rota. 

Y aun así, solo con el hecho de saber que existías, acababas de arreglarme a mí.



Me quedo con las personas que no te sueltan en los momentos difíciles, que te animan, te aconsejan, te quieren y no te dejan caer


 

Tu boca ojalá sea sin billete de vuelta.


 

Magia

 “Ya sabes que soy un poco insegura”, es la frase que me repites muchas veces para justificar (innecesariamente) tu forma de ser; cuando te sientes torpe, patosa, cuando te pones nerviosa o cuando te preocupas demasiado por algo, así que como cuando me clavas tus ojos esperando respuestas no hay nada que pueda decir que consiga calmarte (del todo), esta vez te las voy a escribir. 

Aunque tú siempre digas que no crees en las palabras, que se las lleva el viento, que vuelan, y que las mías aún más, porque “sé hacer magia con ellas”, espero que estas que vas a leer te convenzan por fin.

A ti te sigue preocupando que no ponga una verja electrificada a cualquier chica que me sonría, que me halague, y no entiendes que no hace falta ninguna verja, ni fosas con cocodrilos, ni trampas debajo del felpudo. 

Pueden llamar a la puerta, aporrearla o intentar echarla abajo: 

No voy a abrir. Ya estás tú. 

No eres una inquilina en mi hogar. Tú eres mi hogar.

Eres tú la que está en esas fotos que me envías haciendo el tonto y me quedo mirando maravillado. Eres tú la dueña de esos lunares que me sé de memoria, es en tu vientre donde respiro, es en tus pequeños y preciosos pechos donde me pierdo, es en esa risa a carcajadas que tienes donde me salvo.

Ojalá me vieras cuando te veo sonreír con tus amigos. 

Ojalá me vieras hablarles a los míos de ti cuando no estás.

Eso es magia. Pero no es mía.

Magia es hacerme sentir como me siento cuando estoy contigo, magia es esa forma en que me haces reír con tus absurdeces, magia es la manera que tienes de mirarme a los ojos y hacerme entender que puedo contar contigo, que hayas conseguido que te mire y comprenda que tienes todo lo que siempre he querido en mi vida, y que ni siquiera lo sabía antes de conocerte.

Carraspeas -a propósito-, y a mí me vuelve a salir una sonrisa sola.

- De qué te ríes –preguntas sin interrogación, y yo encojo los labios en señal de que no tiene importancia mi respuesta.

Me miras fijamente, sabiendo que yo sé que lo estás haciendo, y al volver a mirarte yo se te escapa una sonrisa que te hace odiarme y odiarte. 

Y yo sonrío también.

- Que sepas que te odio –me dices.

- Ya, y yo –te digo con toda naturalidad totalmente serio.

No es necesario decirnos más. 

No quiero que me consideres un mago de nada.

No quiero que me aplaudas mis juegos de palabras como una niña pequeña sin saber que aquí la de la magia eres tú. Eres tú la que consiguió que sus palabras calaran, eres tú la que hizo que te mirara como jamás había mirado a nadie, eres tú por la que me intereso hasta en esos animalitos raros de tu pijama que nunca consigo saber qué son.

Eres tú la que verá estas palabras hoy, admitirá que son las mismas que te dije al conocernos, y cuando pase el tiempo verás que serán las que te seguiré diciendo. 

Y así, con paciencia, con delicadeza, y sin ninguna prisa, poquito a poco veremos cómo esas inseguridades van desapareciendo (como si fuera magia) hasta que no te quede más remedio que entender que aquí, la de la magia, eres tú.



La chica que sólo hace cosas sin sentido

 Nada de lo que hace o dice esa chica tiene sentido.

En serio, no es un decir. 

Además, que lo tuve claro desde nuestra primera conversación, no creas que tardó mucho en hacérmelo ver. Todo lo que me contaba se sentía precipitado, confuso, lioso, y muchas veces parecía que quería decir tanto a la vez que se atropellaba ella misma con las palabras.

Desde la primera vez que chocamos fue algo diferente, y por Dios, qué difícil es hoy en día ser algo diferente. Sentir algo diferente.

Ella parece infantil en ocasiones con sus bromas absurdas, sus aclaraciones innecesarias, su desesperante costumbre de tener que explicar todo mil veces (aunque le digas que te has enterado, ella lo hace igualmente hasta que se queda tranquila), sus memes que sólo ella entiende y su risa tonta ella sola.

Y aun así, jamás he visto una chica que lo haga tan fácil. 

Sí, si tuviera que describirla en sólo una frase, sería sin duda esa: ella lo hace todo fácil. Porque ella quiere que sea así, y jamás hace estrategias, y no hace todas esas cosas que tan enraizadas están en la sociedad y que, según mi punto de vista, tanto perjudican. Ella me hace ver su interés en mí, y el cuidado que le pone, y cuando volvemos a mirar el reloj han vuelto a pasar horas y horas en las que, de nuevo, una noche más, hemos estado “ahí”, como ella lo llama, en ese mundo que hemos creado para nosotros y en el que nos encanta estar cada vez más.

Hay quien podría decir que aún ha pasado muy poco tiempo, pero si pudieran verla, si pudieran estar dentro de cualquiera de esas conversaciones en las que hay ironía, y humor, y sinceridad, ilusión, honestidad, interés… si solo pudieran estar durante un instante ahí dentro, entenderían absolutamente todo.

Cuantísimas veces estamos suficiente “tiempo” con alguien y luego nos damos cuenta de que no ha servido absolutamente para nada.

Sí, tal vez desconozca muchísimas cosas de esta vida, pero si algo me ha hecho la experiencia es reconocer muy bien cuando alguien es un ser especial. Y por Dios que ella lo es.

Por eso me encanta cada vez más todas sus cosas sin sentido, sus “hechizos turcos”, su manera de hablar intensa y atropellada, los sueños absolutamente delirantes que me cuenta con todo detalle (me contó que una noche soñó una historia completamente demencial que acababa con ella saliendo de casa y que yo estaba sentado en el bordillo de su calle esperándola), su lista en la que va apuntando todas las que se tiene que cobrar conmigo y su manera sincera de darme las gracias.

De darme las gracias. Es absolutamente incoherente. Es como si el médico le diera las gracias al paciente después de salvarle la vida.

Ella no lo sabe (aunque creo que lo intuye) pero de verdad que esta vez quiero hacerlo bien. Porque ha llegado cuando menos esperaba algo así, y a base de naturalidad, de sencillez, y de sinceridad, ha conseguido que vuelva a encenderse una luz dentro de mí que hace muchísimo que creía no apagada, sino absolutamente rota.

Ella ha entrado donde todo era oscuridad y ha iluminado una ciudad entera.

“Esto es más”, me dice ella siempre. Y creo que sí. Que es cierto.

Mide metro sesenta y pico, y es capaz de apartar nubes.

Por eso me encanta ir conociendo a esa chica que adora las margaritas (las rosas son muy comunes, apostilla), seguir sabiendo de ella, estar deseando que llegue la noche para que me cuente su día, y que de nuevo me hable de corrido y sin respirar, y que de nuevo empiece a contarme todas esas anécdotas extrañas y raras, y que de nuevo entienda que en esa chica sin sentido yo he encontrado todo el sentido del mundo, todo el sentido que un día perdí y que ni esperaba ni me interesaba encontrar más malgastándolo en historias que caducaban al levantarme de otra cama.

Hacía mucho tiempo que no me encontraba algo tan bonito como ella.

Como lo que es ella.

Por decirlo de alguna forma, ella es esa canción que de repente suena en la radio y que sabes que vas a querer oír mil veces.

Y subes el volumen, claro.

Además, estoy empezando a pensar que dentro de su locura hay algo de visionaria, porque si se detiene a mirar bien, no sé cómo ni cuándo pero sí, estoy ahí, esperándola sentado en el bordillo de su calle.

Espero que, si algún día lee estas líneas, lo haga con los ojos brillándole de esa forma tan inmensa, atenta a cada una de estas palabras, con las pupilas moviéndose de izquierda a derecha nerviosa; espero que sepa todo lo bonito que está (“estamos”, apuntillaría ella) creando, y espero que comprenda lo extremadamente difícil que era lograr en mí lo que ella está logrando con su sencillez, su naturalidad y su manera de hacerlo tan fácil.

Pero sobre todo, espero que lo esté leyendo con una gran, gran, grandísima sonrisa de caballo. Con una grandísima sonrisa de un caballo que adora las margaritas.

Porque las gracias, y este es el punto más importante, soy yo quien te las tengo que dar a ti. 

Lo contrario es incoherente.

Lo contrario es como si el médico le diera las gracias al paciente después de salvarle la vida.



domingo, 23 de mayo de 2021

Terminó

 Te quise tanto que dejamos de ser nosotros, se nos escurrieron de las manos las ansías de amar, y el amor se cansó de esperar a que lo hiciéramos bien.

Fuimos dos jóvenes inexpertos en las teorías del amor, en la práctica de los dos, en la vida.

Lo nuestro terminó sin agradecerle al mundo las noches a tu lado, y ahora que somos dos extraños, te miro de reojo sabiendo que hay cosas que nunca terminan.



No es culpa del tiempo

 Es esta sensación brutal de que al habernos dejado llevar nos hemos derrotado a nosotros mismos.

Es este vacío con forma de casa, este presente con forma de lluvia, este desierto con forma de cama.

Es este minuto relleno de nada, esta ternura buscando un desagüe, ese verano de antes que no probaré.

Es el desinterés trepándonos por dentro.

Se acaba nuestro tiempo con la moneda cayendo por el lado de la desgana.

Se acaba nuestra fiesta sin tarta de bodas, con los ojos afónicos de no decirnos nada.

Decimos que es culpa del tiempo, no es cierto. El amor es una planta que matan quienes dejan de regarla.



A tiempo parcial

 Te quise porque era imposible, pero prometías verdades.

Nos amábamos a quemarropa, me quemabas a destajo.

Yo quería días que fueran semanas, que llenaran meses y cubrieran años.

Tú tenías una hora marcada en un teléfono que no dejaba de sonar.

Te quise, porque parecías cerrar las heridas que en realidad solo tú abrías.

Fuimos dos, al menos en mi mente, al menos en mi cama, una tarde a la semana.



Cuerda floja

 Estaba dispuesta a ponerle el mundo a sus pies, y entonces comenzó a sentirse demasiado pesado.

Estaba dispuesta a ponerle la luna de almohada cada noche, y entonces el insomnio se hizo con él.

Estaba dispuesta a quererle con locura y cuando lo hice comentó a preferir a las chicas cuerdas.



Has ganado otra vez

 Has ganado otra vez.

“Me duele la cabeza a rabiar, pero feliz” ha sido lo que me acabas de contestar al preguntarte qué tal estabas, mientras te recogías el pelo para meterte en la cama después de un largo día.

Te duele la cabeza pero estás feliz. 

Imagino que es un buen resumen. Y que es una buena noticia. No obstante, te conozco (mucho más de lo que crees) y aunque me sonreíste, y sé que era una sonrisa sincera (tú y yo jamás nos sonreiremos sin ser de verdad) también sé que escondía una cierta preocupación.

Eres una luchadora, de eso no hay duda. Qué digo: eres una ganadora. Porque vas ganando, vas destrozando todos los problemas que se te ponen por delante a base de fuerza, fe y decisión, pero tú, siempre tan exigente, siempre tan melancólica, no te paras a entenderlo, y siempre dudas de ti misma ante todo esto: si lo estarás haciendo todo lo bien que podrías, si eres lo suficientemente fuerte... cariño, no existe mujer más fuerte en esta Tierra. Que ni tú misma sepas la fuerza que tienes no quiere decir que no la tengas.

Hoy has vuelto a superar esas condenadas revisiones en la espalda que tienes cada seis meses, esas que hacen que cuando se acerca la fecha estés irascible, inquieta, preocupada, recordando todo el dolor que tuviste que soportar en su día, espantando fantasmas que nunca se van lo suficientemente lejos como para perderlos del todo de vista. Ya sabes que yo, cuando entiendo que estás así, doy un paso al lado, me alejo, y no porque yo quiera, o porque no quiera saber de ti, sino porque siento que eso es lo que tú necesitas. No soy de insistir, pero ya lo sabes: yo siempre voy a estar a la distancia adecuada que necesites en cada momento. Que no se te olvide nunca.

No obstante, no quiero hablar más sobre ello. No es necesario. La revisión ha ido bien. Estás totalmente recuperada. Estás perfecta. Todos estos años de rehabilitación, de hacerlo bien y de luchar con toda la fuerza que tienes dentro han hecho (hace mucho que lo hicieron) que también hayas ganado esta batalla desde hace tiempo. 

Aun así, los días como hoy te sientes triste, y aunque el resultado sea un éxito, sé que en lo que piensas en estos momentos es en esa vez dentro de seis meses en que tengas que volver a enfrentarte a todo ello de nuevo, y de nuevo estés irascible, e inquieta, y preocupada, así que, como sé que eres una cabezona y si te lo digo directamente no me vas a hacer caso, ahora que ya estás en la cama te lo voy a contar a modo película, a modo cuento, a modo escena de esas que te gustan a ti, de esas clásicas de películas de adolescentes americanos, de baile de graduación en el gimnasio del instituto, de una mesa al fondo con ponche (siempre hay ponche) y de ti envuelta en un precioso vestido blanco.

Imagíname a mí medio arreglado (tampoco mucho, que nos salimos de la escena), con camisa y hasta peinado (más o menos), y hasta incluso puede que ni siquiera se me vean demasiado los tatuajes. Voy hacia ti -tan seguro de mí mismo, porque yo sé que el gimnasio está lleno de chicos más guapos, ricos y de mejor familia, pero que tú me prefieres a mí- que estás sentada (y preocupada), y con mi espontaneidad y mi encanto (lo siento, sí) te cojo de la mano y te llevo al centro de la pista de baile mientras suena esa lenta que tanto te gusta.

Tus manos entrelazan sus dedos detrás de mi cuello, y las mías se posan en tu cintura. Tú me miras, y aunque yo sonrío, tan seguro (porque tengo un plan que te voy a decir ahora mismo) tu sonríes, pero tu sonrisa no es completa (porque desconoces mi plan que te voy a decir ahora mismo).

Cariño, mírate. Has ganado de nuevo. Has ganado otra vez.

No te preocupes por qué pasará dentro de seis meses, porque seis meses es mucho tiempo si queremos que lo sea. Y como me gusta argumentar las cosas (ya sabes que a mí me encanta argumentar todo) voy a darte mil razones, a cuál más contundente:

Antes de seis meses tienes que vivir a full esta primavera maravillosa que aún no ha hecho más que desperezarse. Tienes que sacar los vestidos de verano del armario, guardar del todo los abrigos, y dormir solo con la sábana, sin el edredón, hasta empezar a dejar abierta la ventana por la que escuchas el mar y sientes como la brisa se va a la cama a dormir contigo (no es tonta la brisa, no).

Antes de seis meses tiene que llegar el verano, ese verano al que le tenemos tantas ganas. Tiene que tostarse tu piel, tienes que hacer todo esos viajes que tienes planeados, vivir cada una de esas cosas bonitas que solo pasan en el periodo estival, tener conversaciones en terrazas hasta la madrugada a 25 grados y tienes que ducharte con agua fría recién llegada de la playa corriendo porque ya llegas tarde al restaurante.

Antes de seis meses tienes que aguantar a toda tu familia reunida y a los niños correteando por la casa y pegando gritos (por si por un momento aún creías que se te iba a hacer corto), antes de seis meses España tendrá que volver a hacer el ridículo en la Eurocopa para no faltar a las tradiciones recientes, antes de seis meses tiene que regresar ese otoño de hojas caídas en los parques y tonos marrones, de cafés calientes y canciones lentas.

Cariño, antes de seis meses yo ya tendré un año más (catástrofe), y tú… tú seguirás tan bonita como ahora.

Todo esto y muchísimo más tiene que pasar antes de que tengas que volver a pasar por esos momentos aún tan, tan lejanos en el tiempo, y lo mejor es que, cuando lleguen, volverá a ser un éxito que en unas horas estará de nuevo finiquitado.

Vencido. 

Por ti. Porque eres una luchadora. Porque eres una ganadora.

Así que deja de pensar, vamos al rincón, cojamos dos buenos vasos de ponche y brindemos (por supuesto, alguien ha traído una petaca y le han echado alcohol a escondidas de los profesores).

…Termino de contarte la historia, y acabo de darme cuenta que te has dormido. Con una sonrisa en la boca. Y esta vez completamente de verdad. Sin tristeza escondida. Sin preocupación.

Tal vez no seamos dos estudiantes en un baile de graduación americano, pero todo lo demás es absolutamente de verdad. Y aquí estaré yo para recordártelo cada vez que haga falta.

Siempre a la distancia adecuada que necesites en cada momento. Que no se te olvide nunca.

Cariño, mírate. Has ganado de nuevo. 

Has ganado otra vez.



lunes, 17 de mayo de 2021

Así la quería, así la quise, de tal manera

 162 besos, beso arriba, beso abajo

era lo que medía su cuerpo.

La medía para abarcarla de alguna manera,

pero, siendo sincero,

lo que sentía a su lado

era imposible de concretar.


No es que la quisiera mucho,

no es eso, no sé explicarlo.


Yo la quería cien maratones,

la quería nueve océanos,

la quería doce toneladas de veces.


La quería como a las cosas que has perdido,

así, tanto, del todo.

La quería del todo.


La quería en bucle

como las canciones que nunca cansan,

esas que te salvan la vida

cuando no hay otro tablón al que agarrarse.


La quería ocho cordilleras, la quería un Himalaya,

la quería desde el peligroso borde de la imprudencia

sin reservas, sin hucha,

sin ahorrar nada para luego.


La quería desde la punta del derroche

hasta la letra «n» con que hace su última pirueta

la palabra absolución.


La quería así, cinco patrias,

doce mil palomas de la paz,

seis trillones de delfines.


La quería mil silencios

y en todos los altavoces de la Vía Láctea

la quería vestida de beso, de espuma, de estrofa,

vestida de ahora, de luego, de antes,

cuando me miraba a medio palmo de delirio

y cuando llenaba su cantimplora

con dos gotas del mar de Saturno

para emborracharnos de par en par.


Así la quería, así la quise, de tal manera.

Por eso no puedo llegar a explicarme

cómo demonios pudo ocurrir un día,

cómo diablos dejé de hacerlo.



Ya no

 Comencé a aceptar los besos en el metro, las caricias de ascensor, las miradas de semáforo.

No podría jurar que me eran indiferentes, pero al menso, ya no me rasgaban la piel.



Mi política

 Milito en el arco de tu espalda, en el humo que expulsas tras cada calada.

Doy mi voto incondicional a la guerra de cosquillas bajo las sábanas, a las noches de sudor en la cama.

Cedo toda libertad de movimiento a cada escaño de mi cuerpo, mientras declaro moción de censura ante cada noche sin ti.



Te observo

 Te observo a esa hora en que te atacan los recuerdos y se te clava la mirada en los fantasmas del pasado que habitan tu hoy más preciado.

Yo, que he aprendido a cubrir mis palabras con versos silenciosos, te observo, y maldigo al olvido porque en la noche del reparto pasó de largo por tu cama.

Yo te observo, me hago la dormida y te dejo ir, quizá cuando despierte vuelvas a este año nuevo que hoy nos regala tardes de orgasmos y noches de insomnio.



La última noche

 No sabía que aquella sería la última noche, y ahora sé que no le abracé lo suficiente.



La línea

 He ido uniendo mis desgracias una a una, como esos dibujos en que juntando los puntos con un lápiz te acaban ofreciendo la figura que ocultaban.

Lo he hecho para ver lo que no veo, para arrojar luz al historial de mis derrotas y entender qué hay tras ellas porque veinte veces en la misma piedra no es casual, porque veinte heridas -o mujeres- similares no es casual y es siempre demasiado.

Quiero encontrar la línea rectora de mi tristeza, la fuerza que me empuja desde dentro a tirarme desde niño contra un muro.

Sé que voy a encontrarla y cuando llegue allí la cruzaré. Estoy seguro de que al otro lado estará esperándome con su risa floja y la falta levantada esa chica esquiva, que tan a menudo se nos resiste, a la que comúnmente conocemos como felicidad.



Veinte lunas

 He mirado el móvil sesenta veces en la última hora, veinticinco de ellas he abierto tu foto, en quince te he odiado, todas las demás me he tirado de bruces contra tu boca.

Son ya veinte lunas a solas y no soy capaz de sujetar las mariposas que llevan tu nombre.



domingo, 16 de mayo de 2021

Domingos de pereza

 Hoy me he levantado adormilada, no tenía ni pizca de ganas de salir de la cama. El pie no me deja dormir, las pastillas me dejan KO, por las noches me cuesta conciliar el sueño y creo que tengo los horarios un poco descontrolados. Además del ánimo, que lo tengo un poco a días.

Cuando me he despertado, tenía un mensaje del macarra dándome los buenos días. 

Cariño, este finde apenas te he visto, que estés de tarde y de mañana casi empalmando turnos, apenas te dejas ver un momento. 

Y he visto, además, que me había etiquetado en una foto de Segovia, viajes express lo llamamos. Me ha entrado un poco la melancolía de querer viajar.  Y me ha llevado a hace poco más de un año donde cada fin de semana estaba en un lugar nuevo de España: Santander, Cáceres, Cuenca, Salamanca, Navarra, Burgos, Zaragoza, Valencia... Hubo  un tiempo en que salía del cole y mi vida era de ciudad en ciudad estudiando cada una de sus esquinas y saboreando cada uno de sus encantos.

Estoy viendo fotos, por eso me gustan tanto, son capaz de trasladarme a aquel momento y soy capaz incluso de ver y sentir lo que estaba viviendo esa Patri que aparece ahí.

Tenemos un álbum que llenar de recuerdos, un mapa que recorrer de punta a punta, pero tendrán que esperar por el momento. Porque por más que deseara estar fuera conociendo lugares ni a mi me lo permite el pie ni a ti el trabajo. Buscaremos la manera de hacer la mejor escapada del mundo cuando ambos nos lo podamos regalar. Porque cada día que pasa estoy más segura de querer una vida contigo.

Aunque esta semana haya sido complicada. Es cierto que dos caracteres iguales son complicados de ligar, ni tú escuchas ni yo tampoco, ni tú aceptas, y por supuesto, yo menos. Y lo de dar abrazos como si nada hubiera pasado, muchas veces por orgullo me es imposible, es como si aceptara mi derrota, pero sí que me dejo abrazar... Y es la primera vez que me pasa con alguien. Ni siquiera antes me dejaba tocar detrás de un enfado o discusión. Nunca. Pero contigo, como con todo, es diferente. Saber que estás es la prueba de que todo está bien.

I loe you to the moon and back.



Eres joven

 Eres joven y todavía no eres consciente de que ese regalo, esa energía, cuando menos te lo esperas se acaba.

Doblará un día la esquina el autobús de la juventud y no lo verás más, al menos no de esa manera.

Te encontrarás entonces con las fuerzas justas para buscar alguna alegría pasajera, no habrá ya lugar para cometer viejos excesos.

Así que aprovecha ahora que el tiempo es tuyo y no conoces los dolores y ábrele las piernas a la vida.

No hace falta que te explique exactamente lo que hay que hacer después.



Estupidez humana

 Hay personas tan estúpidas que, cuando les dices que se pongan en tu lugar, te apartan a codazos para ocupar el sitio donde tú te encontrabas. Y yo los llamaba amigos.



Consideraciones con respecto al rencor

 Como un tigre en una jaula.

Así doy vueltas alrededor de mi memoria

cuando alguien me duele dentro,

cuando se me atraviesa una persona en las entrañas.


Me vuelvo un cuerpo celeste

orbitando alrededor de un reproche,

un ciclista de velódromo,

un hombre en una túrmix.


Me quedo con demasiadas cosas que decir

y los labios mal grapados al silencio

de tal modo que esas palabras, ese dolor,

va fermentándome por dentro

haciendo grande lo que no lo era tanto

—o inmenso lo que ya era grande—

y lo que dolía se transforma en rencor

agujero, malfuturo y precipicio.


Entonces comienzo a pelearme conmigo y con el mundo,

incapaz de hablar,

por pensar que ya no tiene sentido hacerlo

—o por no estar cerca ya el destinatario de mi ira—

y me quedo allí solo, como un pájaro en un cable,

con mis bolsas de basura en la memoria

sin cubo ni persona a la que arrojársela,

subido al podio, infeliz ganador en el torneo del resentimiento.


Y al final pasa lo que pasa,

que me doy cuenta de que el rencor

era eso de lo que hablaba Shakespeare,

ese veneno que bebí yo para que otro se muriera.


Y comprendo más.

El odio nunca debe ser la última bala.

La última bala ha de ser el perdón.

Si no esa bala,

la habrás disparado apuntando hacia ti.



Lo que me enseñó la vida

 Nadie sale ileso de una buena canción.



Apresar y soltar

 Escribir es, a la vez, un modo de apresar el pasado y un modo de soltarlo.



La música

 Mucha gente ve la música como un pasatiempo,

como ese trabajo menor al que dedican sus años

esos jóvenes con vida de cigarra

al lado del hormiguismo colectivo

que realmente trae riqueza a este país,

riqueza contante y sonante,

la de los trabajadores que olvidan sus sueños

            de 8 a 2,

                        de 4 a 7.


Lo creen.


Pero cuando les rompen el corazón,

no van al dentista a quitarse una caries del pecho,

ni a una oficina bancaria para que los asesoren

sobre los tipos impositivos para los amores terminados.

No acuden a una fábrica de producción en cadena

en busca de consuelo en serie para amantes rotos.


No pueden.


Entonces acuden a una canción,

abren su gramola,

buscan los versos certeros de un poeta

que dio alas a la vida volcándola en un disco

y se quedan a vivir allí, entre esos acordes,

en ese dolor que también explica su dolor

y la escuchan una y otra y otra y otra vez. 


Y lloran.


Por eso, cada vez que se te pase por la cabeza

que la música es un trabajo menor,

un mero pasatiempo,

piénsalo de nuevo, esta vez pensando en ti, 

en lo que has recibido de sus manos.


Tal vez la música sea la única que entonces acuda a tu rescate.



Segunda guerra

 En la Segunda Guerra Mundial un pelotón de soldados americanos, entregados a su God bless you, celebraba la Navidad cantando «Noche de paz» en su cuartel antes de la siguiente batalla.

Un destacamento de alemanes hacía exactamente lo mismo en un campamento a dos kilómetros de allí, cantándole al mismo Dios, celebrando la Navidad con las mismas costumbres.

Los ingleses también. Y los italianos. Todos rezando y adorando al mismo Dios en la misma fecha, con idénticas tradiciones.

Dios, por su parte, se preguntaba qué diablos estaban haciendo todos esos hombres.



Refugiados

 ¿Has entrado en los ojos de un refugiado? ¿Has visto las puertas del desánimo?

¿Has ido descalzo por los pasillos del dolor que se abre en sus cabezas?

¿Has visto la larga fila de la desgracia caminar desde el horror hacia lo incierto?


¿Sabes que mi padre es palestino? ¿Sabes que mi padre es refugiado?

¿Has dejado tu infancia y tu adolescencia en un lugar para ir a buscarte lejos de quien fuiste?

¿Has visto la piel de Europa cubierta de blindajes, sus fronteras cayendo sobre el corazón de los niños de la guerra, de los padres más rotos del mundo?

¿Ta das cuenta de esas vallas que frenan el destino de quien nació con menos suerte que nosotros?

¿Sabes si las hormigas de esperanza pueden con las ballenas de tristeza de sus hombros?

¿Has visto las maletas llenas de nada de quien deja atrás su vida para siempre?

¿Has ido a tientas por un mundo ciego que no recuerda que tú y yo fuimos ellos no hace mucho?

¿Has visto los pies y los omóplatos de quien oye el ruido de las bombas a su espalda?

¿Y el lujo en las tiendas de campaña? ¿Lo has visto? ¿De verdad?

¿Has visto a los gobiernos sortearse el porvenir de los más tristes del mundo?

¿Y la realidad reducida a sucias cifras, la inhumanidad de la burocracia?

¿Y viste a este planeta permitiendo la carnicería que trajo estos lodos, el doble rasero que hay en cada guerra?

¿Has visto eso? ¿Todo ese dolor?

¿Y no has visto a tus hijos en los ojos de esos niños?





Los ojos de un mendigo

 Los ojos de un mendigo mirándome como yo no estuviera allí.

No pude sostenerle mucho tiempo la mirada.

No me dio tiempo a contar el número de preguntas sin respuesta que tenía escritas dentro.



El hilo de Twitter

 Salía de mi casa así, ligero, con el chaleco de la alegría, siendo parte del viento, dejándome llevar por el airecillo de la libertad.

Pero puso Trump su dedo sucio sobre Palestina,

puso el Telediario imágenes de niños desnutridos,

puso otro hombre el cuchillo en el vientre de su mujer

y el día soleado se hizo nube negra sobre la sociedad

y entonces tuve que vestirme de guerrero,

del guerrero que cambia el mundo,

y tuiteé #mecagoenlosmuertosdelosmalos

y la gente que apoya la igualdad me retuiteo,

y la gente que apoya a los malos —pero escuchan mis canciones—,

pusieron excusas, me lanzaron botes de mierda virtual,

y se lió, y el insulto corría como Usain tras la medalla,

y se hizo una cadena de comentarios tan grande,

tan violenta y viral,

que salió en las noticias,

fue saltando los periódicos,

la leyeron Shakira, Vargas Llosa, Neymar,

la leyeron 4 premios nobel,

la selección de waterpolo,

e incluso Mandela y Hugo Chávez desde el cielo.


Y siguieron los comentarios,

vamos basura y más basura

y también gente que apoyaba la moción

y retuitearon Simeone, Iñarritu, Ricky Martin

y me insultaron los amigos de Trump

y me intentaron hackear las ilusiones

y la bola de nieve fue creciendo

y comenzaron a escribir en inglés

y el hilo de twitter no terminaba

y ya nadie se acordaba de mí,

ya todo era un hilo tan largo

que daba la vuelta al planeta

hasta que le llegó a Trump,

a través de cien millones de cuentas,

temblaban los cimiento de la Casa Blanca

y no se hablaba de otra cosa en los pasillos de la ONU,

ya nadie se acordaba de mí,

solo de la ola de protestas

que estaba inundando el mundo

como la lava de Pompeya

y le llegó al Parlamento,

y llegó a todas partes,

a la antigua Grecia

a la Rusia de Stalin,

a los arquitectos de la Alhambra

a los jemeres rojos de Camboya

y saltaban los haters en pedazos

pues nos daban igual,

la gente quería cambiar las cosas

y solo se hablaba del estado del mundo,

por una vez, nos centramos en el mundo

y olvidamos a los influencers

y dejamos de pensar en comprar y comprar

porque todo el mundo estaba en la red, sacudido,

y Trump en su escondite,

reunido con su gabinete

llamando a Putin,

llamando a Obama,

llamando a China,

y el amor y el odio corrían como al pólvora por la red

y el miedo en los políticos

que temían que la revuelta popular

se extendiera por la calle,

pero no,

todos andábamos con los dedos opinando en la pantalla,

y solo se hablaba del mundo

del hilo de twitter

y Trump llegó a la conclusión de que aquello era imparable,

así que decretó que cerrara Apple y Google y Microsoft

y canceló las licencias de telefonía

y los canales de TV que solo hablaban del hilo y la ola

y mandó un fax a Merkel

a Mariano

a Macri

a Vladimir

y a este y al otro

desde la Antártida hasta el último rincón de la India

y el mundo en media hora se quedó sin red,

sin vuelos,

con todas

sus pantallas

 apagadas.


Por primera vez en 4 días había cesado el ruido.


El silencio era absoluto.


Miles de millones de personas

en su casa se quedaron con los dedos pegados a la pantalla,

a un pantalla muerta. Todo eran pantallas sin vida.

También las de televisión.


Y no solo eso. Por primer vez en su vida

los gobernantes habían tenido verdadero miedo

del poder brutal del pueblo para cambiarlo todo.


En los días siguientes

todos los políticos dimitieron en masa

por la presión popular en las calles.

Nunca más hubo internet.

Se volvió a 1980,

esa época de la historia en la que el consumo

era sostenible para el planeta

y los nuevos gobiernos mataron al monstruo del paro

mataron a la desnutrición mundial

empezaron a educar en la igualdad de hombres y mujeres

y Trump cayó en el olvido

él solo en su edificio de la quinta avenida

llorando por aquellos tiempos

en que a través del miedo

había sido capaz de encender la rabia

del mundo entero,

ese mismo miedo,

que sin darse cuenta

había encendido el hilo milagroso de twitter


que realmente



cambio a la humanidad.




sábado, 15 de mayo de 2021

Carta a un perro

 Ojalá alguna vez los humanos te merezcan.



Profesiones

 Pensando en profesiones

ahora que me cansó la mía,

la de hombre respetable,

la de adulto apagado, 

cortado por el mismo patrón

que el resto del rebaño.

Ahora que he visto

que el camino prefabricado de estos tiempos no es el mío, 

debo plantearme qué soy,

qué quiero dar.

¿Poeta de éxito? No. No es suficiente.

Quiero ser un poeta a reacción

que acumule en su libreta cien mil horas de vuelo

y te lleve de viaje desde el aeropuerto de una página.

Quiero ser un poeta que cauterice,

el barrendero que te limpie las heridas.

Quiero curarte como tú me curas al leer lo que transpiro.

Yo quiero ser otra cosa, quiero ser poema, 

un hombre que al leerlo te llene de confeti.

Otra opción es ser puente,

un cantante que junte las orillas,

el albañil que con el martillo de la empatía

tire los muros que separan a los hombres, 

ser pala para cavar una zanja

donde enterrar las injusticias.

Pero no, no es suficiente,

quiero cambiar de trabajo,

joder, ¡qué cantautor ni qué poeta!

Quiero ser el perro que despierte a los ministros, 

la lluvia que se lleve los problemas,

libro y vela;

para darte luz

o empujar tu barco hasta puerto, 

quiero ser Libertad de Franzen.

¿No lo ves?

No puedo seguir siendo siervo de siervos, 

contador de monedas,

poeta domesticado,

revolucionario de chapa en mi sillón.


No puedo ser alguien que se conforme con escribir, 

quiero reventar el mundo:

con misiles de alegría

con escuadrones de bondad,

fabricando hombres buenos en la escuela.

Quiero ser mujer por lo dicho en el anterior poema, 

las palabras de Mandela.

Mujer será mi oficio,

si es que ser humano puede considerarse un trabajo.

Quiero ser Saramago

y parar todos los relojes

a la hora en que te conocí.

Quiero ser hospital en Damasco,

la sirena que anuncia que hoy llueven caramelos en Bagdad.


O algo más sencillo, más humilde. 

Ser simplemente eso,

una pieza hermosa de este puzle, 

que corrija su porción de mundo,

ser solo eso,

algo sencillo, pero difícil en estos tiempos: 

un tipo en el que puedas confiar.