jueves, 29 de diciembre de 2022

La maternidad real

 Este libro está basado en hechos reales. Algunos forman parte de mi historia y otros de la tuya, porque me la contaste algún día o porque las maternidades pueden ser muy diferentes y también muy iguales. 

Así que cualquier parecido con tu vida, la de tu amiga o la de la vecina, no es pura coincidencia es MATERNIDAD REAL.



lunes, 26 de diciembre de 2022

Nochebuena y Navidad

 ¡Una fiesta menos!

Mirar que me gusta la Navidad pero no tanto las cenas y comidas familiares. Estas navidades han sido diferente. Primero, porque Helena es muy pequeña y no queremos volver a pasar por el hospital, así que, decidimos quedarnos en casa en Nochebuena y segundo, porque por primera vez en treinta años (que son los que tengo), no lo he pasado en casa de mi abuela.

Me prometí a mí misma que mientras la abuela durase (y eso que creo firmemente que los abuelos deberían ser eternos), la nochebuena la pasaría con ella. Pero no ha sido así por lo que os he comentado. El día 24 me levanté con un poco de nostalgia, pena y por supuesto, cansancio. Las noches que nos está dando Helena, la pobre mía con sus cólicos de gases, están siendo toledanas. Pero bueno, los cambios siempre son para bien. Y la ilusión de ver los regalos de Papá Noel, no caduca con la edad (gracias siempre a mi marido por hacer cada día especial).

Y más allá de la nostalgia con un toque de tristeza por aquellos que faltan, la alegría de las primeras veces de Helena, me tiene loca, enamorada y agradecida. Ser madre ha sido la mejor decisión que llevé a cabo. Lo que siento por mi pequeña, no tiene nombre ni medida. Es olvidarte de ti, cambiar las prioridades, cambiar tu vida entera por el amor más puro que existe y que conozco. 

Seguimos disfrutando de las navidades en familia.



sábado, 17 de diciembre de 2022

A solo unos días

 Quedan aún unos días para que finalice el año, pero ya he podido sacar mis propias conclusiones. La primera es que nadie sale de un laberinto propio con llaves ajenas. Nos pueden aconsejar una y otra vez sobre la salida, pero sólo saldremos cuando realmente la queremos ver, cuando de verdad creamos que estamos preparados para salir. 

La segunda es que la vida es una montaña rusa. Hay que estar preparados para estar abajo, pero también disfrutar del viento y la brisa cuando estamos arriba. 

La tercera y última es que los comienzos dan miedo. Mucho miedo, pero también están cargados de nuevas ilusiones, nuevas ganas y nuevas metas. 

Encontré la llave para salir del 2022... Ahora vamos a entrar en el laberinto del 2023.



Ya no soy feminista

 "Es imposible seguir siendo feminista después de haber presenciado un embarazo, un parto y una lactancia.

Es imposible pensar que el hombre y la mujer somos lo mismo, cuando ellas tienen superpoderes. El súper poder de crear vida en su interior durante nueve meses, diseñar y configurar un ser humano con su tejido nervioso y neuronal, sus manitas y su corazón. 

No, es imposible.

Es imposible pensar que somos lo mismo tras presenciar 12 horas de contracciones cada 4 minutos. Verle la cara de miedo al sentir que una nueva ola de contracción le visitaba y la de dolor cuando llegaba a su pico más alto, doblada sobre el sofá y respirando con fuerza. No, es imposible vivir tanto dolor durante tanto tiempo y dominar la situación.

Es imposible pensar que tenemos las mismas capacidades tras verla empujar, partirse, sangrar y utilizar cada músculo de su cuerpo para dar vida a nuestro bebé a través de su cuerpo.

El parto es el evento más salvaje que he vivido y que más me ha reconectado con el "yo" más primitivo, pero sobre todo, con "su yo" más primitivo. Ancestral. Salvaje. Animal. Maravilloso y emocionante. Jamás imaginé a Idoia así y cuando todo acabó la miré y pensé "Joder, eres Dios. Si Dios existe se ha metido entre tu piel, tú carne y tu útero para hacerse presente justo aquí. Delante de mis ojos. Mientras espero sin hacer nada a que alumbres un regalo como este". Dios. Diosa. 

Es imposible no ver que ella genera el alimento que salva a nuestra hija cada día. Que lo hace de forma natural y que se despierta cada hora y media para la toma que le mantendrá con vida dos horas más.

Cualquier hombre que haya vivido de cerca un embarazo, un parto y un posparto sabrá que no somos iguales. Que son mucho mejores.

Veo con otros ojos no solo a Idoia, sino también a mi madre, a mi jefa y a mis amigas. Compañeras, si habéis pasado por todo esto, os imagino en esa situación y pienso "No, no somos iguales. Sois mucho mejores. Más valientes, más duras, más consecuentes, más salvajes".

Por eso es imposible seguir siendo feminista. No somos iguales. Sois mucho mejor".

Pablo Sierra



viernes, 9 de diciembre de 2022

Bajo las sábanas

 Conozco las reacciones que se están provocando en mí. Conozco el cansancio, las pocas ganas de comer y ver a la comida como el mayor enemigo del mundo. Ahogarme en canciones que de nuevo, toman sentido sus letras. Me refugio en mi bebé. Se ha convertido en mi paracaídas como mi perra. Y las ganas de escribir vuelven a aparecer pero sin tiempo para hacerlo como antes. Las noches suelen ser largas y movidas, pero aprovecho su sueño para dormir yo. La lactancia tampoco está siendo como me la contaron. Todo está siendo algo más complicado de lo esperado. Supongo que cada maternidad es única y no se puede igualar a otra.

Me recuerdo a mí misma justo hace tres años, algo perdida, sola, muy sola y sin nadie a quien agarrarme. Pero no me importa, quizás, en el fondo, también busco estar sola con Maya y Helena. Sin consejos, ni comentarios, ni nadie cerca que te juzgue, te diga, te ordene... No me apetece escuchar a nadie y las visitas me están pareciendo ya bastante cansinas. Echo de menos estar en mi casa, en silencio, a solas, estando en pijama y haciendo lo que me apetece sin estar sentada en el sillón esperando que se vayan los visitantes. No quiero sonar desagradecida. Todas las visitas son de agradecer, pero... Aún no estoy curada de mi cesárea, tengo un malestar general importante tanto físico como psicológico.

Lo que realmente siento me lo voy a quedar, no quiero compartirlo con nadie de momento. No siento la necesidad de verbalizarlo por pereza a escuchar reproches, se entienda como se entienda mi distanciamiento ante todo el mundo. Mi frialdad o como lo quieran ver. No me importa ahora mismo nadie. Qué gran verdad que para estar bien con los demás, necesitas estar bien tú contigo mismo. Y en este momento es lo que hay. ¿Pueden ser las hormonas? Podrían ser. Tampoco me apetece analizar ahora mismo el origen de este sentimiento de soledad elegida. Porque creo que a veces es mejor sola. Vivir en la ignorancia, no saber nada de nadie, solo de quien me necesita de verdad que es mi hija. Todo lo demás puede esperar.

Sí que he pensado que es un momento con muchos frentes abiertos que también me los guardo, y a que a veces, necesita esconderte bajo las sábanas, respirar y salir de la cama más fuerte. En días de lluvia, prefiero ver llover por la ventana y se acabó. Y acurrucarme con mi pequeña que solo quiere brazos de mami para dormir. Si ella supiera que simplemente estando, me salva, se sentiría una heroína. Estando, simplemente estando cerca de mí, me reconforta, me carga las pilas y las ganas de vivir que a veces se pierden por múltiples razones. Cuando eres tú la adulta que tienes que cuidar de ella. Supongo que esta parte es también la magia de la maternidad, ¡no todo iba a ser malo!

El contacto físico, si me seguís en mi blog, sabéis que para mí es lo principal en una relación de cualquier tipo. Con mi perra, que es pasión, la achucho, la beso, la hago de todo. El beso no está sobrevalorado. El beso y el abrazo es necesario, el contacto, el cariño no solo de palabras que, fijaros, siendo autora de este blog y amando las letras, las palabras no sirven de nada. Podría escribir y escribir sobre alguien aquí, y no tener demostraciones de ningún tipo con esa persona, ¿de qué servirían las palabras? Es humano mostrar cariño. Aunque seas como yo, lo más antisocial y lo más seco que hay. Pero siempre hay alguien que te hace sacar lo mejor de tu corazón, esa parte dedicada a muy pocos, pero muy pocos. En mi caso, es mi perra y mi hija. 

Con mi marido me salía, siempre estaba yo detrás. Pero cuando te llaman intensa o te apartan o precisamente te dicen eso de que los besos están sobrevalorados, hay algo dentro de ti que se siente ridículo, de verdad, y no es una crítica, es que ir detrás de alguien, de quien sea, es ridículo. Yo no digo que Javi sienta de otra manera, pero sé que en lo que escribo tengo razón. Creo que llega alguien, un hijo, una mascota, un padre, una pareja, una abuela, no sé... Y te hace salir esa parte tierna y cariñosa. Eso pasa. Y creo que el que te sientas ridícula es porque de alguna manera, no notas que tus sentimientos sean recíprocos y a raíz de ahí, surgen dudas que duelen, molestan o se enquistan convirtiéndose en inseguridades, tocando tu autoestima, evaluándote, haciéndote pequeña y alejándote de todo y de todos. No sientes que pertenezcas a nadie, en el mejor sentido de la oración. Pertenecer sentimentalmente, tener una confianza plena en alguien sin pensar que... quizás, en algún momento, podrías pasarlo mal... otra vez. 

Ese dolor, no es como el del parto, que os juro que se me ha olvido. Ese dolor de engaño, abandono, descuido... Se queda grabado en la piel. Quitando todo tipo de poesía es en el pecho, es un dolor que se garra ahí y no te permite respirar, te dificulta vivir. No te vas a morir, pero sí que queda algo... Y si llega a curar, el pecho está rasgado por cicatrices y jamás vuelves a ser el mismo. Es algo mucho más serio que un parto o una pierna rota. Es morir estando vivo y creo que eso es lo peor que te puede pasar.

Seguiré con más reflexión de las que salen debajo de las sábanas. Ahora Helena y Maya me reclaman, y yo soy feliz dándome a ellas.



jueves, 8 de diciembre de 2022

Cuando solo queda la televisión

 Cuando dos personas se empiezan a distanciar, una de ellas lo sabe y es consciente de ello. Y la otra, simplemente no quiere enterarse. 

Poco a poco se deja de hablar y la tele pasa a tomar la voz cantante. Cada uno toma un turno diferente para irse a la cama cuando antes se esperaban o se invitaban con el fin de estar juntos un ratito más en el día. Surgen actividades dispares, ya no te importa si a la otra persona le gusta o no. Ya no sale ayudar, ya no salen palabras bonitas, ni te sale tener momentos íntimos como antes... Las cosas que deberían salir cuando quieres a alguien, ya no salen.

E insisto en lo que siempre he manifestado en mis escritos. Hay cosas que salen con ciertas personas, contadas con los dedos de una mano, que da igual si estás cansado, si tenías otros planes, si estabas a otras cosas... Hay cosas que nacen del corazón.

Pero a veces el corazón se congela, se pierde en el camino de la razón. Y el hielo se extiende más y más como en invierno. 

Es difícil recuperar, dar calor a aquello que se perdió en el invierno por muy bonito que fuera... Jamás duró una flor dos primaveras, ¿no? 

He vivido una historia, mi primera historia donde te sentabas a ver la tele, mirando a la persona que tenías al lado, sintiéndote sola. Viéndole como a un inquilino con el que compartes un momento que no lleva a ningún lado. Empiezas a ver que es más un amigo que otra cosa porque las cosas que te tendrían que salir... Ya no. Es la sensación más triste que he sentido. No hay una causa objetiva y clara. No existe el clavo al que agarrarte cuando algo se rompe, esa razón por la que nos enfadamos y guardamos rencor. No. Existe esa persona de la que te habías enamorado, pero ya no. Y es una sensación de vacío interior que da vértigo. 

Al final, no es como lo cuento si soy sincera. No llegas un día y te das cuenta de esa soledad y ese vacío. Sí reflexionas, llegas a la conclusión de que llevas mucho tiempo anteponiendo otras cosas a esa persona. Anteponiéndote a ti... A esa persona. Y eso no es amor. El amor... Es eso que hace tiempo partió.



miércoles, 7 de diciembre de 2022

Ha nacido una madre

 Si me llamas y no te cojo el teléfono.

Si vienes a verme y no te ofrezco ni agua.

Si a veces voy un poco desaliñada.

Si ya no estoy en todo.

Si te ignoro por WhatsApp.

Si ya no hago esa tarda que siempre tengo preparada cuando vienes a visitarme.

Si te he hablado un poco borde.

Si vienes y te encuentras la casa patas arriba.

Si todavía no he contestado a tu mensaje privado.

Si no me apetece quedar.

Si me he olvidado de felicitarte.

Si ya no soy la de antes.

Acabo de ser madre, mi vida ha cambiado de repente y lo estoy haciendo lo mejor que puedo.



lunes, 5 de diciembre de 2022

Día seis

 Día seis. La pesadilla llega a su fin. Tras superar la noche sin oxígeno. Volvemos a casa.

Anoche se corrió el rumor en neonatos de lo bonita que es una niña de quince días con bronquiolitis. Tuvimos la vista de enfermeras y auxiliares para ver a mi bebota. mi hija causa sensación por dónde va. Y ha sido la debilidad de algunos pediatras.

Gracias, gracias y mil gracias por todos los mensajes que hemos recibido estos días. A ti que nos estás leyendo ahora mismo. A todo el personal del Hospital Severo Ochoa, porque a pesar de la cantidad de casos que había y el colapso de pediatría por muchos niños como mi hija, la atención ha sido genial. Gracias por el cuidado también que han tenido conmigo, cuidando de una primeriza con una cesárea de hace dos semanas.

Gracias a Javi por cuidarnos y seguir haciéndolo. Y gracias a Helena, porque he descubierto que sí, tengo a mini WonderWoman en casa, que has sido una campeona, que me has enseñado los significados de las palabras amor y mamá. Y gracias a esto, mi bebé, la vida nos ha puesto en pausa, nos ha robado una semana de tu vida, para pararnos en seco y mirar alrededor. Somos unas afortunadas. Y mirar de vez en cuando al lado, no está de más para valorar lo que tenemos.

Esta vez las lágrimas solo pueden ser de felicidad. Ahora a cuidarse en casa, todos. Los niños son fuertes, más de lo que pensamos pero a la vez, demasiado frágiles. Una vez más, gracias.



sábado, 3 de diciembre de 2022

Día 5

 ¿Día cinco? Empiezan a ser todos los días iguales, todas las horas parecidas. No sabemos si hace frío o calor.

De momento solo podemos decir que las buenas noticias aparecen para darnos un poco de luz al final de este túnel que estamos atravesando. ¡Nos quitan el oxígeno! Helena, tendrás que hacer un gran esfuerzo estás 24 horas. Demostrar que puedes salir adelante, sola, con la compañía de papá y mamá.

Estás siendo el juguete de la planta, la más pequeña de todos. Las enfermeras te traen y te llevan, se empeñan en sacarte los gases y llevarte de paseo. ¡Has caído en gracia! Todo el mundo repara en estos cuatro kilos de amor, en tus mofletes, en lo preciosa que eres (y no es amor de madre). El pediatra se asombra de tu evolución, de cómo entraste y cómo te estás recuperando. Todo el mundo duda de tus quince días de vida por cómo te mueves, lo grande que estás, como comes... ¡Qué voy a decir yo, si se me cae la baba!

Hemos tenido suerte... Mucha suerte y aún no puedo decirlo muy alto. Se me rompe el alma al escuchar a los médicos decir que no saben qué hacer con los niños de habitaciones contiguas. O algún niño que ha tenido que ser llevado a la uci o entubado. Aquí dentro te haces humano a la fuerza, te haces más madre. Te tocan el corazón todos los que aquí están, no solo la tuya. Y los médicos insisten de que el pico alto de ingresos es el puente que viene... Miedo me da, me tiemblan las piernas porque no deseo a nadie lo que estamos pasando. 

Los niños son lo mejor del mundo, lo digo como profesora, como persona y como madre. Aquí solo puedes darte cuenta de las realidades que existen mientras todos vivimos felizmente nuestra vida.




jueves, 1 de diciembre de 2022

Día 4

 Día cuatro y aquí seguimos. Primero dar las gracias al hospital porque el trato conmigo está siendo excepcional por parte de las auxiliares de enfermería, cambiándome los sillones por camas y haciendo que lleve mi cesárea lo mejor posible dentro de las condiciones que tenemos.

Mi bebé responde al oxígeno, eso es bueno. Tiene loco al pediatra, todo lo que hace Helena es maravilloso, es guapa, lista, preciosa, tiene un color de piel sensacional... Mi hija vuelve loco al personal. Y no es porque sea mía, es que es preciosa la pequeña.

Hoy hemos notado que papá ha estado más con nosotras. Ambas, papá nos mejora con solo estar cerca. Pero cuando se va, la realidad es cruda y se hace tangible. Llorar es bueno, desahogarte en la soledad de la habitación también lo es, mientras tu bebé se acurruca a tu lado para dormir. ¡Qué sensación! Alguien te necesita tanto como tú a ella. Estamos haciendo un equipo, nos estamos conociendo y estamos creando nuestro vínculo.

Helena has empezado tu vida con baches, pero mamá va a estar siempre aquí, siempre. Te voy a cuidar, seguramente cometiendo muchos errores... Muchísimos. Pero con tanto amor que vas a acabar identificándolo muy pronto.

Ojalá fueras consciente de todas las personas que nos escriben y nos llaman para preguntar por ti... Tienes nombre de guerrera. Esto lo vamos a superar las dos juntas, con ayuda de papá. La familia te está esperando en casa deseosa de achuchar esos mofletes que tienes.

El cansancio de estar 24 horas en la habitación de un hospital durante días no se nota cuando se hace por un hijo. Quizás me dé el bajón más adelante, no lo sé, pero ahora mismo, solo puedo pensar en quedarme aquí, con mi bebé. En darle todo lo que necesita y más... En ese momento desaparece el sueño, el hambre... Te miras al espejo y no te reconoces. Hasta el dolor de los puntos es menos, duele, pero duele más tu hija. Y todo para ella, siempre será poco.

No conoces el amor, hasta que eres madre. Ahora lo sé.





miércoles, 30 de noviembre de 2022

Día 3

 Mi bebé. Mi pequeña Helena. No es racional el amor que siento por ti. Hemos llorado papá y yo desde el lunes lo que no está escrito sintiéndonos frustrados e impotentes. 

Hemos decidido que la que te acompañe en este bache sea yo, tengo que darte de comer. Y los días aquí se me hacen eternos. Papá anda como loco por Leganés dando vueltas, viene a verte siempre que puede, se va a hacer cosas, trae y lleva. No para.

Aquí, sin salir de la habitación, el cansancio psicológico es extremo (necesito volver a casa). No te escuché llorar anoche. Me tuvieron que despertar para atenderte. La cesárea tampoco ayuda a poder estar al cien por cien. Eres lo más importante que tengo junto con papá y Maya.

Es increíble el amor tan incondicional que siento por ti en menos de quince días. Haces que nuestra vida tenga sentido, que el equipo que hacíamos papá y yo, cree su mejor versión.

Quería agradecer primero a Javi por demostrarme cada día que elegí al mejor, que cada acción que te sale hace que me enamore más aún, si cabe, de ti. Eres el mejor padre, el mejor amigo, el mejor marido y la mejor persona que conozco

Luego agradecer las múltiples llamadas y mensajes que estoy recibiendo y que voy contestando poco a poco, porque no me da la vida entre médicos, enfermeras, sacaleches y Helena, que como dice mi compañera de habitación, es una bendita. No se puede ser más buena con todas las perrerías que la están haciendo.

Y a quien echo muchísimo de menos es a mi perrita. Cómo digo, es un añadido más para llorar todo el día y no encontrar consuelo en nada. Gracias a mis padres por cuidar de mi bebé mayor. Siempre diremos que ella inició nuestra familia cuando llegó a casa ese 25 de enero de 2022. ¡Qué ganas de verte, Mayústica! Y por supuesto, a los abuelos paternos, cada uno ayudando como puede en esta situación tan desgastante para todos.

Mi inicio en la maternidad ha sido un caos, pero son lecciones de vida, aprendizaje y bueno, algo de mala suerte, supongo.

Cerramos el día 3. Seguro que ya queda menos.



Mi bebé

 Mi bebé...

Nunca me había sentido tan indefensa, tan pequeña e insegura y tan perdida. Hoy hace dos semanas que estamos juntas y ya me tienes loca de amor, de hecho, acabo de conocer el amor más puro e incondicional que existe.

Tienes loco a papá, a los abuelos, a toda la familia de sangre y no sangre que te ha conocido. 

Vamos a salir de ésta juntas, como lo llevamos haciendo nueve meses. No es el primer susto. Hemos podido también con el peor de los partos. Nacimos guerreras y demostraremos que lo somos. Esto solo es una de muchas que vendrán, mi vida.

Qué duro me estás haciendo el aprendizaje de ser mamá. Pero es la profesión y vocación más bonita del mundo, y lo sé gracias a ti. Pensé que tardaría más en quererte... Pero lo nuestro fue amor a primera vista (y eso que te conocí la última de toda la familia).

Vamos a por ello, nena. Te quiero, mi pequeña.



miércoles, 23 de noviembre de 2022

15 de noviembre de 2022

 Realmente, todo empezó el día 14 de noviembre de 2022, a las 6.30 de la mañana cuando me levanté al baño a hacer pis y creí que se me salía desde la cama al váter. El caso, es que no rompí aguas como en las películas, tipo "cataratas del Niagara". Fui muy poco a poco. Cada vez que me movía, cada vez que me sentaba o levantaba. Algo... se salía. ¿Esto es romper aguas? No podía ser otra cosa, porque tanta cantidad de pis, era inviable. Llamé a Javi... El pobre en su día libre. Tenía la esperanza (que quitando llevar a Cuquito al cole) iba a poder descansar. Nadie perdió los nervios. Yo di de desayunar al pequeño y Javi comenzaba de un lado a otro a ordenar la casa, a que nada nos faltara para llevarnos al hospital y hacer recuento de bolsas y maletas.

"Tranquilidad" pensé. Esto va para largo. Por primera vez en todo el embarazo, estaba bien. No tenía contracciones, aquellas que me habían dado desde la última infección. Estaba bien, pero había que irse al hospital. Dejamos a Cuquito y Maya con mis padres, ellos se encargarían de todo. Y Javi y yo, partimos a la que sería nuestra mayor aventura.

Una vez en Móstoles y en urgencias, me mandaron a monitores. Yo seguía expulsando agua y más agua... Aquello no acababa nunca. Nos dieron una habitación donde poder estar a solas doce largas horas, esperando que el parto se iniciase por sí solo. Todo de manera natural, claro. A las 20.30 de la tarde, me bajaron a monitores y me pusieron una pastilla vaginal de oxitocina, ya que en todo este tiempo solo había dilatado un centímetro. Horrible. Después de la pastilla, si así eran las contracciones de parto, eran soportables. Podía seguir aguantando. A las 23.00, la dilatación era la misma, así que... ¡segunda pastilla vaginal! Aquello era cansado por la cantidad de horas que llevábamos ya, pero soportable. A las dos de la mañana tras otra sesión de monitores, decidieron ponerme la oxitocina en va (el famoso goteo), pero antes, la epidural. ¡Qué bien! Mi tatuaje no afecta a la epidural. La verdad es que ese fue mi pensamiento, para que veáis mi estado de tranquilidad que tenía.

A los veinte minutos de la epidural, empecé a sentir dolores inaguantables, estamos hablando ya cerca de las tres de la mañana o cuatro, la verdad es que allí dentro del paritorio, pierdes toda noción del tiempo. Me suministraban más y más anestesia hasta que la niña dio el aviso de que su tensión bajaba, como la mía... Nos íbamos. Un puñado de matronas pasaros corriendo a ponerme de lado mientras Javi miraba el percal un poco perdido. Una vez reanimadas las dos, me hicieron otro de los muchos tactos que te hace... ¡cinco centímetros! Una hora más y estaba lista, pero el cuerpo no ha de ir tan rápido, de ahí inicio de hemorragias. Así que, goteo fuera. Y a esperar.

Tengo que decir a todo esto, que las matronas de todos los turnos fueron maravillosas en el trato y que su trabajo era impecable tanto conmigo, como con la bebé como con Javi. Y desde aquí siempre daré las gracias al equipo entero.

A las nueve de la mañana, vino la que para nosotros fue un ángel de la guarda, Rocío. Me encontró llorando como una niña. El dolor ya era inaguantable, y la epidural seguía sin funcionar. No recuerdo haber gritado y llorado de dolor a ese nivel, nunca. Pero por mis narices, iba a sacar a mi hija de dentro de mi. Probamos todas las posturas posibles, cuadrupedia, de lado, de otro lado... Era capaz de moverme perfectamente, mis piernas no estaban ni dormidas, ni anestesiadas. Pero el dolor no me dejaba ni empujar. 

Sobre las 11.00 de la mañana volvieron a ponerme la epidural por si el catéter estuviera mal, pero el resultado fue el mismo. Cinco personas en el paritorio (dos ginecólogos y tres matronas), metiendo la mano como si de un parto de una vaca se tratara. Girando a mi hija porque venía con la cabeza torcida. No había manera de mover a un bebé de cuatro kilos. Volvimos a intentar empujar un rato más mientras todos giraban a la niña. Fijaros el cansancio que tenía encima, que me dormía a pesar de los dolores de las contracciones, de los tactos y de tantas manos metidas ahí dentro.

Pregunté a Rocío si quedaba mucho, quería una cesárea, no podía más, que me la sacaran. Rocío molestó de nuevo a ginecólogos y anestesistas, a más matronas, le daba igual si ahí fuera había o no mucho jaleo. Ella quería acabar con esto tanto como yo. A todo esto, Javi hizo migas con ella y estuvo a sus órdenes. Javi a día de hoy, puede convalidad la profesión de matrona si quisiera.

A las 13.30, ya estaban preparando el quirófano para mí y para Helena. Tengo lagunas de todo aquello, estaba súper cansada. No podía más. Avisé de que la epidural no me hacía efecto y probaron a cortarme con el bisturí, jamás podré describiros ese dolor... Hasta que a alguien se le ocurrió dormirme entera. Escuché de lejos, como en una nube decir a Javi: "Es como tú, Pati". Según Javi, Rocío me la ofreció a mí y yo dije que se la dieran a Javi, pero de eso yo no me acuerdo, ni me consta.

Lo siguiente que recuerdo es que eran las 18.30 y yo seguía en reanimación porque tuve otra bajada de tensión de la que de nuevo, tuvieron que recuperarme. Pregunté por mi marido a Rocío que vino a verme y a felicitarme por el parto que había tenido, que no todo el mundo hubiera actuado así ni participado de esa manera. Pero, ¿y Javi? Javi estaba en el paritorio con la niña y pronto subirían a la habitación.

Pedí subir yo también, intenté espabilarme como pude y decir que estaba perfecta, pero no me dejaron. Al final, un celador, súper majo me subió. Y vi a mi madre con el móvil. Estaban todos, mis padres, mis suegros, mi marido y mi hija. Mi padre vino a verme al pasillo y lo primero que me dijo es que era preciosa, muy bonita. ¡Ah! Y mi abuela también estaba. Como os digo, tengo alguna lagunilla. Después, no recuerdo muy bien qué sucedió. Recuerdo agobiarme al ver tanta gente, pero a mí solo me importaba Javi. 

Es cierto que yo pasé los dolores, pero supongo que no es nada fácil estar al lado de alguien a quien quieres viendo todo lo que vio. Los días siguientes, él tuvo que encargarse absolutamente de todo y ayudarme con la lactancia materna. En cuestión emocional, es muy duro conocer a tu hija la última de la familia, no poder cogerla debido a la cantidad de grapas y puntos que tengo (que todavía tengo), no poder cambiar un pañal... O sea, no poder hacer nada de nada, porque simplemente, mueres de dolor.

Sólo estuve dos días en el hospital después de la cesárea. Parece ser que el protocolo de ahora es... "cuando antes te vayas, mejor". En la planta cuatro, también tengo que agradecer a todos los turnos de enfermeras y auxiliares por el trato y el amor hacia mi bebé. Les gustó mi gorda, que sólo comía y dormía, no lloraba con ninguna prueba. Me hizo gracia que cada vez que terminaban sus turnos, pasaban por la habitación para despedirse de Helena, la bebé criada. 

Helena nació a las 2.33, con 3.700 kilos y 49.5 cm. Para ser una niña, es enorme. El mayor peso lo lleva en sus mofletes. Nació perfecta de color y guapa y no es porque sea su madre, es objetivamente hablando, podéis preguntar al club de fans que se creó allí en el hospital. 

La lactancia sí que nos costó un poco, nos cuesta porque duele y duele mucho. Además, se duerme mientras succiona, también es muy pequeña. 

Creo que ha sido mi mayor aventura. Todo por hacer realidad el sueño de ser madre. Y no hemos podido tener más suerte con Helena.



jueves, 10 de noviembre de 2022

No sería fácil

 Estaba claro que no sería fácil. ¿Acaso algo lo es?

En los caminos que sueñas que sean largos siempre encontraremos piedras para que se claven en las suelas de las Converse.

Siempre sonarán canciones en los peores días y quiero que tu voz sea la melodía que las haga mejores.

Nadie nos avisó, pero esta vida está para disfrutarla, ya pasan demasiadas cosas malas en el mundo como para arruinarlo todo con discusiones tan tontas que muchas veces no tienen explicación.

De todo este amasijo de pensamientos, yo solo te digo que todo lo bueno y lo malo que me suceda lo quiero pasar contigo cerca. Así los sueños jamás se agotarán.

Apoyarme en tu hombro, que tú te duermas entre mis brazos. Te quiero.



Soy esa mujer

 Soy una mujer que tiene días en los que toca fondo, en los que prefiere no hablar porque no le encuentra un sentido a dar una explicación; pero también soy esa mujer que a costa de arañazos intenta salir del pozo creando proyectos porque se niega a fracasar.

Soy esa mujer que es la luz pero también oscuridad, la que lleva dentro el ying y el yang, la que alberga a los dos lobos y que tiene días donde alimenta a uno y días donde es devorada por el otro.

Soy esa mujer que es fuego cuando algo la enardece pero que también es hielo cuando la hieren, la que es cuchillo pero ha sido muchas veces más herida.

Soy esa mujer a la que quieres o te cae mal, no tengo términos medios ni para los otros ni para mi, si me cae bien lo sabrá pero si me cae mal quédate tranquila/o que de eso no le dejaré dudas, no me importa si le parezco mal educada, soberbia o loca porque simplemente no me interesa su opinión.

Soy esa mujer que aulla de dolor aunque eso no esté de moda donde todos son superados, y soy la que resucita con un abrazo sincero de esos que te acomodan las piezas sueltas.

Soy esa mujer amada por unos, odiada por otros pero siempre rebelde sin perderse en alguien que no es, solo porque hay que ser superada. 

¿Sabes qué? Quiero ser yo con mis imperfecciones, las máscaras para el carnaval de Venecia.



sábado, 5 de noviembre de 2022

Carta desde el futuro

 Atractiva es la mujer que se da permiso para ser, para vivir y para sentir.

Querida Lucía:

¿Cómo estás, preciosa? Y te digo «preciosa» porque, aunque en tu pesada mochila del instituto no cabe un solo complejo más, eres preciosa. No te lo crees, lo sé. Pero no dejes de leer esta carta. Dame una oportunidad. Por favor te lo pido.

Tienes quince años, quince maravillosos años, tu vida gira en torno al instituto, a tus inseparables amigas, a los chicos que empiezan a revolotear por tu mente y a tus notas, a no empañar ni con una gotita tu brillante expediente académico. Hay que ver qué razón tenía la primera profesora de la guardería que tuviste que, con su voz firme, sentenció: «No hay más que ver el empeño con el que colorea las fichas y hace los trabajos manuales. A esta niña no va a haber nada que se le ponga por delante».

Efectivamente, conservarás ese tesón toda la vida, pero no te engañes, habrá muchas piedras en el camino. No te asustes. Todo lo realmente valioso que conseguimos en la vida requiere de un esfuerzo. No lo olvides nunca. A nadie le regalan nada, a ti tampoco.

Lucía, te acabas de enamorar por primera vez, el mundo se acaba de detener. ¿Verdad? Nada es más importante que eso ahora, de momento. Disfrútalo, cielo, vívelo intensamente, siempre guardarás esta tierna historia en tu memoria. Pero no será solo la primera, el amor será una constante en tu vida, romperás algún que otro corazón, ya te lo adelanto. Pero en este viaje nadie sale indemne, el tuyo también se romperá en pedazos. No es mala suerte: es la vida, cariño.

Mantén bien abiertos los oídos, pero no para todo el ruido que escucharás a tu alrededor, sino para el tuyo propio; cuando por fin lo hagas, empezarás a volar.

Te doy permiso para dudar de todo el mundo menos de ti misma.

Escucha a tu esencia, sé fiel a lo que sientes, a lo que te mueve, a lo que te estremece, a lo que te pone el vello de punta y te eleva. Enamórate, déjate llevar, entrégate, sé feliz, mi amor, sin miedo. Porque, ¿sabes qué? Que nada es para siempre, y, si lo es, no lo sabemos de antemano, por tanto no te queda otra que vivirlo, sentirlo y saborearlo intensamente. 

Vas a ser muy feliz.

Rodéate de gente inspiradora, de personas que crean en ti, que te cuiden cuando las fuerzas te flaqueen, que velen tu sueño y consuelen tu llanto. Que celebren tus alegrías desde dentro o desde la distancia, pero que te sientan parte de sus vidas. Rodéate de hombres y de mujeres que sumen en tu vida, que, cuando pienses en ellos, te roben una sonrisa o un suspiro. No importa si los ves mucho o poco, cuando lleguen a tu vida, no los dejes escapar. Cuídalos.

Cuando alguien te haga daño, dale una segunda oportunidad, todos la merecemos; pero, si te vuelven a herir, corre, aléjate, huye muy lejos. La vida es demasiado corta como para perder energía en gente que no se merece tu sonrisa.

Si tu compañía es mediocre, serás una mediocre, recuérdalo.

Construye cosas bonitas a tu alrededor, proyectos, sueños, relaciones personales. Aliméntalos, nútrelos, cuida de todos ellos. Eres y serás una maravillosa cuidadora. Cuando empecé a escribir esta carta me propuse no desvelarte ni una sola de las paradas de tu viaje, pero solo te diré algo:

Lucía, tu empatía te hará muy grande. Mucho. Cultívala.

Escucha a tus mayores, atentamente, tienen mucho que enseñarte, aprende de ellos y lee, cariño, lee todo lo que caiga en tus manos. Hará de ti una mujer fuerte, crítica e inteligente.

No dejes de escribir. ¿Recuerdas tu primer diario? Lo seguirán muchos más, muchos. Eres una gran contadora de historias. Dentro de unos años lo escucharás, pero yo soy la primera en decírtelo hoy: tienes un don.

El primer premio de literatura que conseguiste con ocho años con «El cuento de la W» fue solamente el inicio. Te esperan unos años maravillosos e intensos delante de un ordenador. No será fácil, también te lo digo. Derramarás muchas lágrimas que te impedirán seguir escribiendo, necesitarás parar. Para. Y luego sigue. Descubrirás que escribir te sana, te alimenta, te ayuda a explorar tus profundidades y las de los que te leen. Sentirás en los abrazos y en las lágrimas de tus lectores que los has conmovido, que a algunos, incluso, los has cambiado. Escribirás sobre muchas cosas, te lo aseguro, escribirás muchas cartas de amor, escribirás sobre tu trabajo, sobre niños, sobre la vida, sobre la muerte, el sexo, las vidas ajenas y sobre tu propia vida; algunas incluso las publicarás...

A lo largo de todos estos años escucharás de otros que eres demasiado confiada, que eres una ingenua y, rozando los cuarenta, lo seguirás escuchando. Pero hazme caso en esto que te voy a decir ahora: ese es uno de tus mayores atractivos. No lo pierdas. Sé tú misma aunque las arrugas incipientes que surcarán tu piel delicada te digan lo contrario.

Ríete a carcajadas, fuerte, como haces ahora; sonríe, sí, por defecto, sonríe; confía en la gente, que para hacerles bajar de tu tren siempre estarás a tiempo. Tú decides quién sube y quién se queda, quién se sienta a tu lado y quién te coge de la mano.

Tómate tu tiempo. No vivas tan rápido. No tengas prisa. De vez en cuando es necesario parar, hazlo. Para el tren, baja y airéate. Respira profundo, pasea por tu mente, por tu corazón, escucha música y reponte. Cuando hayas descansado, vuelve a subirte al tren y sigue. El secreto está en seguir, mi cielo, en seguir.

Si algo no te gusta, ¡muévete!, ¡cámbialo! ¡Te lo ordeno!

Date permiso para equivocarte, porque te equivocarás muchas veces, pero haz el favor de levantarte cada vez y seguir adelante.

Ponle pasión a todo lo que haces, la misma que tienes ahora con tus quince años. La misma pasión que le pusiste el año pasado cuando les dijiste a tus padres que querías ir a Estados Unidos y te fuiste a pesar de ser la más joven de un grupo al que únicamente viste en el aeropuerto. La misma pasión que le pondrás a tu empeño por estudiar Medicina y ser pediatra. La misma pasión que derramarás con cada uno de tus amores, todos dejarán huella en ti. No lo olvides. La misma pasión con la que defenderás tus derechos cuando empieces a trabajar, la misma fuerza con la que exigirás esa inexistente conciliación laboral para poder criar a los hijos que tendrás... Lo mejor que harás en tu vida. Porque, Luci, cariño, el secreto del éxito no es más que eso: pasión y constancia.

Lucha, pelea, sal ahí fuera, exige, reclama lo que es tuyo. No juzgues, no critiques sin saber. Huye del odio y del rencor, son malos compañeros de viaje. Aprende a perdonar, vivirás más feliz. Y sueña, sueña a lo grande. No dejes nunca de soñar, esto es lo que te mantendrá viva.

Todo esto quizá te suene tan lejano, ¿verdad? A tus quince años tienes otras muchas preocupaciones. Ahora mismo acaba de salir mamá de tu habitación, habéis tenido una de esas conversaciones que recordarás con los años. Llorabas porque le decías que no te veías guapa, ni atractiva, mientras ella te acariciaba el pelo y trataba de consolarte.

¿Atractiva? ¿Atractiva para quién? ¿Para los demás o para ti misma? Mira, cielo, una mujer atractiva es una mujer segura de sí misma. Es una mujer inteligente e independiente. Una mujer atractiva es una mujer valiente e intrépida. Pero no valiente porque le gusten los deportes de riesgo, no; valiente con la vida, con las dificultades, con los largos inviernos que sin duda dejarán rastro en su piel y en su alma.

Que una no solo cumple primaveras, también cumple inviernos y justamente son los inviernos los que hacen a una mujer hermosa. ¿Lo sabías?

La vida no es un camino de rosas, claro que no lo es; por eso hay que echarle valor, hay que ser intrépida y exigente con tus propios sueños.

Atractiva es la mujer que lucha por lo que desea, que se ríe de sí misma, que sale a flote una y otra vez a pesar de las adversidades.

Atractiva es la mujer que aún con sus kilitos de más o sus kilitos de menos hace reír a carcajadas al que tiene enfrente. Atractiva es la mujer sin complejos, pero con grandes dosis de sentido del humor. Atractiva es la mujer sonriente, perseverante, luchadora y libre.

Atractiva es la mujer que se da permiso para ser, para vivir y para sentir.

¿Y sabes qué es lo mejor de todo? Que solamente depende de ti. 

A los cinco años decidiste ser pediatra y lo conseguirás, no sin esfuerzo. Serán seis largos años de estudio, más otro año entero opositando en tu pequeña pero luminosa habitación con el apoyo incondicional de tus padres y de tu hermano José, que te acompañarán en cuerpo y alma en todos y cada uno de tus logros. Serán ellos quienes recojan tus trocitos cuando la vida te muestre su cara más amarga. Cuando llegue ese momento, déjate querer, déjate cuidar. Lo harán muy bien. Y saldrás fortalecida. Luego vendrán los momentos en los que seas tú la que cures, con el mayor de los mimos, sus cuerpos heridos. Formaréis un gran equipo. Y esto será solo el principio, Lucía querida, cientos de familias te entregarán lo más valioso de sus vidas: el cuidado de sus hijos.

Así que vive, cariño, sé tú misma, sigue tu valioso instinto, tu intuición, pocas veces te va a fallar. Cuando llegue esa persona que te diga: «Hasta llorando eres preciosa» y se beba tus lágrimas, mírale a los ojos y quédate con él, aunque todo sean dificultades, te prometo que merecerá la pena.

Piensa bonito, habla bonito y sonríe bonito. Porque de un pensamiento bonito nunca saldrá una emoción fea.

Da gracias por todo lo que tienes y por lo que tendrás. No tomes decisiones precipitadas, piensa, reflexiona, valora, comparte, pide consejo, busca información y respuestas, y no permitas que el miedo te paralice. Para adelante, mi cielo, siempre para adelante.

Respecto a tu maternidad, te escribo estas palabras pero se las podría estar escribiendo a cualquier madre o a cualquier padre del mundo, de hecho es lo que voy a hacer.

A todos vosotros os diría...

Preparaos para querer a alguien más de lo que nunca jamás imaginasteis poder querer. No os desaniméis cuando vengan momentos duros, nadie dijo que esto fuera fácil; de hecho, es difícil. El miedo, la culpa, las dudas, por todo ello pasaréis. Uno nunca está preparado para lo inesperado, ¿verdad? Pero ocurrirá, nos ocurre a todos y en cualquier momento. Todos paramos en estaciones parecidas en este intenso e irrepetible viaje, así que disfrutad de cada uno de los momentos que os regalen vuestros hijos, son tan solo unos años los que nos permiten achucharlos, besarlos y olerlos.

¿Habrá algo más maravilloso que dar vida para acompañarlos, enseñarlos, alimentarlos y cuidarlos con el amor más incondicional que existe?

«He venido a este mundo para cuidar y proteger a mis hijas», me confesaba en una ocasión el padre de una preciosa niña llamada Natalie. Y así es, el mejor legado que les podemos dejar a nuestros hijos no es una educación en un colegio de élite, ni en una universidad de reconocido prestigio, ni una casa, ni una buena herencia, ni siquiera viajes por medio mundo. Seamos realistas, en la inmensa mayoría de las ocasiones no podréis darles todo lo que deseáis. ¿Creéis que vuestros padres sí pudieron? Ellos tampoco. Pero no es lo importante, dejad de sufrir por ello. No os

lamentéis más, por favor. No permitáis que ellos escuchen lamentaciones, mantened su inocencia intacta..., ¡es tan bonita! No os centréis en lo que falta y sí en lo que tenéis.

Habrá momentos de oscuridad, de dudas, de preguntas, de caídas. Caerse forma parte del viaje, como también levantarse tras cada golpe. Dudar es de humanos, por supuesto que dudaréis, aun cuando somos mayores seguimos dudando de tantas cosas. Eso sí, duda de lo que quieras menos de ti mismo. Pero sobre todo y por encima de todo no olvidéis jamás que el mejor legado que les podemos dejar a nuestros hijos es... el amor. El amor todo lo puede y con todo podrá. Asumid esta responsabilidad porque es lo más grande que vais a hacer nunca en esta vida y esto es lo que os convertirá en padres maravillosos.

¡A por ello!

Lo mejor está aún por llegar.

Siempre a tu lado,

Tu yo del futuro



Natalie, un ángel mensajero

 Nosotros tenemos la posibilidad de tratar a Natalie y curarla. Así que ahora mírame a los ojos y dime: «¿Quieres aprovechar esta oportunidad, o prefieres seguir lamentándote?».

—¿Paula? ¿Paula? ¿Estás ahí? —Silvina, angustiada, lanzaba las preguntas al auricular de un teléfono sin vida.

—Sí, amiga, aquí estoy —alcanzó a escuchar a lo lejos.

—Paula, ¿es verdad esto que dicen de Iker? Todavía no me lo puedo creer. Dime que no es verdad.

— Sí, Silvi, sí. Estamos ingresados desde ayer. Ahora mismo acaba de salir el pediatra de la habitación. Iker tiene una leucemia linfoblástica aguda —antes de que terminara de pronunciar estas terribles palabras, Paula comenzó a llorar desconsoladamente.

—Paula, voy ahora mismo para allá. Dime en qué habitación estáis.

—No, cariño, acabas de dar a luz. Tú no tienes que vivir este horror. No te toca, cielo. Disfruta de tu preciosa Natalie.

—De eso nada, cojo a la bebé, la meto en el coche y voy para allá.

Silvina colgó el teléfono. Aún dolorida de su reciente parto, con su bebé de diez días en brazos y con el corazón de su amiga en un puño, se metió en el coche y recorrió los cuarenta y cinco kilómetros que separan Altea de Alicante. En menos de una hora, en la habitación 318, las dos amigas se fundían en un abrazo que uniría sus vidas ya para siempre, aunque ellas aún no lo sabían.

Tras llorar juntas, abrazarse y compartir un café frío de la máquina estropeada de la planta de aquel hospital, se sentaron en las escaleras. Mientras el papá de Iker velaba su sueño, ellas allí sentadas, cogidas de la mano, siguieron hablando.

—Paula, ¿cómo lo notaste? ¿Qué le pasaba a Iker? —le preguntó Silvina con la curiosidad propia de una madre.

—No quería bajar al parque; cuando estábamos en los columpios no se quería sentar, decía que le dolía el culete. Estaba todo el día cansado y eso en un niño de tres años no es normal. Luego empezó a dejar de comer. «Son rachas», me decía el pediatra. Las últimas semanas le vi tan pálido que me asusté. Le llevé de nuevo a su médico y me leyó el pensamiento. Le hicieron una analítica de sangre y descubrieron que no le quedaban células...

Tras un desgarrador testimonio, ambas madres volvieron a la habitación. Miraban a sus hijos, Iker postrado en la cama, con su cabecita rapada y durmiendo plácidamente, ajeno a la lucha que estaba a punto de emprender. Natalie recién llegada a la vida, con sus apenas diez días, mamando felizmente en brazos de una madre conmocionada por el dolor de su mejor amiga.

Cuando Silvina salió de aquella habitación, pensó:

—¿Cómo pueden suceder estas cosas? ¿Cómo una madre es capaz de afrontar algo así? Si a mí me ocurriese, no podría afrontarlo. El suelo se abriría bajo mis pies y me caería al vacío.

El macabro destino quiso poner a prueba a esta madre con esta niña recién nacida y lanzarlas directamente a ese abismo que jamás pensó atravesar. Pero lo hizo unos años después. Mismo hospital, misma habitación, la 318, misma enfermedad...

Aquella mañana me incorporaba de mis vacaciones. Tras dos semanas de desconexión en mi tierra natal, viendo a mis hijos correr por los prados asturianos, abrí la puerta de la consulta y encendí el ordenador. Antes de ponerme la bata, tocaron a la puerta. Apareció Silvina con la pequeña Natalie de la mano.

Siempre tuve una conexión especial con esta mamá; su tranquilidad a la hora de explicarme las cosas, la dulzura de sus gestos, de sus movimientos, y el hecho de compartir el mismo año de nacimiento de nuestros hijos, había hecho que nos sintiéramos muy cerca la una de la otra.

—Lucía, necesito hablar contigo, estoy muy preocupada —me dijo.

No recuerdo el resto de sus palabras, no recuerdo su cara de angustia, ni su frente perlada en sudor. No recuerdo su respiración agitada ni su voz quebrada por el llanto. Solo recuerdo a Natalie entrando en la consulta caminando con dificultad, cojeando, llevándose sus pequeñas manos a las caderas, como hacen las octogenarias cuando intentan sentarse en una silla. Su piel pálida, sus labios transparentes y su mirada ausente anunciaban un drama.

—Haz lo que tengas que hacer, pero hazlo. Natalie no está bien. Tiene mucho dolor en las piernas, no quiere jugar, me han llamado del colegio porque llora y se queja a todas horas. Ni siquiera ve sus dibujos animados favoritos. Tú sabes que le encanta Bob Esponja, sin embargo, le hicimos una fiesta la semana pasada con un Bob gigante y se pasó toda la tarde acurrucada en una esquinita con las manos en sus caderas. Que si dolores de crecimiento, que si llamadas de atención, que si ha pasado algo en casa, que si un resfriado que le ha inflamado la cadera..., pero no es nada de eso, Lucía. Yo lo sé —sentenció Silvina.

Yo escuchaba atentamente. No era una madre alarmista, nunca lo había sido, así que puse mis cinco sentidos en no perder ni un solo detalle de esta historia que ya nunca olvidaría.

—Lleva dos semanas con febrícula, todas las tardes. Si le doy el ibuprofeno, mejora el dolor y desaparece la fiebre, pero a las seis horas vuelve a estar así. ¿Y esta palidez? Ella no es así, tú laconoces.

— ¿Qué dice tu marido de todo esto? —le pregunté.

—Bobby dice que exagero, que estoy obsesionada..., pero no lo estoy, Lucía, créeme —me suplicó.

Tras explorar minuciosamente a Natalie, la sombra de la gravedad tiñó todas las posibilidades diagnósticas que en unos minutos mi cabeza fue capaz de plantear. Y, como me ocurre en estos casos en los que las ideas se agolpan, permanecí en silencio durante unos minutos mientras ordenaba mentalmente los pasos que íbamos a seguir sin alarmar a su madre. Le expliqué tranquilamente que bajarían las dos a urgencias a hacerse una radiografía y una ecografía y, mientras tanto, rescataría del ordenador una analítica que se había hecho hacía unos días. Pude escuchar y sentir la respiración aliviada de Silvina al saber que nos íbamos a poner manos a la obra.

Antes de salir por la puerta, me miró fijamente a los ojos y, al mismo tiempo que una lágrima furtiva surcaba su mejilla, me dijo:

—Gracias.

En cuanto salió por esa puerta, entré en el ordenador y busqué aquella analítica como si me fuese la vida en ello. Sus células rojas y blancas estaban bien, de momento, sin embargo había un

único valor muy aumentado de tamaño, demasiado: el de la ferritina. No me gustó. Tenía que seguir viendo niños en la consulta, así que hice de tripas corazón y, como no podía informar a la familia hasta que no tuviera la placa y la ecografía, decidí pasar al segundo paciente de la mañana.

Motivo de consulta: mocos. Me relajé.

La mañana pasó sin sorpresas hasta que recibí una llamada de mi compañero Jorge, el radiólogo, a última hora de la mañana:

—Lucía, mira la placa de Natalie.

No me dijo más, no hizo falta, yo sabía que había algo gordo. Cada vez que hablaba con Jorge siempre bromeábamos. Esta vez no. Su mensaje fue directo: «Mira la placa», su tono cantarín se había esfumado.

—¡Ay, Dios! ¡Jorge, ahí hay una masa mediastínica enorme!

—Sí, Lucía... Y aún hay más. Mira ambos pulmones...

—¿No me digas que eso son nódulos? ¡Está llena! —le dije con un nudo en la garganta que amenazaba con robarme el aliento.

—Sí, tiene múltiples lesiones en los pulmones. Pero es que fíjate en la parte inferior de la imagen...

Antes de que terminara, lo vi: otra gran masa en el hígado que posteriormente él confirmó con una ecografía.

—Lucía, el padre sube ahora para tu consulta. Su madre tuvo que salir. No les he dicho nada. Lo dejo en tus manos. Lo siento, compañera...

Y muchos de vosotros pensaréis: «Sois médicos, estáis acostumbrados a esto. ¿De verdad lo vivís así?». Pues sí. El cáncer infantil, a pesar de ser la primera causa de mortalidad infantil por enfermedad en España y a pesar de que enferman mil cien niños nuevos cada año, cuando se presenta en uno de nuestros pacientes, es un drama. Esa madre que podría ser yo, esa niña con la misma edad que mi hijo..., ese caso, uno de los mil cien de ese año, podría habernos tocado a cualquiera de nosotros, también a ti.

Reordené una vez más todas las ideas en mi cabeza antes de recibir a Bobby, el padre de Natalie. Sin embargo, al verle en la puerta, solo, con la niña en brazos, sin Silvina, le dije:

—Bobby, por favor, llama a Silvina y dile que venga. Lo que os quiero explicar prefiero hacerlo a los dos a la vez.

Años después, Bobby me confesó que en ningún momento pensó que le iba a decir nada malo, simplemente que por protocolo informábamos a ambos padres. No se dio permiso a imaginar ni por un instante que la noticia que les iba a dar cambiaría el rumbo de sus vidas. Su mentalidad práctica y su genética danesa hacían de él un hombre de ideas claras, frías y directas.

A los veinte minutos entraron los tres por la puerta. Silvina me miró, yo la miré. Era el primer caso de cáncer que diagnosticaba por mí misma una vez terminada la especialidad, lejos de los macrohospitales donde estamos rodeados por un gran equipo que te sostiene si las fuerzas te flaquean. Esta vez, allí estaba yo, con apenas un par de años de experiencia como pediatra adjunta, delante de unos padres que aún no sabían lo que se les venía encima.

Silvina y yo nos miramos fijamente, ambas madres conectadas. Ella abría los ojos todo lo que podía animándome a empezar a hablar; yo, emocionada, miré a la pequeña Natalie y vi a mi hijo Carlos. Entonces volví a mirar a la madre y asentí con la cabeza, parpadeé lentamente intentando contener las lágrimas, apreté la mandíbula, fruncí los labios y respiré profundamente. Silvina captó el mensaje y se echó las manos a la cara para recoger un mar de lágrimas.

—Lo sabía —dijo abatida.

Bobby, aturdido, miraba a su mujer, me miraba a mí, volvía a mirar a su mujer. Entre sus posibilidades no incluía, en ningún caso, una noticia tan devastadora.

En ese momento, tras ese cruce de miradas, empezó una larga conversación en la que les expliqué que habíamos encontrado múltiples lesiones en el cuerpo de Natalie.

Previamente, mientras Bobby esperaba a su mujer en la salita de espera, yo ya había llamado al Servicio de Oncología Infantil del hospital de referencia para explicarles el caso e informarles de que iban de camino...

—Gracias, Lucía, los estaremos esperando, tranquila —me contestó el doctor Carlos Esquembre, siempre tan atento y profesional.

En ningún momento pronuncié la palabra cáncer, ni linfoma, ni metástasis. Sin la preparación adecuada, podría sonar a sentencia de muerte y esto, justo, es lo que quería evitar.

«La supervivencia del cáncer infantil ronda el 75 por ciento», me repetía una y otra vez a mí misma. No hubo histerismos, no hubo grandes dramas... Hubo muchas miradas, un abrazo sentido a los dos y mi número de teléfono personal en el bolso de Silvina.

—Llámame mañana y me cuentas —le dije mientras sujetaba sus dos manos con fuerza.

Su cuerpo temblaba, su voz temblaba, su alma entera se tambaleaba. Y este fue el inicio de una historia de lucha y superación que supuso un antes y un después en su vida.

Cuando llegaron al Hospital General de Alicante, efectivamente los estaban esperando. La primera vez que entraron en el Hospital de Día y vieron a todos esos niños allí sentados, con sus cabecitas rapadas, acompañados por unos padres mudos de miedo, en ese instante, Silvina y Bobby se vinieron abajo. No podía ser verdad. Esto no les estaba pasando a ellos. Acababan de traspasar una puerta, una línea, una frontera sin billete de vuelta. Empezaban el viaje más duro de sus vidas.

Ya no había marcha atrás.

—Jamás olvidaré las miradas de aquellas madres, Lucía. Jamás. ¡Cuánto dolor! ¡Cuánta lucha! ¡Cuánto sufrimiento! Y... ¡cuánto silencio!

Tras la biopsia medular fueron claros:

—Natalie tiene un linfoma de Burkitt, un extraño tipo de cáncer que evoluciona muy rápidamente. Habéis tenido suerte de que se haya cogido tan a tiempo, a pesar de las múltiples lesiones que tiene. Os seremos sinceros, es un caso muy raro. Tenemos que estar preparados para todo, para un trasplante de médula ósea, incluso. El camino va a ser largo y duro, pero hay posibilidades de curación. Tenéis que saber una cosa más, muchas parejas terminan en divorcio, esto va a cambiar vuestras vidas, tenéis que manteneros unidos y dosificar las fuerzas —les dijo el pediatra oncólogo nada más conocerlos.

—Pero... ¿por qué a mi hija, doctor? Estoy convencida de que he sido yo la que le he traspasado mi genética defectuosa. Mi madre falleció de cáncer con cuarenta y dos años, cuando yo tenía dieciséis —le confesaba Silvina tragando saliva.

Lo que no sabía el doctor es que era la primera vez que hablaba de su madre en muchos años, ni siquiera Natalie había escuchado apenas cuatro detalles de su abuela. Lo que no sabía es que ella, con quince años, fue la encargada de asumir un papel que no le correspondía: cuidar de su madre enferma. Lo que no sabía aquel pediatra es que Silvina jamás había superado la pérdida prematura de su madre, que jamás perdonó a quien le hizo responsable de los cuidados de una madre terminal cuando ella debería estar saliendo con sus amigas a tomar unas cervezas. Lo que no sabía aquel médico es que hubo un momento en el que Silvina deseaba con todas sus fuerzas que esa agonía acabara de una vez por todas y lo que nunca supo nadie es que cuando el agotamiento se apoderaba de ella, cuando ya no le quedaban fuerzas, cuando dejó de encontrar respuestas, se hacía la dormida ante la llamada de su madre enferma. Jamás se lo había perdonado y la culpa la devoraba cada día y cada noche, desde que su madre finalmente falleció hacía ya veinte años.

—Tu genética no tiene nada que ver. Deja de buscar culpables. Esto es lo que destroza a las familias, la búsqueda de un culpable. ¿Por qué a ese señor le ha atropellado un coche esta mañana y le ha matado? ¿Tú lo sabes? Pues con la enfermedad de Natalie nos ocurre lo mismo. Mira, Silvina, ese hombre atropellado, su familia, sus hijos, no tienen oportunidad ya de curación ninguna. Un coche se le llevó por delante y le mató. Punto. Nosotros tenemos la posibilidad de tratar a Natalie y curarla. Así que ahora mírame a los ojos y dime: ¿quieres aprovechar esta oportunidad o prefieres seguir lamentándote?

Y ese fue el punto de inflexión. Ahí Silvina y Bobby tomaron conciencia de su nueva realidad. Su relación no estaba en su mejor momento, pero eso pasó absolutamente a un segundo plano. Ese día lo tuvieron claro: había que hacer equipo. Tenían un largo camino por delante, pero lo recorrerían juntos. Establecieron un sistema de turnos por el que cada uno estaría un día entero mientras el otro atendería a Nicole, la hermana mayor que esperaba en casa las noticias de papá y mamá. Asumieron la responsabilidad de aceptar todas y cada una de las tormentas que vinieran con fortaleza, sin lamentaciones y unidos.

Bobby tuvo que lidiar con la culpa porque durante meses su mujer le había dicho que no veía a Natalie bien y él nunca se tomó en serio los presagios de Silvina hasta que entró por la puerta de mi consulta y les pedí que se sentaran, que habíamos encontrado algo grave en el cuerpo de su adorada y preciosa hija pequeña, por la que sentía debilidad. Es curioso cómo en estos casos la naturaleza de cada uno de ellos hizo que se cubrieran todos los huecos de ese vacío que encontraron entre las cuatro paredes de aquella habitación. Bobby no tenía tiempo de gestionar la culpa, eso vendría después, ahora, y a pesar de sus veintitrés años recién cumplidos, demostró una fortaleza y una resistencia que me sobrecogieron. Él fue el bastión de la familia, el timón de aquel barco que navegaba por aguas turbulentas, la trinchera desde donde protegerse de la cruel batalla, la mente despejada y sosegada que lidiaba con la pequeña Natalie cuando esta se negaba a que le administraran de nuevo aquella medicación que tanto sufrimiento le generaba. Bobby fue sin lugar a dudas el refugio amoroso y sereno de Silvina, su contrapunto, su complemento, su imprescindible. Su cometido era proteger a su familia hasta el último aliento y es por ello por lo que Bobby nunca le contó a su mujer que, para poder cumplir con los turnos establecidos de cuidado de Natalie, doblaba turno en la empresa con largas y agotadoras jornadas de trabajo. Sin embargo, cada una de las mañanas que le tocaba relevar a su mujer, llegaba al hospital con una sonrisa y un «tranquila, todo va a salir bien. Y ahora vamos a tomarnos un café», y como por arte de magia Silvina recuperaba la esperanza.

Silvina, por su parte, tuvo que pelear contra sus fantasmas inmersa en las sombras de la enfermedad agónica de su madre. Es como si la vida la castigara a pasar por lo mismo otra vez, pero en esta ocasión debía estar a la altura, no había otra posibilidad.

Cada uno con su universo de monstruos y miedos merodeando por sus mentes y aguantando el tipo para que nunca le faltara una sonrisa en cada despertar de Natalie. Los primeros días todo el mundo fue a verlos; pasada una semana ya no había visitas. La gente siguió con su vida, inmersa en sus problemas y ajena al drama de aquella familia. Y sí, recibieron pocas visitas, muchas menos de las que les gustaría, pocas llamadas, poco apoyo, pocos abrazos y casi ningún beso..., pero se tuvieron el uno al otro.

—¿Por qué la gente huye cuando te pasa algo así, Lucía? —me preguntaban años después.

—Yo aún estoy aprendiendo a perdonar... —me confesaba Bobby conteniendo una emoción que él mismo se censuraba —. No sé si seré capaz...

Rápidamente desvió la mirada; si seguía mirándome fijamente se caería al vacío, y esto no era propio de un corazón danés como el de él, al que nadie había educado a mostrar sus emociones en público.

A pesar de todo, una de las tantas mañanas de soledad de Silvina en aquel hospital, de pronto recibió un mensaje:

—¿Bajas a la cafetería?

Y cuando llegó y la vio, creyó volver a nacer, de hecho, renació. Su hermana Laura había volado desde Argentina para abrazar a su hermana pequeña, recoger todas sus lágrimas, cuidar de su corazón de madre hecho añicos y besarla sin descanso. Y lo hizo, vaya si lo hizo.

—No te puedes imaginar lo que aquello supuso para mí, Lucía. De pronto me sentí más fuerte aún.

Una tarde aparecí yo por el hospital con un regalo: una mochila gigante de Bob Esponja. Silvina se rio al ver el tamaño que, ciertamente, era mucho más grande de lo que a mí me había parecido al comprarla; creo que todo el cuerpecito de Natalie hubiese entrado allí dentro. ¡Pero le gustó!

—Esto para cuando vuelvas al cole, cariño —le dije, porque yo estaba segura de que saldría de esta pesadilla algún día.

Hubo un momento en todo este proceso en el que Silvina necesitaba algo más, necesitaba respuestas, necesitaba un «todo esto pasará» y en esa búsqueda una noche tuvo un sueño revelador: un hombre que desprendía una luz especial, diferente a todos los demás, le cogía de las manos, la miraba a los ojos y le decía: «Silvina, tu hija va a estar bien. Se va a curar. Responderá al tratamiento. Esta experiencia solo te traerá una cosa positiva, solo una: el reencuentro con tu madre.

Pero Natalie solamente empezará a estar bien cuando te reconcilies con tu pasado, cuando perdones a tu madre por haberse ido tan pronto, cuando perdones a tu padre por haberte robado esos años de juventud cuidando de tu madre, cuando te perdones a ti misma por no haber estado presente, por no haberte levantado cada noche... Porque aún la oyes, ¿verdad? Tu hija saldrá adelante cuando ella sepa de su abuela Cristina y de lo mucho que le hubiese gustado conocer a su nieta...».

Se despertó empapada en sudor y lloró todo lo que no había llorado con la muerte de su madre y, por supuesto, la perdonó y, lo más importante de todo, se perdonó.

—Cuando pasas por una experiencia vital de este tipo, siempre ocurren cosas a las que no les encuentras explicación —me confesaba Bobby varios años después.

—Así es —afirmó Silvina dándole la razón.

—Yo soy un escéptico de manual, no creo en nada, por no creer, no creía ni en la medicina hasta que vi lo que fue capaz de hacer por la vida de mi hija, pero mi mundo cambió cuando una tarde, estando con Natalie en el hospital, me preguntó por su abuelita Cristina —me dijo Bobby. Silvina sin ocultar la emoción añadió:

—Sí, Lucía, a raíz de ese sueño Natalie empezó a preguntar por mi madre a diario cuando yo aún no le había empezado a hablar de ella. La llamaba en sueños. Nos decía que ella la estaba ayudando. Tuvimos que traer una foto de ella a la mesita de noche del hospital y, en sus noches más duras tras la quimio, abrazaba con fuerza aquel marco y minutos antes de dormirse lo guardaba debajo de su almohada.

En ese instante de la conversación, nos emocionamos los tres: Bobby, Silvina y yo. Hay silencios que hablan y miradas que unen para siempre. Ese fue uno de ellos. Tantos y tantos recuerdos desempolvados...

—Recuerdo el día que le rapamos la cabeza. Llamamos a una peluquera. Vino a casa. Fue rápido. Contuve las lágrimas al ver su precioso pelo caer a mechones sobre el suelo. Natalie me miraba en busca de una sonrisa..., encendimos la tele y de pronto apareció un bebé pelón, sin pelo, y entonces dijo Natalie: «Mira, mamá, como yo». Yo le dije: «Sí, cariño, como tú». Como si me leyera el pensamiento, me cogió de la mano, me miró fijamente y entonces añadió: «Mami, no te preocupes. Sin pelo estoy mejor. Así soy bebé más tiempo», y se acurrucó en mi regazo.

De todo ello Natalie apenas recuerda algunos retazos. La mente de una niña pequeña es demasiado bonita e inocente para recordar el horror vivido; sin embargo, seis años después, me dijo:

—Hay algo que recuerdo muy bien, Lucía. El día que me raparon la cabeza apareció mi tío Alejandro con su cabeza también rapada, como la mía. Los demás decían que estaba feo, pero yo le veía guapísimo —me confesaba mientras los ojos le hacían chiribitas.

Las semanas fueron pasando, los ciclos de quimio los iba superando con éxito, la esperanza no dejaba de crecer. De tanto en tanto, la planta entera de aquel hospital se cubría de un gélido manto de dolor y llanto: la muerte llamaba a la puerta de alguno de los niños. En concreto, tres fueron los niños que perdieron la batalla en los seis largos meses de hospitalización de Natalie. Bobby se encerraba en la habitación de su hija y se aislaba del horror que había tras esa puerta.

«Cada caso es un mundo», se repetía una y otra vez. Y eso le ayudaba a no perder nunca la esperanza.

Silvina, sin embargo, fue consuelo de esas madres, de esos padres abatidos que morían en vida el día que sus hijos dejaban de respirar.

Maneras diferentes de reaccionar frente al dolor, ambas respetables, ambas comprensibles, ambas humanas...

Las semanas pasaron, y los meses, y aquella pequeña habitación se convirtió en su segundo hogar. Silvina y Bobby, unidos, formaron equipo. Su hija mayor, Nicole, era el oxígeno que tomaba cada uno de ellos al llegar a casa, su salvavidas, su refugio, su alimento y su aliento. Los pediatras, el cable a tierra que siempre tenían cuando perdían la noción del tiempo y del espacio.

—Niños, hoy es un día especial —dijo la maestra—. ¿Os acordáis de Natalie? —Todas las semanas la profesora hablaba de ella al resto de los alumnos—. ¿Os acordáis el primer día de clase, que le reservamos ese sitio que aún está vacío y pusimos su foto en su silla?

—¡Síííí! —dijeron todos los niños mirando la foto de Natalie allí pegada, sonriente con su larga melena.

—Han pasado seis meses desde aquel día y hoy por fin vuelve con nosotros —dijo la maestra visiblemente emocionada.

Y así fue, seis meses después Natalie entraba por la puerta de su colegio, orgullosa, con su nuevo pelito corto, con una sonrisa que brillaba con luz propia, acogida por un cálido aplauso de una clase entera en pie. Sobre sus aún frágiles hombros, la mochila gigante de Bob Esponja.

Cuando Silvina llegó a casa e hizo la cama de Natalie, de pronto encontró algo debajo de su almohada, tapado con un trapito.

—¿Qué es esto? —se preguntó intrigada.

Cuando descubrió lo que era, se dejó caer en la cama y rompió en un llanto liberador...

Bajo la almohada, una foto de su madre y un papel escrito por Natalie: «Abuelita, conseguido, hoy vuelvo al cole».