A mí lo que me gusta es tu olor. Me mata tu olor. Podría detectarlo en un campo de fútbol lleno de hooligans sudorosos. También me gusta cuando encajas en mí. Cuando me abras por detrás, desnudos, y llega un punto en que no puedo distinguir entre tu piel y la mía. me gusta cuando me miras queriéndome transmitir todo lo que no te hace falta decir. Me gusta cuando te desnudas por dentro, del todo, despacio, y me dejas ver más allá de ti. Me divierten tu petulancia, tus manías, tu susceptibilidad, tus incoherencias, porque me veo reflejada en tu espejo. Me gustas por tu seguridad y por tus inseguridades. Me encanta tu cara de pillo cuando sonríes. Es como si te conociera de pequeño y pudiéramos jugar juntos.
Soy fan de tus comparaciones, rápidas, espontáneas, gráficas, brillantes. Eres jodidamente brillante, y lo sabes. Me encanta follar con tu cerebro. Me pone cachondísima verte correrte, me muero de deseo por sentir un orgasmo tuyo dentro de mí. Bueno, tú me pones cachonda siempre. Podrías follarme en un autobús urbano con toda mi familia como testigo sin que fuera capaz de negarme. Me encanta cuando te quedas encima de mí latiendo después de hacerlo. Me calma oír tu corazón, como un reloj, por las noches. No duermo bien si no te toco un pie aunque sea. No sé qué me provoca más ternura, tu mala leche o tu hipersensibilidad.
Te pegaría un bofetón cuando resulta que tú me puedes hacer un favor a mí, pero no me dejas que yo te lo haga a ti. Pero me encanta cuando te sientas a mi lado y rompes la barrera y me volatilizas las defensas, haciéndolas añicos, y mandas a mi parte chula a tomar por saco y sacas a la tierna, a la niña. Es un jodido don que tienes. Precioso.
Me fascina cómo te conoces a ti mismo, pero a la vez buscas mi reafirmación; me recuerdas a mí. Me reconforta que tú tampoco tengas límites, dentro de nuestros límites. Me encanta que lleves tú las riendas, pero déjame tirar alguna vez del caballo, para no olvidarme de cómo se conducía. Me encanta que seas un espécimen único, y que lo reivindiques. No hay manera ni de clonarte. Me puede oírte hablar y gesticular, no lo resisto. Y tu estilo. Podría ir contigo a cualquier parte, sintiéndome orgullosa de presentarte en sociedad o de meterte en el tugurio más cochino del mundo, convencida de que sabrías estar. Eres elegante hasta fundirme. Sé que hay tres cosas que jamás perdonaré contigo, y que son mutuas: la confianza, la sinceridad y el respeto.
Estoy absolutamente subyugada ante tu ciento por ciento de follabilidad. Te veo caminar y podría cruzarme el Sahara a pie detrás de ti. Sin sed, sólo mirándote. Me vuelve loca que te empalmes en un bar sólo por tenerme enfrente, sin provocarte siquiera. Pero también me encanta que no seas sólo una polla andante y a veces te pueda la responsabilidad.
Todavía no acabo de entender cómo has conseguido que me sienta mejor contigo que sola. Justo porque me dejas todo el espacio y no me agobias ni me persigues. Porque tú también eres libre. Y me gustas así, asalvajado. Sin dejar de ser responsable conmigo y con tus seres queridos, tan esclavo de tus palabras como de tus actos.
Yo también soy esclava de las dos cosas, y ya no tengo miedo. No voy a esforzarme por dejar de sentir o a huir por miedo a sufrir. Es tan absurdo como renunciar a la libertad de amar por buscar la libertada a toda costa, porque al final sufres por no permitirte ser libre para amar. Y ese error ya lo he cometido en mi vida y no lo voy a hacer más, y menos otra vez contigo.
Vales demasiado como para no disfrutarte.