Ayer Javi volvió a trabajar. Se acabó lo bueno, se acabó el no tener horarios, el tener tiempo libre, el ir y venir sin dar explicaciones ni estar sujeto a unas obligaciones. A mí, me han parecido unas vacaciones a pesar de las noches en vela, del susto que nos dio Helena a los primeros quince días de vida. No sé. La vida me ha cambiado. Ha cambiado. Y mi relación con Javi también. De repente, se acabó el ser "novios". Vivir por y para nosotros, que así era incluso en las semanas de Cuquito. Las cenas a solas viendo cualquier rollo en la tele. El sillón era para dos. Y la vida también. Maya fue el complemento que faltaba para alcanzar la perfección del significado de la palabra "hogar".
Con la llegada de Helena está todo patas arriba. La Patri obsesiva de la limpieza ha desaparecido. Todo está manga por hombro o Maya se lo ha llevado a su cama y lo hemos dado por perdido. Pero me gusta. Me gusta dedicarme a mi hogar, a mi perra, a mi bebé. Me gusta lo que he vivido con Javi estos cuatro meses que no cambiaría absolutamente nada. Me he hecho mayor. He aprendido a valorar otras cosas, a replantarme mis prioridades, a buscar mi equilibrio en medio del caos de pañales y biberones.
Dedicarme profesionalmente al cuidado de bebés, me ha ayudado pero menos de lo que pensaba. Ser profesora o técnico de educación infantil solo sirve en el colegio o en la escuela infantil. Sí, en el cole, puedo estar con niños llorando mis ocho horitas, pero a mi Helena no puedo verla llorar. Me provoca ansiedad y un nerviosismo que solo puede empeorar la situación. Con Helena todo es nuevo, me pierdo y me encuentro y no hay nada perfecto. No trabajo para nadie, ni espero que nadie esté contento ni cumplir las expectativas de nadie, como puede pasar en el trabajo. Hago con ella lo que creo que es mejor para ella y para mí. Y lo único que me preocupa en el día a día, es si seré lo que ella necesita, la madre que ella se merece. Es mi única preocupación y mi único empeño. Lo demás, ha pasado a darme igual.
Y el coprotagonista de este sueño hecho realidad es Javi. Somos tan diferentes. Tanto... Que es rara la pareja que formamos. Pero Javi es lo que he necesitado siempre. Es mi complemento para sentirme completa. ¿Tiene fallos? Claro. ¡Cómo todos! Nunca escribiré ni sobre la perfección de Javi ni sobre la de nadie, porque es una quimera. Pero a pesar de sus defectos y de los míos que a veces resultan incompatibles, le quiero con todo mi corazón. Volvería a elegirle cada día. Y hasta mi inconsciente lo tiene claro puesto que le busco en la cama hasta dormida. Me siento protegida, segura y no necesito nada más con él. ¿Necesitamos más cosas? ¡Un viaje! Sí, claro que necesitamos cosas. Pero es un lujo poder decir que la rutina a su lado es menos rutina. Incluso me gusta. No necesito un espacio. Nunca he sentido que necesite unos días, una salida a solas. Me gusta ir con él aunque sea ir a comprar el pan. ¿Qué hay más rutinario que eso? Y ayer y hoy, se nota la soledad... Se nota que el día es más largo. Que le echo de menos. Hablar. Simplemente hablar de... "¿dónde has dejado esto o aquello?". O venir al salón y ver su sitio ocupado por la perra porque ella también le echa de menos.
Soy afortunada. Tengo el hogar que siempre he soñado. Estoy donde quiero estar y con quiero estar. Y mis prioridades están más claras que nunca. ¿Podemos estar mejor? Por supuesto. Pero esa semana de hospital con Helena, como os cuento, me cambió la vida. Soy feliz estando aquí, con mi familia. Compartiendo el sillón con una bebé con mamitis y una perra con Javitis.