domingo, 14 de abril de 2024

Metamorfosis de una madre

 Cuando nació mi primer hijo me sentí muy sola. Primero lo atribuí a que estaba lejos de mi familia, ya que vivía a nueve mil kilómetros de mi país de origen. Tiempo después y hablando con otras madres que contaban con la presencia cercana de sus familiares y amigas de siempre y aun así se sentían desamparadas, me di cuenta de que lo que estábamos experimentando era una soledad emocional compartida, nacida del querer criar de otra manera, siguiendo los instintos, nadando a contracorriente. Al hacerlo, estábamos solas en contra de todo lo establecido socialmente, en contra de todos los paradigmas. Esa soledad tiene que ver, por un lado, con una sensación de no tener con quién hablar de las inquietudes maternales, y no porque no haya con quién hacerlo, sino porque a ese entorno no le interesa o no le parece válida nuestra experiencia o nuestra inquietud. También tiene que ver con el aislamiento al que nos enfrentamos las madres con bebés y niños pequeños: las calles no están acondicionadas para pasear con un cochecito, muchos restaurantes bares o lugares públicos no están preparados para los peques y, lo que es peor aún, a gran parte de la sociedad le molestan los bebés, les aturde la infancia. Por lo que no es de extrañar que una mamá decida quedarse encerrada en casa para ahorrarse los juicios y críticas por dar teta, por ocupar la acera con su cochecito, por no saber «corregir» a un «niño berrinchudo», para evitarse miradas de horror cuando su criatura llora. Cada vez más solas, cada vez más aisladas. Esto es incluso más intenso para quienes no regresan a sus trabajos formales, porque aquellas que lo hacen, aunque sea, tienen un entorno adulto con el que hablar de algo más que de los hijos. Siendo además real que para esta sociedad culpógena y adultocéntrica sin importar lo que una madre decida, siempre habrá algo que esté haciendo mal, siempre habrá algo que pueda hacer mejor. Lo paradójico es que este juicio de valor no recae sobre los padres de la misma manera.

Por otra parte, no todo es sombra en la maternidad actual, hay luz, mucha luz y es la que viene de los hijos quienes terminan por ser nuestros grandes maestros. Al principio dudamos si estamos haciendo las cosas bien, si es conveniente seguir el instinto, la intuición materna. Con el tiempo nos damos cuenta de que sí, que sí estábamos en lo correcto y eso lo podemos evaluar al ver el crecimiento y desarrollo de nuestros peques. No hay nada más revolucionario que una criatura que ha desarrollado su inteligencia emocional, que se quiere, se valora, que es perseverante, que tiene su propia voz, que no tiene miedo de sus padres, sino que los respeta y confía en ellos porque también se siente respetado. Aun así, creo que, el cuestionarnos constantemente si lo estamos haciendo bien o no, seguirá siempre latente, y eso es positivo si esta reflexión nos ayuda a hacer ajustes, a trabajar en nuestras debilidades, miedos, limitaciones, siempre teniendo presente que damos lo mejor de nosotras, dejando la culpa y el perfeccionismo de lado.

Lo que leerás a continuación, se gestó sobre la base de mis experiencias a corazón abierto transitando una maternidad niñocéntrica y solitaria. No vas a encontrar nada sobre desarrollo infantil o consejos de maternidad, solo una visión, una reflexión, vulnerable, a carne viva poniendo en palabras mis sentimientos, aprendizajes, cuestionamientos en mi metamorfosis como mamá. Espero que en mis palabras te veas reflejada, y te sientas acompañada. Reflejarse en otras, leer algo y sentirse absolutamente identificada es sanador y nos libera un poco de tanta carga, de tanta culpa.

Hablar con otras en nuestra misma situación, compartir, hacer catarsis, sacarlo de adentro es una forma de descomprimir, de sentirse contenida, abrazada y eso es lo que pretendo hacer con este libro, esa es la misión de mis escritos: darte voz, hacerte visible y recordarte que: «lo estás haciendo bien».




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