sábado, 31 de julio de 2021

Para siempre

 Con el tiempo entendí que nos dimos todo, nos quisimos todo, y fuimos todo, en unos meses.

Y ya no quedó nada en aquel para siempre que nos dedicamos.



Comida a domicilio

 Pido comida a domicilio, me dicen que mínimo para dos personas.

Y aquí estamos mi melancolía y yo comiendo los restos de lo que fuimos.



Esperar

 Escribo versos en los semáforos, en la cola del supermercado. Lleno el ascensor de palabras, el desayuno de metáforas, y mi cuaderno de oficina de citas por reconstruir.

Fueron muchas, largas y tediosas, mañanas, tardes y noches, de espera. Y ni un solo verso, ni dos palabras a la par, ni un sueño, solo espera...

Recuerdo el dolor en la espalda, la dureza del plástico eterno clavado en mi piel, la mirada fija, perdida un suelo blanco, frío y triste.

Sentir cómo tu cuerpo deja de ser tu cuerpo, y pasa a formar parte de un entorno vacío, pero lleno de gente, de problemas, de noticias que no llegan.

Un lugar en el que no cabe la palabra "amor".

Decenas de pares de miradas que extrañan la presencia de aquella juventud, y tu soledad. Caras amables, conversaciones forzadas. Aquella maldita necesidad de un mal compartido.

Leer en rostros ajenos la ternura y tristeza que se dibuja en la incertidumbre de quien se pregunta por los males que desordenan a la joven del fondo.

Reproducía en bucle, me frotaba los ojos, comenzaba capítulos de libros que jamás terminé. 

Preparaba exámenes entre verdades pruebas tan necesarias como eternas. Dormía entre ruidos, quejidos, nostalgías y soledades. 

Nunca antes había visto tanta ternura, tanto fracaso, tanta soledad...

Cada día igual que el anterior, bajaba la media de un autobús cargado de historias por contar, me perdía en pasillos que terminé conociendo como la palma de mi mano, dejaba caer mi cuerpo frente a la puerta y volvía a esperar.

Esperar, esperar y esperar. Yo nunca supe esperar; sin embargo, entonces, no deseaba ninguna respuesta. Era tal el miedo a lo desconocido que podría seguir poniendo a prueba mi vida, y mi paciencia.

Aprobé los exámenes, puse nombres a batas blancas, y a mis defectos de fábrica.

Y ahora que soy yo, con mis circunstancias, leo a Benedetti mientras sujeto tu mano entre paredes blancas, y escribo versos, sin miedo a nada.







martes, 27 de julio de 2021

Por si algún día te olvidas de ti

 Escribo estas líneas ahora mismo por si algún día, sin querer, te olvidas de ti.

Escribo esto mientras te miro ahí, en la cama, desnuda enrollada entre las sábanas, despeinada, con ojos de cansancio y esa sonrisa perenne en la boca.

Me ves escribir, me preguntas con intriga (y esa sonrisa) qué es, pero haré uso de mi labia y mi improvisación y te diré cualquier cosa que no sea la verdad: que escribo estas líneas en este preciso momento por si algún día te olvidas de ti.

Por si algún día te olvidas de ti, eres esa chica impulsiva, emocional y valiente que se atreve con cualquier cosa, que no deja que le digan lo que tiene que hacer, que protesta por todo y no se calla por nada, que aún le sigue haciendo caso ciegamente al corazón cuando le dicta algo.

Por si algún día te olvidas de ti, eres esa chica que cogió una mochila y vino hasta esta ciudad perdida para encontrarse, esa que es irónica, sarcástica, pícara e inteligente, sutilmente brillante en los juegos de palabras y que detrás de su aspecto de chica dura hay una niña asustada que aún no se atreve a salir de su habitación.

Por si algún día te olvidas de ti, eres indomable, intensa y salvaje. Tienes una alas preciosas y heridas (pero las tienes), una manera de reír a carcajadas que es la mejor banda sonora del mundo y un pequeño gesto de arrugar la nariz cuando sonríes que creo que ni siquiera conoces y es una maravilla.

Por si algún día te olvidas de esta noche, hace un calor increíble, las sábanas aún tienen sudor de ambos de la de batallas que hemos librado en ellas, el cielo está más estrellado que de costumbre y hay un músico tocando en la calle que juro que lo está haciendo en nuestro honor.

Por si algún día te olvidas de mí, soy ese chico impulsivo, emocional y valiente que se atreve con cualquier cosa, que de tanto ponerse el disfraz de tipo duro al final se le quedó pegado en la piel, y que de vez en cuando aparece algo como tú en su vida para hacerme ver que al corazón nunca le gustaron demasiado mis disfraces y que yo sigo siendo el mismo de siempre aunque a veces crea que no. El chico que escribe esto mientras te mira intentando parar el tiempo, intentando grabar tu cara en su mente para cuando ya no estés y pueda dolerse con su recuerdo, pero sobre todo soy ese chico que, pase el tiempo que pase a partir de esta noche, jamás se va a olvidar de este cielo estrellado, de las batallas entre las sábanas, del músico que toca en la calle y de ti.

Todo esto escribo mientras observo tu sonrisa intrigada ampliarse, así que voy a acabar ya, arrancaré esta hoja, la guardaré y te la daré cuando amanezca y todo esto termine. Te la daré a ti y se la daré a esa niña, para deciros a ambas que sois el ser más maravilloso del mundo, que nunca os perdáis la una a la otra, y que lleves esta carta contigo siempre.

Ya sabes.

Por si algún día te olvidas de ti.

Al leerla recordarás quién eres.

Y entonces volverás a estar a salvo.



Adiós

 Y entonces llega el momento en el que te das cuenta que hay personas que quieren irse. Por cuenta propia. Con sus motivos y sus razones. Y por mucho que quieras, no hay manera de pararlas. Por mucho que hagas, no se pueden convencer. Ni hablarlo y frenar. Y entonces, cuando eso pasa, solo puedes dejar que se vayan.

Si quiere marcharse, acéptalo.

Lo intentaste. Diste todo de ti. Pusiste ganas, corazón, y unas cuantas cosas más, para que el final no fuese así. Pero a veces ya no quedan más intentos. A veces ya la fuerza se pone a cero, y cuesta volver a intentarlo. A veces no depende de ti. No puedes hacer más. Y ya está.

Ese fue mi último intento. 

Cuídate, y sé feliz.



domingo, 25 de julio de 2021

Lo que nunca tuvo que ser

 Eras la triste historia de amor que se escribe en los andenes y revivo en las pelis de cada tarde de domingo.

Yo sabía de aquel final, que las cosas que no son, no lo son, y punto.

Pero fue bonito, al menos, intentarlo.

A ti te llenaban de orgullo los versos de dolor, porque al menos, en aquel instante, alguien latía, y era por ti.

A mí se me clavaban en el pecho las contradicciones que me lanzaba a cada instante la razón.

Te quise porque hubo un día en que paraste el tiempo cuando todo a mi alrededor corría sin mí.

Pero lo cierto es eso, que no fuimos más que un puñado de versos, una historia de amor imposible, algo que contarle a mis adentros, unas lágrimas a destiempo, y un pasado del que ya nada quiero saber. Fue tremenda mi tendencia a dejarme caer, fueron inciertas mis ganas de más, fue demasiado, fue innecesario, fue injusto, fue todo lo que nunca tuvo que ser.

Pero fue.



Ella no sabe lo que es

 He llegado a esa conclusión, no existe otra explicación.

Ella no sabe lo que es.

Ella solo se pregunta (muchas más veces de las que se atreve a preguntarme a mí) por qué ella, qué es lo que tiene, porque verdaderamente no comprende qué tiene de diferente. Ella observa mi vida, y aunque es un tema hablado ya varias veces, siempre llega un momento en que siente la necesidad de volver a preguntarlo, y yo he llegado a comprender que verdaderamente le hace falta, que no lo dice porque sí o para recibir una respuesta bonita, sino que verdaderamente se mete en laberintos mentales en los que nunca acierta con la salida.

Que ella no sabe lo que es.

Y me frustra ver cómo considera a otras chicas por encima de ella solo por tener más popularidad, porque suben fotos con fotógrafos profesionales, porque son “todo lo que un chico podría querer”. Siempre sonrío cuando le oigo decir esto. Si supiera que la foto más bonita que existe en este mundo es esa que le hice con mi asco de móvil aquella noche que estaba muerta de sueño y con el pelo recogido y me sacó la lengua. Si supieran todas esas chicas siempre con fotógrafos profesionales que sus fotos jamás podrán estar a la altura de esa que tengo de ella poniéndose bizca a propósito y haciendo muecas. Si supiera que no hay belleza de modelo en este mundo que se le acerque cuando me sonríe con toda la inocencia que tiene y se encoge de hombros restándole importancia a lo que a mí me supone un mundo, cuando clava sus ojos en mí mientras le cuento un problema y noto toda la atención del universo en esa mirada, cuando la siento respirar tranquila por la noche y pienso que esa chica de uno sesenta y poco es la mujer más grande de la Tierra.

Si supiera que yo solo soy un chico torpe pero inteligente que aprendió a ser un buen ilusionista, si supiera que mis juegos de manos no tienen nada que hacer con la verdadera magia que es la que ella tiene dentro, si supiera que cuando me habla de “brillo” refiriéndose a mi vida yo en lo único que pueda pensar es en el de sus ojos cuando ríe a carcajadas.

Si supiera que soy yo quien tiene la inmensa suerte de que ella se fijara en mí, y no al revés.

Ella no sabe lo que es.

No tiene que cambiar nada, no tiene que parecerse a nadie, no tiene que creerse menos que ninguna mujer en este mundo, sea quien sea. 

No sabes cómo me frustra que siempre haga comparaciones en las que ella nunca sale como vencedora. Siempre son más guapas, más estilosas, con más glamour, más “mujeres”. Ojalá algún día se dé cuenta que, mientras me cuenta esto, yo la escucho hipnotizado pensando cómo diablos puede existir algo tan bonito como ella.

Ojalá algún entienda que si no hay comparación en la que gane, es porque directamente no hay comparación.

Con su metro sesenta y pico, su cuerpo que ella considera “normal” y en el que yo pierdo la poca cordura que me queda, con sus ojos oscuros y su sencillez.

Con sus vaqueros y sus zapatillas, su ropa comprada en las rebajas y sus malabares para llegar a fin de mes.

Con su pasión, su amor por el arte y las causas perdidas, su pelo recogido mientras lee un libro y su risa tonta. Con su lealtad, sus audios de WhatsApp eternos, sus mensajes que van por párrafos y sus moratones en las rodillas de chocarse con las cosas.

Con mis ganas de gritarle que el día en que se ponga delante del espejo y sepa mirarse de verdad entenderá que no debe creerse menos que nadie nunca más.

Porque la diferencia es ella.

Pero ella no sabe lo que es.

Así que mientras ese momento llega, aquí tendrá estas líneas para recordárselo. 

Y a la hora de dormir, ella volverá a preguntarme qué tiene, y yo le diré que no lo sé, pero por favor.

Que no lo pierda nunca. Porque es única.



La niña salvaje y despeinada

 Hoy alguien me ha preguntado si me ocurría algo. Yo he contestado “estoy bien”, y me ha dado miedo cómo ha sonado mi voz al decirlo.

La persona que preguntaba me creyó sin notar nada raro.

Y de repente (o de nuevo, u otra vez, o como siempre) me he acordado de ella. De esa niña salvaje y despeinada a la que no podía (ni sabía, ni quería) mentirle. Esa que me miraba seria, me clavaba sus ojos oscuros, y sin necesidad de hablar me decía que a ella no podía (y tampoco sabía, y tampoco quería) engañarle con mi palabrería.

No estoy bien. Hace mucho tiempo que no estoy bien. Aunque por aquí nadie parece notarlo y todos me felicitan, los hombres con chaqueta que me dan la mano y saben de números y las chicas con vestidos caros que siempre acaban tirados en algún rincón de mi habitación para no volverlas a ver al día siguiente, y me llueven los elogios, y todos envidian la manera en que me van las cosas, y me repiten que soy un afortunado. Y a veces me muero de ganas de gritar, de gritarles que no estoy bien, que no recuerdo la última vez que lo estuve, que cómo puede ser que mienta tan perfectamente que nadie nunca consiga darse cuenta, pero aunque lo intento nadie me escucha. Creo que nadie de ese montón de personas que me dicen todo eso diariamente se para a preguntarse nunca si estoy bien. No si tengo energía, no si estoy contento, no si estoy ilusionado, sino si “estoy bien”. 

Nunca nadie se ha vuelto a preocupar por mí como aquella niña salvaje y despeinada, tan alejada siempre de los focos, tan en su mundo extraño y complejo, tan rara que me enamoró como absolutamente nadie ha vuelto a hacerlo. 

Ella, en su encomiable intento de ser feliz sin lograrlo, y a la vez, sin darse nunca por vencida. Ella, llorando por ver a un perro callejero con una soga al cuello y poniendo su integridad en juego sin dudarlo para ir a quitársela desoyendo las voces de su madre preocupada advirtiéndole que ni se le ocurriera, ella, que ya de pequeña decía que ir al zoo era la crueldad más grande del mundo, ella, que en cuanto llegaba a casa se quitaba los zapatos y me bromeaba (no estoy tan seguro de que fuera broma) diciendo que un día iba a renunciar definitivamente a ellos e iba a ir descalza siempre.

¿En qué momento se separaron nuestros caminos? ¿En qué instante los focos brillaron tanto que cegaron todo lo demás? No lo sé, pero hoy me he dicho basta. Hoy me he dicho que no iba a pasar un día más sin atreverme a hacer lo que llevo años necesitando hacer, y sin darme tiempo a pensar (temía que de hacerlo volviera a ganar mi parte mentirosa) me he subido al coche y he conducido durante horas hasta aquí.

Inspiro, lleno de aire mis pulmones, y siento ese olor tan característico de este lugar. Diría que nada ha cambiado, pero me estaría mintiendo, y bastante lo he hecho ya todos estos años. He cambiado yo. Y habrá cambiado ella. No sé de su vida, de sus circunstancias, si quizás tenga pareja o incluso hijos, quien sabe. Han cambiado aquellos que fuimos, y ha cambiado absolutamente todo a nuestro alrededor.

…Y aun así, algo por dentro me late diciendo que hay cosas que permanecen por siempre.

Porque hoy alguien me ha preguntado si me ocurría algo. Yo he contestado “estoy bien”, y me ha dado miedo cómo ha sonado mi voz al decirlo.

Porque la persona que preguntaba me creyó sin notar nada raro.

Y porque sé que el planeta entero podría tragarse fácilmente mi palabrería, mi convicción y mi encanto cuando quiero disimular algo menos una persona.

Camino por las calles desiertas del pueblo hasta la suya (si es que sigue siendo la suya), como lo hice durante tantos años, y mientras lo hago vuelvo a sentir cosas que creí que habían desaparecido, pero no, tan sólo estaban adormecidas, entumecidas por un futuro “exitoso” en el que nos fuimos olvidando de cuál es el mayor éxito de esta vida y lo poco importante que es cualquier otro tipo si no tienes ese.

Camino por las calles desiertas y vuelvo a ser aquel niño, aquel adolescente que se sentaba en la esquina antes de llegar a su puerta durante horas esperando a que ella se saltara por la ventana en mi busca, y entonces el mundo volvía a dolernos un poco menos.

Giro la última esquina (esa esquina) antes de llegar a su puerta, y justo cuando me empieza a entrar la cordura y, por consiguiente, el temor a qué estoy haciendo, por el fondo de la calle aparece una chica con varias bolsas de la compra en ambas manos. Una chica salvaje y despeinada con un vestido rojo de tirantes que tiene pinta de ser absoluta y maravillosamente barato, con un viejo y fiel perro al lado al que ya ni siquiera se le nota que un día tuvo una soga en el cuello, y unos ojos oscuros se vuelven a clavar en mí haciéndome entender que, después de todo, hay cosas que nunca cambian. 

Por cierto, la chica va descalza.

Suelto mi bolsa en el suelo, respiro, y por fin comprendo todo:

De todos los lugares del mundo donde podría estar ahora mismo, el único al que llamo hogar es ella.



Game over

 Tenía todo el morbo de lo que no puede ser, pero apetece.

Contigo quise arrebatarle a mi cama todas sus tristezas, demostrarle al mundo que en mi vida mando yo y mis caprichos.

Quisimos jugar a un juego sin más reglas que aquel dejarse llevar.

Tú corrías sin miedos y yo me tomaba demasiado en serio cada paso atrás.

Terminamos como empezamos, de repente, pero con el alma hecha pedazos, con la decepción clavada en el cuerpo, con la desilusión cubriéndome los ojos.



Mismo destino

 Tendrías que ver esos hoyuelos tan graciosos que aparecen en su rostro mientras canta una de esas canciones que cuentan lo que fue en un tiempo de chupas de cuero y vaqueros rotos.

Tendrías que ver esa mirada de niño bueno con la que trata de convencerme de que esa noche no la voy a poder olvidar -no lo voy a poder olvidar-.

Me encantaría que pudieras ver cómo sujeta el volante de su coche con la firmeza del que sabe adónde va y la alegría de quien salta en compases mientras cambia de carril.

Quise susurrarle a voces que tomara la próxima salida y retomara el camino de vuelta a cualquier lugar al que pudiera ir si era conmigo.

Por suerte no lo hice, no él lo hizo, ni fuimos, si somos.

Hoy no puedo hablarte de su voz, no soy capaz de mencionar su nombre, no cabe en mi recuerdo el aroma de su abrazo, pero seamos sinceros, un atasco no da para tanto, y aquel anillo en su dedo, amenazaba con doler lo que hoy no tengo a bien de soportar.

Si un día le ves, dile que aún hay alguien que le buscas en hora punta y con un mismo destino.



Todo cambia

 Aquel día me di cuenta de mi gran error: querer hacer verdad algo destinado a ser un espejismo pasajero.

Nos quisimos como nunca, porque nunca supe, ni pude querer dos veces igual.

Arrasamos con las ganas de querer en la ciudad, nos hicimos con todos los sueños por cumplir. Estábamos tan locos que creía que podía ser cierto.

Fue sencillo, bonito, tal vez real... hasta que te diste cuenta de que te quería de verdad.



Así que... me callo

 Es cierto. A veces me callo muchas cosas. Últimamente me encuentro con personas que llevan a cuesta un saco a la espalda de excusas.

Están claro que no quieren escucharte, que cualquier queja o punto de vista diferente, no es apto para ellos. Y querer cambiar esa opinión por muy errónea que sea, se vuelve cansado y sin sentido.

Acabas metida en una conversación de besugos, la cuál podría durar 24 horas porque ninguno de los dos dará su brazo a torcer.

Con esas personas es mejor no perder el tiempo, os lo dice una que no se calla ni se achanta con nada ni nadie. Pero supongo que estoy madurando, o aprendiendo. Es absurdo gastar saliva en alguien que no te va a prestar sus oídos. Así que... Me callo.

En lo que sí confío plenamente, es en el tiempo. Es más, disfruto cada vez más de mis silencios que luego se vuelven hechos. Tú te callas y esperas. Ves la secuencia en cómo transcurre todo y disfrutas al ver que tenías razón.

Y es que el diablo sabe más por viejo que por diablo. Y así es esta pequeña modificación de mí. En el fondo me río, porque se vuelve adicto hacer teorías o crear apuestas sentada mientras te comes unas palomitas y ves el percal. Es casi más divertido que acabar discutiendo por algo que sabes de antemano que llevas razón.

Puede parecer un poco altivo, incluso orgulloso, pero es que una va peinando canas. Y la vida ya se encargó de hacerme alguna que otra cicatriz de recuerdo, de las que te impiden olvidar, de las que incluso, a día de hoy, duelen y queman. Y sabes que siempre lo harán... De una manera u otra. Es parte de tu vida, de tus episodios, de tu experiencia, del escalón que subiste para convertirte en aquello que eres hoy.

Al final, es bonito a la par que algo loco, ver y analizar cada cicatriz, centrarte en cada recuerdo, en ese aprendizaje del que juraste que jamás ibas a salir viva, de aquel hoyo en el que te metiste durante una larga temporada sin apenas luz... Y después mirarte al espejo, y ver en lo que te has convertido, una guerrera es poco, una superviviente, una loba como diría mi querida Marta, de la que se ríe de ella y por supuesto... De todo lo que la rodea.



jueves, 8 de julio de 2021

Una tarde de Netflix

 Vuelvo a hacer un parón para pasarme por el blog...

Ayer fue un día de los que hacía mucho tiempo que no tenía, y es que la familia cuanto más lejos mejor. Pensé que cuando me fuera de casa las cosas mejorarían y resultan ser iguales. Una madre intentándose meter en la vida de su hija para anularla en todas sus decisiones (como siempre, vaya).

Las cosas que deberían ser bonitas, y de nuevo, están dejando de serlo. Mi mudanza y los días previos a venirme a Valdemoro fue un infierno. Mis preparativos de boda, mi boda en sí, está siendo otro camino duro. 

Siempre he intentado abstraerme de los problemas yéndome a un lado de la habitación, intentando estar sola y ayer me sentí más sola que nunca. Dejé de contestar mensajes, audios, llamadas. Necesitaba un momento para encontrarme, para no caerme. Pero no supe hacerlo. Tampoco caí, tampoco solté el día de ayer, solamente me dormí esperando que hoy fuera otro día. Y como decía una amiga mía, lo que no sale, se enquista. Y así estoy hoy, con un día enquistado, con una semana enquistada.

Intentas hacer las cosas lo mejor que sabes, lo mejor que puedes, incluso, sin estar de acuerdo con esas decisiones y aún así, las cosas no salen bien, o como otros quieren. Empiezo a pensar que otros... simplemente están mal de la cabeza porque no encuentro otra razón lógica para ciertos comportamientos.

La forma de abstraerme, es una manera de sanar mis heridas, mis días malos para poder continuar y escribir ayuda a que soporte muchos golpes de la vida.

Quizás ayer fue una más, una más de tantas, pero en un momento en el que yo no me encuentro bien. Seguro que muchos de los que me leéis os hacéis una idea, pero para los que no... Os lo voy a contar. Me levanto con todas las articulaciones hinchadas, sin poder mover mi cuerpo, con calambres, con todos los miembros dormidos, hasta mis dedos, y durante la mañana poco a poco va bajando la hinchazón hasta que llega la noche o... hasta que me siento para no poder levantarme e iniciar de nuevo el proceso.

De tantas pastillas que tomo para sobrellevar esto, el estómago (al estar operada de él), no responde adecuadamente a todas las comidas. Soy un globo lleno de gases contante, con digestiones que me duran doce horas, vómitos y mal estar general. Así cada día... Cada uno de los días.

No encontrarte ni un minuto bien, es desolador, más que desolador, es una mierda como un campano. Y a todo esto, ni una queja, porque no quiero arrastrar a nadie conmigo, a una vida de sillón y Netflix, de hecho, ni siquiera yo quiero esa vida. Espero más. Como siempre, espero más de todo. Soy ambiciosa por naturaleza en el mejor sentido de la palabra puesto que conozco mis límites y respeto mis principios. No todo vale para cualquier fin.

Hay gente que pensará que exagero, de hecho, hay gente que sé que está enfadada o disgustada o molesta conmigo. Gente que me deja de seguir o que le da a me gusta a alguna de mis reflexiones y luego lo quita dejando el rastro en mis notificaciones. No voy a decir lo que pienso de la gente así, creo que todos nos hacemos una idea.

Esta reflexión me vino a la cabeza anoche viendo Élite, de Netflix, sintiéndome totalmente identificada con Omar, sí, un chico gay. Da igual el motivo por el que tu familia te desprecia, por el que te hace echarte a un lado y me acojo a sus palabras: "No sé qué es perder a un hijo, pero perder a un padre es una mierda", y lo es, y más cuando el progenitor se empeña en alejarte una y otra vez. Está claro que no eres tú el error, ni la solución, realmente, no eres nadie, no eres nada. Y por mucho que hagas, no lo serás nunca. ¿Las razones? Ni las conozco ni me importan la verdad, llega un punto en el que no buscas el origen de las cosas. Te has cansado de ir saltando campos de minas, cuando la vida en sí, no puede ser tan difícil.

Las relaciones tóxicas no solo son a nivel de pareja, ¡qué va! Familiares, de amistad incluso laborales, y para nuestra propia salud mental, separémonos de aquello que nos hiere, nos hace daño o nos produzca inestabilidad en nosotros mismos. En una estabilidad que ha costado tanto conseguirla.

Ayer volví a sentir el miedo a quedarme sola, sola por completo. A revivir aquellos días que quedaba con cualquiera para rellenar huecos sin aportarme absolutamente nada. Pero recordé algo que aprendí en la pandemia, en el confinamiento. Nunca nada me hará volver a aquella época. Jamás. Puesto que me conocí. Me dediqué a mí, a salir conmigo, a hacer ejercicio por y para mí, a ver mis series por muy malas que fueran, a comer lo que me apetecía y lo que no, a dejarlo a un lado. A sacar todos mis gustos a relucir por muy raros que parecieran a la gente.

Uno de mis logros de los que más orgullosa estoy, es de poder afrontar situaciones en las que estoy sola y que antes ni siquiera me planteaba. Os voy a contar un ejemplo. Laura hace unos días, me invitó a la comunión de su hijo donde solo los conocía a ellos. En otros tiempo, no hubiera ido por vergüenza por ejemplo. O bajar a la piscina sola. En otros tiempos, impensable. Ahora mismo no me importa bajar sola. Hacer cosas sola. Y eso es algo que aunque os parezca una tontería, es algo de lo que estoy muy orgullosa, puesto que me habré perdido mil cosas y a mil personas que conocer. Es algo a lo que siempre me animaba una amiga mía, pero no la escuché. Me podía más mi inseguridad y mis miedos, que el saber afrontarlos. Ahora ya quedan muy pocas cosas a las que las tenga miedo... Muy pocas, y eso te hace indestructible, pero también fría, no temes perder a alguien, no temes muchas situaciones en las que puedes parecer una suicida que va sin pensar por el mundo. Pero es este mundo el que te ha hecho así, palo tras palo, año tras año y en el círculo en el que te has criado.

Bueno, aquí todos empiezan a levantarse, a dar vueltas, así que me despido. Espero volver pronto porque es mejor que la medicina poderle dar cinco minutos a las teclas. Quizás, mi día de hoy, no esté tan enquistada como parecía.

Gracias siempre por leerme.



De flor en flor

 Llevaba mucho tiempo yendo de flor en flor. 

Qué curiosa expresión ¿Verdad?  “De flor en flor”. 

No creo que sea la mejor palabra para describirlo, sinceramente.

(Te veo salir de la ducha, aún mojada, con una toalla blanca anudada justo por encima de tus pechos, el pelo oscurecido, empapado y levemente ondulado, y yendo de un lado a otro dejando un surco de gotitas. Yo, desde la cama, tumbado bocarriba, intento armar distraídamente un cubo de Rubik que no sé cómo ha llegado hasta aquí (¿Cómo diablos se hacen estas cosas?) te miro hacer todo esto aunque tú no te paras a mirarme, imagino que buscando alguno de tus tres millones de productos para el cuerpo/pelo/cara los cuales antes de ti ni siquiera sabía que existían).

Sí, esa es una de las cosas de ir “de flor en flor”, que no sabes los productos que esas chicas usan en su vida diaria, porque no hay (ni te interesa que haya) una vida diaria entre vosotros. 

No sé cuándo me acostumbré a ello, y supongo que sólo esa palabra ya de por sí dice mucho. “Acostumbrarse”. No suena muy bien, ¿No? A que sea un rostro diferente cada vez, distintos nombres, decenas de cuerpos, de formas de ser, de vivir. Y es curioso, porque en todo eso mi “papel” siempre es el mismo. Siempre igual, las mismas pautas, el mismo procedimiento, como si fuera una demencial obra de teatro que repites como condena una y otra vez y que a veces no recuerdas ni el nombre de la última acompañante en escena.

- Oye, ¿Sabes dónde está mi bolso?

Alzo la vista, con el cubo en las manos, y te veo ahí plantada, delante de la cama, secándote el pelo por abajo inclinando levemente la cabeza, mirándome fijamente. Vuelvo a posar la vista en el cubo mientras niego con la cabeza, y te “oigo” sonreír.

- ¿Pero tú sabes algo en esta vida o eres medio tontito? dices, con tu (nuestra) ironía ácida que tanto nos gusta, pero a la vez llena de dulzura.

Levanto la vista de nuevo, y simplemente sonrío. 

Te muerdes el labio en una sonrisa negando con la cabeza, como quien me da por perdido, y vuelves al cuarto de baño.

Sí, creo que sé algo en esta vida.

Sé que huelo ese perfume dulce tan tuyo, que ahora al salir de la ducha es más intenso que nunca, y quiero quedarme a vivir en él para siempre. Sé que aunque ahora me veas aquí, aparentando pasotismo y prestándole más atención a un absurdo cubo de Rubik que a tu pregunta, en realidad el corazón me está latiendo a reventar sólo por tenerte cerca, y que así pasa siempre desde la primera vez que hablamos. Sé que cuando escuché mi nombre en tu voz supe que esa era la boca elegida para él, que no quería que ninguna otra chica lo pronunciara jamás.

Sé que jamás voy a lograr armar un cubo de Rubik, pero que no tiene importancia. 

Porque hay cosas que crees que son importantes hasta que aparece algo importante de verdad, y entonces te das cuenta de lo equivocado que estabas.

Y sobre todo sé que quiero vivir de flor en flor: de todas las que tú tienes por el cuerpo. 

Porque eres jardín cuidado y tranquilo y selva indomable y misteriosa, eres paraje natural para ir con la familia y bosque profundo. Y quiero conocer todas tus flores, su tallo, sus pétalos, su color y sus espinas. Quiero saber de ellas, conocer su historia, y conocerte a ti.

Quiero verte salir una y otra vez de la ducha, saber de todos los productos que tienes para el cuerpo/pelo/cara y que me preguntes todos los días de tu vida si sé dónde está tu bolso aunque nunca vaya a saber la respuesta.

La única respuesta que me importa la tengo delante de mis ojos.

Yo me muero por ir de flor en flor.

Pero de todas las tuyas.



JULIO

 1. Deberíamos aprender a no sufrir por adelantado. A disfrutar el momento.

2. Me gustas siendo tan desastre...

3. Valentía es cuando te dan la mano en los días malos.

4. Me encanta cuando suena el despertador y dices: "Lo pongo para dentro de cinco minutos" y sonríes. Me vuelves a abrazar antes de cerrar los ojos.

5. Ya le voy adelantando a los Reyes Magos que para el próximo año quiero que tú me sigas mirando.

6. Siempre que te cuento algo, me miras con atención y los ojos te brillan. Y no hay nada más bonito que disfrutar escuchando.

7. Los besos en la frente no cuestan dinero y son un regalo eterno.

8. Es mirar dentro del armario y encontrar cosas que no nos explicamos cómo pudimos tener encima algún día. Pues con las personas igual.

9. Releer conversaciones antiguas y darte cuenta de lo mucho que han cambiado cosas que creías que nunca lo harían.

10. Querer sí; ser gilipollas, ya no. Ese es el resumen global.

11. La rutina. Esa forma de morir lentamente. Sin darte cuenta. Que te atrapa y te hace llorar por las noches cuando nadie te ve. Eso que se intenta confundir con el amor.

12. Podría ser tu pegamento. Trae esos trozos.

13. Las personas que se quieren se ayudan a recoger las alas cuando ya no pueden volar. Y nunca se fallan.

14. El "yo también" nunca será un "te quiero".

15. Algunas veces te veo reír a carcajadas. Me he acabado la pantalla.

16. Si te quitas la venda de los ojos, te das cuenta de lo bonitas que eran algunas cosas en las que no te fijabas.

17. Lo nuestro es como la letra de médico, pero al final lo entendemos.

18. Mucho miedo para lo que llevas de vida.

19. La chica a la que parece que nada le importa, que nadie le importa, pero que no tienes ni idea de lo que siente por dentro. De lo que le ha tocado vivir.

20. Algunas veces solo necesitamos que alguien se dé cuenta de lo que grita nuestra mirada.

21. Día de sol. Vas caminando por la calle. Tropiezas y te das un golpe tremendo. La definición del amor.

22. Fíjate si era guapa que los puntos fijos se le quedaban mirando a ella.

23. Nada excita más que una persona segura de sí misma.

24. Una maravilla del mundo es verte durmiendo.

25. El frío de que no estés. De que no des señales de interés. Y los cielos despejados.

26. Me gustas cuando te retuerces, y es por mí. Me gusto cuando te retuerces, y te ves así como feliz.

27. Pienso navegarte en cada esquina absorber todas tus sequías.

28. Y ya ves, aquí seguimos sin ser, sin saber si siendo será mejor.

29. Nos crecieron mareas, me estrellé contra tu rompeolas. Fuimos mal revuelto, ansias vivas, grietas de un temporal del que hoy sólo quedan restos.

30. Te miro y sé que vienes a espantar las penas que se esconden bajo mi cama.

31. No lleno tatuajes porque nunca supe si dolían más los recuerdos en la piel o tras ella.