Llevo unas semanas mal. Y no me avergüenzo de decirlo. Y de escribirlo. Me siento engañada con la vida, por muchos motivos, por desconocimiento, inexperiencia, expectativas, opiniones, sentimientos... Sé el por qué y reconozco tanto mis fallos, como mi estado emocional, como las consecuencias del mismo.
Tener una autoestima muy baja a causa de estar en busca de la perfección contante, es agotador. Es frustrante, y creas unas expectativas y unos objetivos imposibles de cumplir, seguramente no yo sola, sino cualquiera que se pusiera en mis zapatos. No llego a todo. No llego a ser la mejor ama de casa, no llego a cuidar de Helena tan bien como me gustaría (pues los resultados que obtengo no son los deseados), como profesional, no comento y como mujer (que no esposa) tampoco. Después del embarazo tengo un cuerpo que no reconozco, ha cambiado y seguramente, no volverá a ser como antes. El ejercicio se ha aplazado hasta dentro de un año y medio por la cesárea. El malcomer, lo que da tiempo y siempre rápido.
La vida me ha cambiado y no tengo las herramientas necesarias para gestionar tantos campos abiertos. Tantas cosas nuevas que aceptar que son así. Desvivirme por todos y por todo, causa eso, cansancio, agotamiento y más mental que del otro. Porque el cuerpo, a veces, siento que va solo, sin pensar, y que se queja cuando está en la cama y los dolores (de siempre) de las articulaciones, me impiden dormir, además de la pequeña Helena (que sí, que eso es tener un bebé, pero, ¿puedo quejarme de no estar bien?).
Está mal visto quejarse cuando eres madre, ¡pues no lo hubieras tenido! Más o menos, intuyes qué es ser madre, sabes que será cansado. Pero no sabes lo que duele un hijo, lo hipocondriaca que te vuelves, lo insegura que estás en el día a día. Llegas a estar un poco majareta, sí. Tu vida corre entre pañales y se te olvida peinarte, arreglarte. Mirarte un segundo, y ya no te digo que se te olvida ser mujer, se te olvida ser persona. A mí, me compensa, Helena me compensa en todos los aspectos de mi vida. No me arrepiento de nada, es mi mayor sueño cumplido. Pero hay días, semanas, que no puedo más. Que mi manía de la alta perfección no ayuda, es un hecho. No es discutible. Que me cargo cosas que me tocan y que no, y que apeas distingo el disgusto de una fiebre y una cama sin hacer. Lo ves todo mal, porque eres tú la responsable de tantísima tarea, y no hay nada bien. Y lloras... no por hacer un drama. Lloras de impotencia. Porque piensas que no estás hecha para esto, no puedes más con la vida. Con toda tu vida, y lo bonito... empieza a perder su color.
Lo bonito... Como puede ser tu pareja. Ayer, hablaba con alguien que mi mayor miedo en pareja es que termines siendo un extraño para él, y él para ti. Que en medio de tanto niño y jaleo, rutinas, facturas, disgustos, trabajos.. Te pierdas, nos perdamos y nos convirtamos en inquilinos de un piso en común. Eso me da más miedo que una infidelidad puesto que ahí, uno siempre será el culpable, y ese uno en su mano está evitarlo. En el caso que os cuento, muchas veces ni caemos en ello, ni lo pensamos. Cada uno se pone a su móvil, a sus amigos, a sus vídeos y tonterías y no miras al que está cenando contigo, si es que se cena juntos.
A veces, un bebé no te permite una cena relajada, una serie vista del tirón. La vida ha cambiado y nosotros, hablo de mí, tienes que esforzarte más para llegar a todo... Y mi ansiedad, es no llegar.
Aprovecho esta entrada para pedir perdón a mi marido por todas esas veces que no llego... y las que me paso también. Porque el día a día va quemando la paciencia, y al final de la tarde... ya no queda. Ya estás cansada de todo y de todos. Porque cómo dice Belén, la madre pasa a ser secundaria. Se da por hecho que puedes con todo y no necesitas que nadie te pregunte, oye, cómo estás. También os digo que si alguien me hace esa pregunta me pongo a llorar. Porque estoy muy débil, muy sensible, muy en mis límites, muy cansada.
Javi, que no se te olvide que para mí eres la persona más importante de mi vida, mi compañero de vida. Más que un amor. Eres mi mejor amigo, mi casa. Mi todo. Eso supone que quiera contarte cómo me siento, cómo me encuentro y si es necesario llorar a tu lado. Repito, que no es un drama. Es una sensación que ya dura mucho en el tiempo y sé que puede llegar a ser duro para la otra persona. Te pido tiempo, del tuyo, cariño y largas conversaciones sin móvil, sin llamadas. Tiempo para nosotros como familia, para nosotros como pareja. La vida cambia. Nos ha cambiado y elegimos cambiarla. Quiero superar todos los baches a tu lado, caernos, levantarnos, discutir, hacer las paces. Quiero lo que siempre hemos tenido... Nuestra pareja "imperfecta". Hace poco, nos prometimos cambiar muchas cosas, que nos están costando pero no dudo en que lo vamos a conseguir. También te pido, que si me faltan fuerzas (o paciencia) tú me la des, ayúdame. Hagamos de nuevo el equipo que éramos invencible. Que no nos separe la rutina, los problemas del día a día y el resguardo de cada uno por su lado. No aceptemos menos de lo que merecemos. Y nos merecemos muchas cosas, recuérdalo. Ninguno ha tenido una vida perfecta y maravillosa. Hagamos que valga la pena. Te quiero, siempre.
¿Sabéis lo que más me ha removido para escribir esta reflexión? Un recuerdo de un viaje en Astorga. Éramos felices y perfectos dentro de nuestra imperfección. El bastón que cada uno necesitaba a su lado. Con Javi, me sale abrirme del todo. Él dice que le doy muchos "palitos", pero es que con él... todo, siempre es poco. No me gusta nada el contacto físico con nadie. Soy bastante rancia, pero a Javi, le pido todos los besos del mundo. Con él, todo es diferente.
Y es verdad que creo, firmemente, en que eso nace solo porque es tu pareja, porque le quieres, porque es así, sale, ¡y ya está! Y quiero que salga, en mitad de rutinas, en mitad de problemas, en mitad de rachas malas. Porque es lo que nos mantiene, el calor... Para el frío siempre hay tiempo... El invierno siempre llega. El amor no es como en las películas, la rutina lo apaga, y hay que trabajarlo día a día, rato a rato, y por supuesto, las dos partes. En una historia de pareja, o de amor, ambos son culpables y ambos son víctimas porque siempre nos descoordinamos al remar, cuando es fácil. Es sentarse a ver qué dirección queremos tomar, y adelante con todas las fuerza.
Por hoy, lo dejo aquí.
Gracias y mil gracias por seguir leyéndome.