viernes, 13 de diciembre de 2024

Viernes... ¿Trece?

Está foto es de hace una semana. No imaginábamos lo que nos quedaba por venir. Ha sido una semana que dejaría en el olvido. El domingo pasado fuimos al hospital, que parece ser nuestra casa este primer año de cole de Helena, por una gastroenteritis. Mi bebé en principio no tenía nada.

Hemos ido al pediatra (urgencias) varias veces por no decir cada día al médico, y mi mayor miedo se ha hecho realidad: bronquiolitis. Para Javi, un tema tabú, para mí, un trauma que no he superado. Y es que es difícil superar como ingresan a tu bebé de quince días y te dicen que reces lo que sepas porque no sabe nadie si saldrás de allí con ella. Eso es algo que una madre (primeriza sobre todo) no olvida nunca...

Por suerte, Helena ya no tiene quince días. Por suerte para ella, su mamá ha luchado con cada pediatra porque sabía que algo no iba bien. He llorado cada día, he pataleando, me he dejado mi salud y he estado con una impotencia que no sabría explicar con palabras.

A todo esto, le he sumado sus virus compartidos, su gastroenteritis que se convirtió en la mía, su bronquiolitis que ahora es mi bronquitis. Se le ha sumado mi preocupación por el trabajo, la casa porque las lavadoras no se ponían solas, la familia que gran parte ha caído bajo los mismos virus... Llorar, ha sido mi acción más repetida. Yo, que aprendí a llorar de verdad hace poco. Gracias por cada mensaje que he recibido y que olvidé contestar, gracias por las llamadas perdida porque mi prioridad ha sido y es ella.

Tanto es así, que han dado en el clavo con una medicación y ella está mejorando por momentos. La bronquiolitis se va curando y aunque nos deja de regalo una otitis a modo de despedida... Estamos en buen camino.

¿Cómo estoy yo? Pues para eso está mi blog, ¿no?

Y si has llegado hasta aquí es porque te importo, o porque eres un poco cotilla. Pero gracias porque acabas de hacerme una visita y a mí eso me hace ilusión.

Como decía, según mejora mi hija, a mí me entra el bajón más y más aún, y los virus aprovechan esas montañas rusas. Me ahogo y es bronquitis. Me duele el corazón, y anoche acudí a urgencias pensando que me iba a morir (literal) en el camino. Respiré cuando confirmaron que eran contracturas de todo lo vivido. Hoy las migrañas han sido tan insoportables que perdía el conocimiento por momentos. Con mi hija al lado que no está recuperada del todo, y sola. Como casi siempre últimamente. Las cosas importantes pasan cuando estás solas. Pero parece que los astros se alinean y en eso momento me ha llamado Javi, y ha comprobado en que situación me encontraba. Llamó a mis padres con urgencia y no me han abandonado en ningún momento. Hoy tocaba que me cuidarán a mí después de tantos malos momentos. 

He estado agobiada por el trabajo, por no ir, por tener que faltar, por no haber vivido momentos súper guays fuera de la oficina, por no haber podido cuidar esa parcela personal que nadie debería perder. Y sintiéndome culpable a la vez por pensar eso, sabiendo que tengo unas obligación y que mi estado de salud no me acompañaba. Tengo compañeras que son un lujo y un ambiente laboral que nunca había vivido. En las escuelas infantiles, estamos tan estresados, tan agotados, tan... Quemados, que estamos con las uñas fuera esperando a saltar a los ojos como gatos. Hay que vivirlo para no juzgarlo también os digo.

Tengo la tensión por las nubes y falta de oxígeno. Ha venido a verme una amiga, mi hermano. La verdad es que ayer y hoy ha sido un susto para todos, y aunque nunca lo reconoceré ante nadie, para mí también. Conozco la ansiedad, es mi compañera de vida, pero ésta vez no era ella la culpable de nada. Creo que he sobrepasado límites. Creo que he permitido a los nervios tomar el timón de la situación y que he sido uan plena analfabeta al gestionar mi preocupación por Helena.

Me he sentido muy comprendida por mí compañera María. Y sólo con ella, he llorado lo justo y necesario para sobrevivir a los momentos que he tenido que revivir. Ella tocó las teclas, las palabras adecuadas para abrir la mochila que pesaba tanto. Es un recuerdo que quedará para siempre en mi y por lo que la tendré un cariño y un respeto infinito, pase lo que pase. Tras una ventana, al teléfono, llorando desconsolada. A veces sólo es eso. Llorar y escuchar. Es tan fácil como difícil. 

Siempre he tenido un distanciamiento importante con los jefes, no he querido entrar en su círculo ni que ellos entren en el mío. Es un mecanismo de defensa. Así que cuando vi el mensaje de mi jefa, no sabía si mantener esa distancia. Lo cierto es que estaba tan mal, que no lo pensé, y agradecí ese momento íntimo, donde poder abrirme y hablar relajadamente durante unos minutos. Realmente estoy aprendiendo mucho de este trabajo, nadie sabría cuánto. Y todo lo que yo coja y me lleve, es un regalo.

Ha habido dos compañeras más que me han preguntado y es, como sentirte dentro del círculo, escuchada y comprendida. En estos momentos no puedo pedir más. Ya os digo, la comida de empresa se me ha quedado pendiente, porque si alguna vez me resistí a ir, era puramente por tema económico. La necesidad de ahorrar muchas veces ahoga tanto que te quedas sin aire, y sin vida. 

Sin vida. Como me siento ahora mismo, otro fin de semana echado a perder. Porque realmente no puedo con mi alma. Tanto psicológicamente como físicamente.



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