domingo, 4 de febrero de 2018

EL MOTIVO

Aquella noche nos quitamos, entre otras cosas, la ropa.
Una vez desprovistos de dudas,
también nos deshicimos de las vergüenzas,
y los miedos.
Dejamos a la niña de los recitales de lado.
Esta vez, la primera, al menos, 
no pintaba nada.
Saludamos, costillas adentro, a la pequeña Lolita,
la perdida Alice, de Carroll:
el pecado por cometer.
Más tarde, nos hicimos una infinitud de nudos con la lengua,
raíces como palabras acabaron en nuestros oídos, y dedos que arrancaban la niñez
como el envoltorio de un dulce que lleva semanas olvidado en el bolsillo de un dulce que lleva semanas
olvidado en el bolsillo de los vaqueros.
Perdimos la noción del tiempo
y los espacios fueron tan grandes como nosotros
porque no necesitábamos nada más.
Se rindió el pecado de la carne ante tanta nube
y volamos en bandada, como sabiendo, por instinto,
que así recorreríamos el mundo mucho más rápido.
Por la mañana, oculta, te fuiste, 
sabiéndome tu pecado más secreto.
Sé que triste, también, pero con una sonrisa,
como decoro, en los labios.
Yo, en cambio, me quedé sonriendo,
recreándome en mi crimen perfecto
y triste también 
porque, durante unas horas, pude mirarte
como si siempre hubieras estado desnuda
y tocarte, como si nunca terminara de quitarte la la ropa
pero, hiciera lo que hiciese, 
no puse
meterme en la cama,
precisamente, 
con la que me llevó a ella:

tu inocencia.

Pablo Benavente


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