jueves, 4 de noviembre de 2021

Ha llegado el viernes

  Llevo una semana dándole vueltas a algo. ¡Y ya me da igual! ¡Lo voy a contar!

Una semana llorando cada tarde, encima, en las que Javi no está porque trabaja y las mismas personas que llevan toda la vida haciéndome la vida imposible, lo siguen haciendo.

Sí, hablo de los familiares más cercanos que se pueden tener. Para que lo entendáis todo, sería necesario una tarde entera y un café sólo con azúcar y un montón de detalles.

Digamos que la relación con mi madre nunca ha sido buena. Y lo último es que anteponga a todo el mundo a su hija (como siempre). Si la familia hubiera hecho los feos que me hicieron a mí el día de mi boda, YO (y no soy madre) los hubiera arrancado la cabeza como si de gambas se trataran. Mi madre no, sonríe y sigue en su mundo, haciendo la pelota e intentando quedar bien con todo el mundo por todos nosotros. 

Con ella siento que cada vez me ahoga más el corsé que al nacer me puso. Yo no me caso con nadie, ni siquiera con mi marido. Lo pasaré mal, sí. Seguramente. Lloraré como ahora, patalearé de rabia e impotencia y estaré a un tris de quemar el mundo, pero voy de cara puesto que no sé actuar de otra manera. Únicamente me sale ser yo misma. ¿Es bueno o malo? Depende. A veces es un gran error y toca pedir disculpas, y es bueno porque jamás te voy a mentir. Incluso antes de que abra la boca me lo vas notar en la cara (hasta con mascarilla). 

Lo de hoy... Solo es una más que se ha unido a mi abuela. Dejándome también para el postre, y es que suegra y nuera son idénticas. Parecen más familia ellas, que mi padre o mis tías. Duelen los feos, duelen que ante el peligro te dejen sola. Duele que intenten dejarte como una loca, una mentirosa, una desquiciada cuando sólo estoy harta de haber nacido en un seno de una familia que solo vive hacia el decorado. Que solo aparenta lo felices que somos y lo bien que se nos da cumplir las normas sociales y los compromisos. 

No quiero formar parte de este circo. Y creía que era fuerte, os lo prometo. Bajé un poco la guardia por los problemas de salud que se nos avecinan, pero hay gente que no respeta ni a las amenazas que nos da la vida. ¿Por qué iba a hacerlo yo? ¿No?

Esto hace de nuevo, que donde me sienta protegida, donde nadie de mi familia entra ni puede entrar jamás es en mi trabajo. Ninguna de mis compañeras, ni se hacen una idea de lo que significa poder ir al cole todos los días. Bueno, una de ellas, sabe que odio los sábados. Soy la única persona del planeta, pero las personas que me rodean han hecho que tener un día libre donde ellos se pueden meter en si sales o entras, te quedas en casa, limpias o no limpias, o estás tumbada o estudiando, hace que todo sea un infierno.

No quiero llamadas de nadie. No quiero saber nada de nadie en mi tiempo libre. Quiero hacer lo que me salga de un pie que para eso me independicé, y aún pagando un piso lo más lejos que pude... Nada cambia. Hace poco, y con esto termino, leí unas frases de un escritor en Facebook: "Ella no le tiene miedo a la muerte, sino que le teme a la vida". Y así es justo como me siento. Ojalá, algún día pudiese dejar por escrito mi historia, donde no se me juzgase por haber publicado o no algo sobre mis sentimientos. Donde no tuviera que tener tanto cuidado por si alguien se ofende y nuestra función familiar se va al garete. Pero todos sabéis que mi vía de escape es la escritura. Evita que llegue a casa y me explote la cabeza, tenga migrañas perpetuas y esté vomitando de los nervios que viajan por mi cuerpo un día sí y otro también.

Y mi marido es un gran apoyo. Lo quiero aclarar porque parece que en él no encuentro refugio. Pero él bastante tiene y tampoco puede opinar demasiado puesto que él tampoco ha dado con la solución. Hablarlo entre él y yo, es dar vueltas a algo absurdo que no va a ninguna parte. Por esta noche, está bien. Me pondré a limpiar como una loca que es lo que más me ayuda a tolerarme. A soltar aquello que me está pesando y que mañana pasará. Mañana será otro día... y por desgracia, ya ha llegado el viernes.




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