domingo, 3 de noviembre de 2013

Bajo un oliva, bajo el sol.

¿Alguna vez has necesitado desconectar de todo? Tumbarte en el césped o en la arena, cerrar los ojos y relajarte. Sin reloj. Sin prisas. Sin saber el día, el momento, la época en la que vives. Yo sí, y por eso estoy aquí. Bajo un olivo, apoyando mi cabeza sobre una improvisada almohada hecha con mi chaqueta. Descalza. Sintiendo un cosquilleo producido por la hierba. Natural. Verde. Brillante. En su justa medida todo y que ningún jardinero ha llegado hasta aquí. El sol no quema, no molesta. Cubre todo mi cuerpo, dándole un tono más dorado. El pelo parece más castaño. Las manos están relajadas. Respiro profundamente. Soltando el aire poco a poco. Una brisa me acompaña de vez en cuando, dándome un pequeño capricho. Regalándome un bienestar necesario. No tengo nada en mi cabeza. En mi mente. Solo disfruto. Apenas me muevo. Una oliva cae cerca del ombligo, casi se introduce en él. Como si el olivo tuviese ganas de jugar. Y la cojo y la ruedo por mi piel. Por los brazos, por la tripa, por el pecho. Despacio. Suavemente. Apreciando cada instante. Hasta que se pone el sol y decide quitarme este momento. Y me guardo la oliva, simple y pequeña, como recuerdo de unas horas en las que la naturaleza me ha regalado, sin pedir nada a cambio, una tarde de felicidad y relax indescriptible.


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