viernes, 23 de agosto de 2024

Último día

 Último día en el pueblo. Esto se acaba... Verano del 2024, qué duro nos lo has puesto.

Aún así, me sigue pasando lo mismo de cada año. Abandonar el pueblo, al final de todo, mi sitio seguro. Donde en un trocito de campo encuentro todo y siento que no necesito más... Está llegando a su fin. Madrid nos espera, con su calor, con su rutina, con todas sus cosas de las que huimos cada año al llegar aquí.

Esto llega a su fin y se crea en mí un vacío que da vértigo. Teníamos un montón de planes que se quedan en el tintero por muchas razones. No ha sido el verano que esperábamos. E intentado escribir, desahogarme y no he encontrado ni un momento de estar a solas para darle a las teclas, ni mucho  menos, un momento para escribir a mis amigas, que gracias a Dios, lo han hecho ellas.

El día de mi cumpleaños, decidimos venir a pasarlo aquí según saliera Javi del trabajo. Explotó una rueda a 15 minutos del pueblo. Estuvimos escoltados por la Guardia Civil y esperando una grúa que tardó unas dos horas en llegar, a 40 grados con mi bebé y mi perra en el coche. Las convivencias dentro de casa, es algo a lo que ya sabíamos que tendríamos que hacer frente, pues cada uno somos de una manera, criados de una forma distinta y 24 horas viviendo bajo el mismo techo, de una casa enorme, pero el mismo techo.

Estar con la familia es bonito pero encorseta. Dejas de tener tiempo en familia, en pareja. Todo se cuestiona, recibes miles de comentarios, opiniones que van llenando un vaso que ya estaba lleno.

El 17 de agosto, fuimos a una boda de cuento de hadas. Teníamos mucha ilusión pero unas expectativas muy bajas a nivel familiar. ¿La niña terminaría llevando las arras? ¿Se portarían bien? ¿Los kilómetros? ¿El calor de Toledo? ¿La comida? Etc., etc.,... Salió increíble, bastante mejor de lo que yo hubiera pensado. La boda en sí, la dejaré para un nuevo post. Los padrinos de Helena lo merecen.

A las dos de la mañana, con mi bebé dormida, decidimos irnos al hotel y abandonar la fiesta. Al salir, pinchada la otra rueda contraria a la que habíamos cambiado. Por cierto, el cambio fue difícil, en el pueblo no hay taller, se tuvo que pedir por internet y los padres cambiarla, no exagera si digo que el cambio de rueda duró más de tres días. A lo que iba... Otra rueda... A las dos de la mañana, en Guadamur, un pequeño pueblo de Toledo, con dos niños. 

Hubo una pareja a la que no dejaré de agradecerles su acción. Una pareja con la que compartimos toda la boda porque ellos son maravillosos. Entré de nuevo a la discoteca, y se lo dije a ella. No tenemos cómo volver. Les faltó tiempo para llevarnos en su siete plazas al hotel de Toledo. Nos dejaron a todos allí mientras yo abandonaba mi coche en un pueblo... A la mañana siguiente, nos vino a recoger el padre de Javi. Una noche de insomnio, unas más que se acumula en el cuerpo. Sólo me faltó llorar al verle. Fue muy de película, bajábamos en el ascensor a la vez que él entraba en el hotel.

Cuando llegamos a Guadamur, la rueda no estaba pinchada, estaba, de nuevo, reventada. Otra grúa... Esta vez, no iba dirección al pueblo, así que se fue dirección con el padre de Javi. Sin coche. Con Maya en el pueblo, mi perra que padece ansiedad por separación. Mi cerebro iba a mil por hora. Quería sentirme a salvo y quitarme la culpa de ser mala madre. Porque Maya, también es mi hija. Y eso solo lo entenderá quien tenga perro. Mi padre nos vino a buscar. Un montón de kilómetros en un par de días. Y sin coche. Diréis... y por qué no cambiaste los dos neumáticos como hay que hacerlo. Si tuviera el dinero suficiente para ello, no cometería ciertas chapuzas, ni tener un verano en que todos perdamos el pelo del estrés.

Una vez aquí, después de todo, neuróticos perdidos. Abortamos cualquier plan que incluyera coche. Y el dinero, abortó cualquier plan que incluyera gasolina. Ayer... continuaron los problemas. A Maya se le fue la pinza, supongo que todos estamos en el mismo estado de ánimo. Y no supo reaccionar ante las caricias de un niño. 

Cuando estamos tan al límite, mi marido no es la mejor compañía, él lo sabe. Él sabe que dice y hace cosas de las que luego se arrepiente o no iban en serio. Sonia es la balsa de agua y... no es que hablemos todos los días, además es una señora recién casada, necesita disfrutar de este momento, pero soy optimista, porque no me queda otra... Y supongo que hay suertes bonitas y casualidades que aparecen. Me ha hablado animándome. Pero no siento que sea fuerte, he aprendido algo de mi padre que ayer hablamos precisamente. No sumamos las cosas buenas, solo las malas, nos metemos en una depresión solos, dando vueltas a lo mismo. Y eso no ocurre con todas las cosas buenas. Pasé una boda estupenda, hemos tenido a los familiares más cercanos al pie del cañón, he tenido a mis amigas por si quería hablar. Al final... Lo malo no es tan malo si haces balance también de lo bueno. Y Sonia me ayuda a ello. 

Hemos estado recordando nuestra estancia en La Manga. Ambas no pasábamos por el mejor momento. De hecho, cada una estaba en su mundo. Pero cada silencio, cada paseo, cada chapuzón en el mar, cada sesión de fotos, cada momento... Lo hicimos especial e inolvidable. Supimos sacar el lado bueno de las cosas, de los momentos, de nosotras mismas. Y eso no es que seas fuerte o fría, es que hay momentos en la vida, en que no te queda otra opción. Porque ya no eres la jovencita ni la adolescente que podía echarse tantas horas como quisiera en la cama a leer o a escuchar música. Ahora eres mamá, eres el ejemplo y el referente de alguien. Las broncas, los insultos, las preocupaciones... no le toca sufrirlas a ella, aún no. Todo llega. Porque el mayor sueño que tenemos todos cuando somos pequeños, es hacernos mayor, y qué estúpidos somos. 

Voy a hacer algo que conmigo no hicieron, y es dejarla ser niña. Ponerle el paraguas para que no la salpique la vida de adulto. Ella será niña hasta que la vida la haga madurar, porque todo llega. Y los bebés sienten, padecen y lo malo de ello, es que aquello que sienten ni saben expresarlo ni canalizarlo, se les hace el mismo nudo en la garganta que a nosotros. Eso sí, ellos lloran, te desesperan y tú les haces llorar más con malas formas. Porque todas las mochilas pesan y somos humanos, no es una justificación, es una realidad que yo lucho por cambiarla. Por no cometer errores que se hicieron conmigo.

Ha sido, es... un verano difícil. Del que, seguramente como dice Sonia, dentro de unos años, nos reiremos sola o acompañada. Intento que estos momentos no perjudiquen a los de al lado. Mis fobias, miedos, tristeza, enfados, me gusta llevarlos sola. Cada individuo tiene lo suyo... Y no puede crear el mal ambiente en un lugar solo porque tú estás mal. Están las habitaciones, está la música, están los escritos, están las calles para pasear... Está la soledad si se la necesita.... 

Pienso apurar cada minuto que me queda aquí, porque no sé si serán los últimos.



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