Hoy al levantarme, he creído volver a ese fatídico día del 11 de Marzo. Esta vez, la estación de Atocha se cambió por la Torre Eiffel. Dudo cada día del potencial y de las capacidades del ser humano, y hoy más que nunca.
Es cierto que a lo largo de toda la historia las distintas religiones y sus seguidores más fanáticos han sido la causa de miles de guerras. Las creencias, la ignorancia de los pueblos, el creer en algo superior que mueve los hilos de tal manera que nadie más puede decir qué es lo que sucederá en un futuro... Me da lástima, muchísima pena, que hoy en día, con todos los avances que hay, con todos los estudios que desde pequeños nos muestran de que la ciencia siempre da pasos hacía delante y solo necesita tiempo, quede gente en seguir dependiendo de estas creencias. Y por supuesto, de llevarlas a tal extremo.
La capacidad espiritual del ser humano ha de quedar en el ámbito privado y tiene que pertenecer a cada uno, ser respetado, recordando que la libertad de uno acaba donde empieza la del otro. Los otros, son los que tenemos al lado, todas aquellas víctimas que han muerto esta madrugada en París, que han resultado heridas, ellas y sus familias.
Esas personas no tenían nada que ver con la guerra que muchos quieren proclamar en nombre de Dios, Según pone en los libros sagrados, ni Dios, ni Alá, buscan víctimas en su nombre. Supongo que el que crea en cualquier tipo de dios, debe estar seguro que este panorama no es lo que esperan.
Por favor, ni una víctima más. Ni una más en nombre de ningún dios. Nadie se merece morir de tal manera, ni ateos, ni cristianos, ni musulmanes, ni judíos, ni agnósticos... Basta ya de violencia. Estoy segura que si en algo coincidimos todos, es que este no es el camino ya que no lleva a ningún sitio.
Espero que llegue el día en que nadie pertenezca a ningún país, a ninguna religión, sólo a una humanidad en la que se ayudan unos a otros, buscando el bien común. Recordemos que aquí sólo estamos de paso. Aprovechemos cada día, exprimamos este bonito mundo. Disfrutemos de la vida, que ya es de por sí demasiado corta.
Hoy, todos somos París.
Patricia Izquierdo Díaz