domingo, 3 de diciembre de 2017

Fin

En contra de Cupido
tengo veintiocho catorcesdefebrero, 
un armagedón en el vientre
y el códifo de barras de mi ansiedad.
Mujeres que llegaron del espacio,
besos baratos,
despidos improcedentes
y un corazón acostumbrado
a adelantar siempre por la derecha.
Un fotocall con mis miserias,
conversaciones privadas con mi terapeuta
y una historia de un dErrUmbAmIEntO.
-como diría mi amigo Escandar-.

Siempre he sido el protagonista de la huida,
París no existe
y con ocho años me rompieron por primera vez
el corazón en cien mil trozos.
Se llamaba Irene 
y yo Apolo,
porque fui capaz de enviar hasta mi alma
una muerte rápida y dulce de deseo,
de autocompasión,
de soledades.

Luego viajé como turista
al centro de mí mismo
y adelanté el vuelo de vuelta.
No fui capaz de soportar tanta sequía.
Mi niño solo suplicando afecto,
actuando para nadie en un teatro sin butacas,
buscando a mis padres entre el público.

Mi adolescencia
fue un ramo de rosas negras 
y la poesía el único lenguaje
libre de impuestos.
Alquilé una mansión en sus ojos
y encontré un hogar 
en el ártico de su blusa.
Una familia.
No voy a decir su nombre.
Ha pasado mucha vida.

Silvia fue el verano de mi juventud,
las primeras canciones,
el sur de mi isla,
perdió la inocencia a mordiscos
y fabriqué un bozal para sus heridas,
ella destapço mi sexo
y arañamos con nuestro sudor
portales,
hoteles
y terminales de autobuses.
El piercing de su ombligo
es la única fotografía
que aún conservo de nosotros.
Voy a omitir los desperfectos.
El seguro se hizo responsable 
y me retiraron la póliza.

El invierno llegó a mi vida
en forma de gatillazo,
de mujer fatal, 
de copa rota,
nombrarla sería encasillarme
en las cuatros letras de su nombre,
fue un área de descanso turbulento,
un viaje sincopado
entre el odio y el perdón.
Hoy apenas la recuerdo
pero le debo tanto...

Lo dije todo en mis confesiones:
este fue un tiempo 
de escalas constantes en muchos cuerpos,
de camas debajo del escenario,
de incendios en los ojos.
Asesiné a Afrodita
y me juzgaron por ello
pero entonces llegó Raquel y pagó mi fianza.
Aún no sé sí he sido capaz de saldar tanta deuda.
Lo nuestro fue imposible a pesar de los aviones.

Mi último puerto 
fue una mujer de iniciales
de la que sólo recuero la "R".
Caí en su trampa,
bajé al infierno,
fui cómplice del desastre.

Arranqué mis galones,
probé de la cicuta de sus labios
y todo,
todo fue nieve.
Ella fue la última dama
que me dejó en jaque,
siniestro total en el tablero,
el punto de colisión más alto.
No pudieron hacer nada por nosotros,
soplaron nuestra vela
y no nos dio tiempo a pedir un deseo.
Ni ella estaba tan loca
ni yo tan cuerdo.

El amor no es estadística
y ni Gauss ni su campana
van a venir a explicarme
por qué nunca formé parte de la mayoría,
por qué he sido siempre un tapón sin rosca,
una reforma sin escombros,
un transatlántico sin tripulantes,
un heredero sin parientes.

Para esto no ha respuestas, 
sólo caminamos,
y la mecánica del corazón
nunca es exacta.

Estamos llegando al final
y siento que es el principio,
Cupido ya no me asusta, no me persigue.

Mi niño solo se está durmiendo
-como se apaga una vida-
y mi hombre ha dado a luz
al adulto
que hoy te mira
con ojos constantes, 
con orgasmos sin máscara,
compañeros sin contrarreloj,
sin miedo de un amor posible.

Grietas sin goteras,
metáforas de una felicidad
no programada, 
el arte de volar
sin manual de supervivencia,
el sueño de beberse la vida
sin contraindicaciones,
un catorce
o un treinta y uno de Febrero,
para un instante,
o para toda la vida.

Diego Ojeda




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.