lunes, 11 de junio de 2018

Consideraciones con respecto al olvido (II)

El gran error fue intentar olvidarte, poner todas mis energías en ello. Porque olvidar no es algo que se quiera, es algo que sucede.

I

Yo quise olvidarte pensando en tu recuerdo como algo externo, como si fuera algo que cargas, algo que portaba sobre mí. Y te soñé dejándote olvidada como una maleta en un vagón, como una mochila en una escuela. Imaginé que podía soltarte en cualquier cuneta, seguir mi camino, entrar en el mundo de no recordarte más.

II

Después pensé que un recuerdo no es algo que se suelta porque es algo que se lleva dentro, como una garra que se encoge en tu interior sobre las vísceras. Entonces imaginé que eras alfo que se podía arrancar porque estabas dentro y traté de encontrarte en mis rincones, entre la pleura y el abdomen, cruzando los ventrículos, subida al diafragma. Pero tú estabas en todas partes, estabas en mis ojos, tu recuerdo vivía en mis dedos, golpeaba en mi pecho, sabía en mi boca, jugaba en mi sexo, cogía mi pelo con tus manos y removía mi sangre con uno de tus dedos. Comprendí que arrancar un recuerdo es querer arrancarte a ti mismo de ti mismo, que arrancar un recuerdo es igual que intentar buscar el tapón del mar.

III

Tras entender que tampoco es algo que se arranca determiné que donde realmente está un recuerdo es en las cosas, que te recordaba porque no te habías ido de mi cama, porque seguías presente en mi habitación, en el asiento de mi derecha, bajo la manta del sofá, en los regalos que me hiciste, en los libros que olvidaste, en los cines, en las playas de Cádiz, en las fiestas de mi barrio. E imaginé entonces que romper tus fotos, que deshacerme de la manta, que esquivar los cines, que vender mi Golf, que cambiar de barrio. Imaginé, en definitiva, que un recuerdo no se suelta, ni se arranca, que los recuerdos impregnan las cosas, e imaginé que fuera un asunto puramente ambiental, que dinamitan el entorno sería la solución.

IV

Tampoco fue manera de olvidarte. Y al final entendí que un recuerdo es algo que se deshace. Y entendí más: que no es el recuerdo el que se deshace, sino el dolor, el apego que sentías, la herida que rodeaba tu vida, el muro circular de la amargura. El recuerdo sigue intacto. Lo que cambia es tu respuesta, lo que te provoca recordar. Y para esto solo hace falta una cosa, tiempo, mucho tiempo, justamente eso de lo que nunca disponen aquellos corazones que están como el mío: rotos.



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