domingo, 17 de junio de 2018

Pensamientos tras una lectura de Bukowski

Cuando pienso en Bukowski me lo imagino de niño jugando a la rayuela en el infierno, arrojando cuchillas en lugar de piedras, un niño al que la raya de pelo se le hacía el mismísimo diablo. Supongo que heredó aquel infierno interno de sus padres, que tenían su propio infierno interno heredado de un sueño americano que murió colgado de una viga.

En el corazón de Bukowski aúllan lobos y suena una extraña música de cañerías y muelles oxidados de camastro de pensión. Su infancia tenía tiradas por el suelo compresas con sangre, la ternura huyó en el tren de madrugada y tal vez fue su abuela la que entre guisos y miradas al pasado le lavó las camisas pensando que los sueños a veces no son más que un atajo de borrachos que dicen la verdad pero nunca la cumplen.

Le imagino escribiendo sus primeros relatos con sus propias uñas sobre la pared de una celda, recordando y usando como línea argumental la pelea que lo había conducido hasta esa jaula. En ellos se percibe el olor a orina seca, la humedad sin clemencia que empapaba el alma de los hombres a los que se parecía más de lo que posiblemente deseara. Sobre esos escritos planea el fracaso como un ala delta sobre una playa, sin perder de vista a las bañistas desnudas, viendo la hermosura desde lejos, viendo la hermosura inalcanzable.

Bukowski escribió la biografía de todos los borrachos de poca monta, de los hijos de la nada, aquellos hombres para los cuales un plato de comida caliente junto a un trago era lo más parecido que conocían a un banquete nupcial. Todas sus páginas, como yo las recuerdo, están empapadas por el agua marrón que chorrea en los túneles de lavado, son relatos de piel de lija. Sé que a menudo él repetía que lo escrito no era totalmente autobiográfico, que no no no habría llegado a viejo pero lo cierto es que no hay un alma que tras haber leído uno de sus libros no advierta que la palabra cirrosis le sienta a Bukowski como un traje de Prada a Cristiano Ronaldo.

Su literatura huele a contrato temporal, es literatura de dos dólares la hora, poemas donde mujeres desconchadas ríen con la cara desencajadas, mujeres que dejan que cualquier desconocido las monte en unos baños inundados. Son textos donde dos hombres trapichean en una cochera y ninguno de ellos sabe qué es el porvenir.

También está Bukowski de la risa y en los poemas encontramos incluso al de la ternura. Tiene poemas memorables en este sentido, pero el recuerdo que normalmente queda no es ese, sino el de un hombre al que a su lado un enano parecía un campeón olímpico subido a un podio. Todo lo que escribe remite a lugares donde muere de hambre la inocencia, lugares donde ruedan botellas de whisky por un ruidoso suelo de madera, un suelo al que los pasos harían crujir estrepitosamente, un sueño que nunca vio cruzar sobre él nada que pudiera parecerse a la belleza.

MARWAN



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